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Tercer Trimestre 2023

La política, la guerra y el pueblo estadounidenseMacArthur 2018 1st

Cómo el liderazgo político desequilibrado de Estados Unidos perjudica su capacidad de ganar

Mayor Jeremy Shields, Componente de Reserva de la Fuerza Aérea de EUA

 

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El entonces vicepresidente Joe Biden durante el himno nacional en una ceremonia de bienvenida a casa para el XVIII Cuerpo Aerotransportado el 8 de abril de 2009 en Fort Bragg

Apesar de sus abrumadoras ventajas económicas, tecnológicas y militares, la tradición de Estados Unidos consiste siempre en abrirse camino a duras penas hasta la escarpada victoria. ¿La victoria final se debe al liderazgo político o a la forma en que Estados Unidos se organiza, entrena y equipa?

Colin Gray afirma que el modo de hacer la guerra estadounidense promulga una tradición de métodos no estratégicos y apolíticos que favorecen el poderío táctico de las Fuerzas Armadas de EUA1. Esta teoría es coherente y tiene éxito cuando se libra un conflicto rápido, decisivo y limpio con un fin militar claramente definido; sin embargo, muchos de los enfrentamientos que las fuerzas armadas de EUA han emprendido desde la Segunda Guerra Mundial se libraron con objetivos políticos mal definidos que no siempre necesitan del poderío militar para tener éxito2. Estas líneas confusas han contribuido significativamente al desigual historial de victorias de Estados Unidos, debido principalmente a la falta de liderazgo nacional fuera del control o la persuasión de las fuerzas armadas.

Las dificultades de Estados Unidos en materia de guerra son simplemente una manifestación del desordenado liderazgo de su sistema político y de su incapacidad para expresar y llevar a estados finales militares adecuados. La famosa frase de Carl von Clausewitz de que la guerra es una continuación de la política por otros medios se manifiesta en el sistema político de Estados Unidos, que depende intrínsecamente de la guerra para alcanzar cualquier objetivo político que el país tenga fuera de sus fronteras3. Sin embargo, innumerables enredos en la historia de Estados Unidos han demostrado que los objetivos políticos no corresponden fácilmente con las capacidades específicas de la violencia. Las Fuerzas Armadas no son adecuadas para la construcción nacional, el neocolonialismo o las operaciones de seguridad en tierras lejanas una vez que se han alcanzado los objetivos principalmente militares y comienzan los objetivos políticos orientados hacia vías no violentas.

Debido a la separación física de Estados Unidos de gran parte del mundo por los dos océanos que bordean el continente norteamericano, el sentimiento público suele inclinarse hacia opiniones no intervencionistas cuando se producen escaramuzas en todo el mundo; las escaramuzas en el extranjero suelen percibirse como un problema de otro país. Incluso hoy en día, algunos estadounidenses todavía se preguntan por qué el presidente Joseph Biden contemplaría la posibilidad de ayudar a Ucrania, creyendo que la guerra es claramente un problema europeo frente a la amenaza existencial a la autodeterminación y los derechos de las naciones soberanas de todo el mundo a existir pacíficamente. Gran parte de este aislacionismo proviene de la sana tradición de desconfiar de los enredos exteriores. Además, la falta de comprensión global por parte del estadounidense común y corriente de cómo están interrelacionadas muchas cuestiones en un mundo interconectado disminuye el apetito interno por la intervención estadounidense. Como resultado, los líderes políticos estadounidenses tardan en darse cuenta de los retos que supondrá una eventual intervención militar. Lo que queda es el vacío de la verdad y los líderes políticos que son reacios a decirle al pueblo estadounidense la conexión de los acontecimientos mundiales, la necesidad de la ayuda de Estados Unidos, y que los problemas en tierras extranjeras eventualmente llegarán a las costas de Estados Unidos. Esta falta de previsión y comprensión es el camino habitual para que Estados Unidos intente ponerse al día en lugar de liderar el mundo en respuesta a las aleccionadoras y difíciles realidades.

Antes de las dos guerras mundiales, las actitudes estadounidenses en la preparación para la guerra siguieron un camino similar de aislamiento y moderación, lo que reflejaba que el papel estratégico principal de las fuerzas armadas era la defensa continental de las fronteras estadounidenses y la protección territorial de los territorios en el Pacífico4. El pensamiento predominante en el período de entreguerras era de antipatía hacia la guerra, lo que condujo a una falta de objetivos políticos estratégicos en la preparación del eventual estallido de la Segunda Guerra Mundial5. En su libro sobre los planes y preparativos previos a la guerra, el general Mark S. Watson resumió sucintamente el enfoque estadounidense de la guerra diciendo que la estrategia ante los acontecimientos militares se desenvuelve casi por completo en el teatro de la guerra, dentro del sonido de las armas6.

Esta historia de incertidumbre en la dirección estratégica, el liderazgo y la política nacionales no comenzó con un solo presidente y ha continuado como una tradición. Al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, en el continente europeo, los líderes militares estadounidenses sentían que no comprendían del todo la estrategia del presidente para la defensa nacional7. El repetido patrón de preparación militar que precede a la política exterior estadounidense ha sido y sigue siendo uno de los problemas de liderazgo político más desafiantes que afectan al fácil éxito en todos los empeños militares exteriores.

Después de la Primera Guerra Mundial, la gente de todas las naciones estaba cansada de la guerra, marcada por las pérdidas y sin fondos para más conflictos8. Estados Unidos había entrado en la Gran Guerra sin poder opinar ni influir sobre quién era el enemigo ni sobre los mejores métodos para derrotarlo. El principio rector era la desilusión por la guerra y la necesidad de disfrutar de un dividendo de paz intermedio. En la práctica, esto significaba que la estrategia se centraba únicamente en preservar la paz, diseñando organismos institucionales pacíficos no militares como la Sociedad de Naciones y otros instrumentos de unidad mundial para garantizar que una sensación de paz duradera fuera posible y perdurable. Sin embargo, el Congreso, como órgano que representaba al pueblo estadounidense, rechazó el planteamiento liberalista del presidente Woodrow Wilson, ya que la preocupación por los otros miembros imperiales de la Sociedad podía enredar a Estados Unidos en guerras incesantes en su búsqueda de la hegemonía sobre sus posesiones coloniales. En términos generales, esto significaba el fin de la intervención militar y el inicio del liderazgo político. Sin embargo, no fue así en los años siguientes.

Los oficiales militares sabían que el orden mundial no permanecería estático por mucho tiempo. Ya en 1937, a pesar de que el presidente seguía aplicando una política de paz, los líderes militares se dieron cuenta de lo que se avecinaba y empezaron a elaborar planes de contingencia para posibles escenarios que implicaran una guerra ofensiva9. Como demuestra la carta del almirante Harold Stark de noviembre de 1940, la maquinaria militar se puso a trabajar en diferentes planes para hacer frente a diversos escenarios —una tradición que aún se practica hoy en día— a los que se enfrentarían los militares con escasa dirección política o gubernamental. El llamado «Memorándum del Plan Dog» serviría como base para la respuesta de todo el gobierno a la eventual guerra en dos frentes10. El orden inverso de los militares diseñando lo que se convertiría en la política oficial del gobierno de Estados Unidos no da en el clavo y subraya lo disfuncional que era este país, entonces y que ha empeorado desde los días felices de Franklin D. Roosevelt. La vuelta a una dirección firme y decisiva por parte de los dirigentes políticos estadounidenses, en comunicación y concierto con los líderes militares, detendrá esta historia abismal de planificación fallida entre las clases militar y política.

Imagen de Arin Lynn Burgess

El estado final eventual de la Segunda Guerra Mundial, la rendición incondicional, significó que las Fuerzas Armadas de EUA ya no estaban sujetos a una guerra limitada sin un estado final militar u objetivos adecuados para lograr esa meta. El concepto de guerra total, consistente en neutralizar a los ejércitos alemán y japonés al tiempo que se quebraba la voluntad de los civiles de apoyar nuevas agresiones, significaba que las Fuerzas Armadas no tenían límites políticos para alcanzar sus objetivos. En ese momento, el objetivo primordial de las Fuerzas Armadas era de suma importancia para la extensión de la política, cuando se habían logrado las condiciones óptimas para hacer realidad el dogma clausewitziano de la guerra como método de avance político. Además, al establecer la condición de rendición completa, los líderes estadounidenses dedujeron que los soviéticos y los británicos no podían solicitar su propia paz con Alemania hasta que las fuerzas de los Aliados hubieran alcanzado el estado final deseado. Desde aquellos días no habíamos tenido una política más clara y directa para nuestra estrategia militar.

El liderazgo estadounidense fue firme y convencido de lo que se necesitaba para restaurar el orden mundial y derrotar a los malos actores. La coalición de socios Aliados que logró la paz tras la Segunda Guerra Mundial compartía los objetivos comunes de repeler el fascismo, restaurar el orden mundial y destruir los pilares que sostenían estas estructuras malignas, de modo que no pudieran reconstituirse para volver a desafiar la paz y el orden11. Esto se consiguió principalmente derrotando a la maquinaria militar nazi y detonando dos bombas atómicas en el Japón Imperial. Ahora que la guerra total de las Fuerzas Armadas había puesto de rodillas a los actores malignos, comenzaba en serio la complicada tarea de establecer el orden mundial desde una posición de medios diplomáticos y políticos. Entonces, ¿por qué esta capacidad de liderazgo ha estado tan ausente desde entonces?

El periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial dio tiempo a que los líderes políticos y las Fuerzas Armadas de Estados Unidos debatieran, contemplaran y comprendieran el nuevo modo de hacer la guerra tras el uso de armas atómicas en Japón12. Definir qué tipo de estructura militar sería necesaria para la era nuclear, cómo se alinearían las instituciones militares y en qué tipo de guerras se involucraría Estados Unidos parecía claro. Existía la oportunidad de crear sinergias entre lo político y lo militar y de organizarse, de tal modo que el poder militar de combate solo se desplegaría como última medida de un despliegue sólido y completo de todos los instrumentos de poder. La estrategia de contención presentada constituyó un caso único de planteamiento integral de gobierno para la seguridad nacional que aunaba los ámbitos político, militar, diplomático y profesional en torno al mismo objetivo.

Otras dos guerras importantes en las que Estados Unidos invirtió sangre y dinero tuvieron resultados diametralmente opuestos debido principalmente a la forma en que fueron concebidas y ejecutadas. Las guerras de Vietnam y la operación Desert Storm no tienen ningún parecido entre sí, salvo por la abrumadora flexión del poder de combate que Estados Unidos aporta a cada lucha. Sin embargo, para entender cómo una guerra pudo ser tan absolutamente desmoralizadora y la otra un éxito político y militar tan tremendo, hay que examinar las contribuciones al liderazgo del general Colin Powell, que fue soldado en ambas guerras, para comprender el trasfondo de un compromiso militar moderado, atado con el agotamiento de todos los demás medios no violentos. La Doctrina Powell lleva el nombre del general.

La importancia de la Doctrina Powell consiste en considerar el «¿entonces qué?» de los resultados antes de plantearse una acción militar. Esto obliga a los líderes a examinar cómo se vinculará la proyección de poder con los objetivos políticos y qué vendrá después del fin de las hostilidades. Powell, al igual que su mentor y antiguo jefe, Caspar Weinberger, se dio cuenta de que la posición de Estados Unidos como líder del mundo libre hacía imposible ignorar los problemas en otros lugares y poco práctico abrazar lo egoísta que ha constituido persistentemente el tejido de la ideología estadounidense13. Aunque Estados Unidos no pidió esta responsabilidad, se le impuso después de la Segunda Guerra Mundial. Como ya se ha dicho, las lecciones extraídas de aquella época revelan que los problemas de otros lugares acaban llegando a las puertas de Estados Unidos. La forma en que los líderes políticos deciden responder a esos llamados puede resumirse en las cuestiones específicas de la Doctrina Powell.

En primer lugar, la Doctrina Powell pretende aportar una claridad política arbitraria pero alcanzable a la realidad, a menudo desordenada y arcana, de la política partidista. La doctrina genera pausa entre la clase política al plantear varias preguntas. Por ejemplo, ¿están en juego los intereses vitales de Estados Unidos? ¿Apoya la acción el pueblo estadounidense? ¿Están de acuerdo nuestros aliados con nuestro planteamiento? La utilización de esta metodología tiene el potencial de alinear los objetivos políticos estratégicos de Estados Unidos con los de sus Fuerzas Armadas. Dicho esto, lo que falta hoy en día es que el liderazgo nacional de Estados Unidos insista en la consideración de este tipo de iniciativas.

Un segundo aspecto de la Doctrina Powell se enmarca en el caso de la guerra de Vietnam. La ambigüedad y el planteamiento incremental del problema central de Vietnam, junto con la escalada gradual de las fuerzas, condenaron al fracaso una estrategia coherente a largo plazo que alinearía los fines estratégicos generales de Estados Unidos14. Como contraejemplo, en la guerra del Golfo, Powell trabajó con los líderes políticos para codificar lo que era militarmente factible una vez agotados otros instrumentos de poder. Después trabajó con los líderes militares para diseñar planes que permitieran el éxito estratégico15. Dentro de esta estructura, la definición de unos objetivos claros hizo posible el elemento militar en la guerra del Golfo, que es todo lo contrario del resultado de la guerra de Vietnam.

Para ilustrar mejor la disfunción de la guerra de Vietnam como ejemplo extremo de estrategia militar no alineada con la política nacional, debemos contemplar las expectativas poco realistas de éxito en una guerra limitada16. Al igual que en la Segunda Guerra Mundial, el brazo político de las instituciones democráticas de Estados Unidos hizo poco para que el país se uniera a sus objetivos en Vietnam, a medida que se intensificaba la violencia, aumentaba el número de muertos y los estadounidenses debatían sobre el valor de luchar en una guerra ajena. Mientras que Estados Unidos contaba con una estrategia global desde el final de las hostilidades en la Segunda Guerra Mundial para contener la expansión del comunismo en el extranjero, la guerra de Vietnam careció de un programa coherente de asuntos públicos para vender al pueblo estadounidense la razón por la que detener la expansión del comunismo en el sudeste asiático era tan importante. Pero a medida que avanzaba la guerra, la tenue conexión con la detención del comunismo y la creación de apoyo capitalista en el mundo en el proceso de descolonización se hizo cada vez más difícil de vender a un público estadounidense escéptico. Como testimonio de esta estrategia ambigua y conflictiva, el mensaje de la Casa Blanca de Johnson era que los objetivos y los estados finales de la guerra debían mantenerse lo más ambiguos posible para preservar el capital político en caso de que fracasara la campaña de Vietnam17. ¿Es así como queremos que Estados Unidos lidere el mundo libre?

Como yuxtaposición a la guerra de Vietnam, la guerra del Golfo contra Iraq y la Guardia Republicana de Sadam Husein es quizás el último y mayor ejemplo de la guerra como medio de último recurso. La doctrina de Powell fue puesta a prueba porque desde el principio de la agresión iraquí en Kuwait, Estados Unidos lideró al mundo con una diplomacia agresiva, difusión de información experta, presión económica paralizante y el mayor despliegue de poder de combate estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial. Los preparativos de la guerra del Golfo fueron un golpe maestro para ejercer todos los instrumentos de poder y llevar al mundo libre a un punto de decisión. El presidente George Bush trabajó durante meses para demostrar que la ocupación iraquí de Kuwait era inaceptable y planteó una política para devolver el estatus quo a la región, antes de la guerra. Cuando esas palancas diplomáticas y económicas no dieron los resultados deseados, Bush estableció cuatro objetivos estratégicos primarios para que las Fuerzas Armadas los ejecutaran en la Directiva de Seguridad Nacional 5418. Estos objetivos claramente definidos y un estado final específico deseado permitieron a las Fuerzas Armadas estadounidenses llevar a cabo un nivel de guerra sin precedentes para lograr un fin militar y, por extensión, político exitoso19.

Dicho esto, Estados Unidos ha aprendido poco del éxito de la Doctrina Weinberger o Powell en el golfo Pérsico. Al finalizar más de veinte años de operaciones de contrainsurgencia, solo contemplamos tres de las ocho cuestiones de la Doctrina Powell. Y lo que es más importante, la pregunta sin respuesta que nos permita contar con una estrategia de salida plausible ha atormentado a tres administraciones presidenciales distintas y ha conducido al agotamiento innecesario de sangre y recursos con la pretensión de una victoria tenue. Aunque es fácil iniciar la opción militar, a menudo resulta difícil, tanto para los líderes militares como para los estadistas de mayor experiencia, vincular campañas impecablemente elaboradas con ideas claras sobre cómo debe terminar la guerra y comenzar la diplomacia20.

El almirante Harold Rainsford Stark fue nombrado jefe de operaciones navales en 1939

En la actualidad, los ecos del período de entreguerras van poco a poco creciendo. El continente europeo está envuelto en un conflicto mientras otro déspota beligerante, Vladimir Putin, se centra en reconstruir líneas geográficas históricas, etnográficas y culturales percibidas. La tenue paz de la que han disfrutado instituciones mundiales como la OTAN, la Unión Europea y las Naciones Unidas durante los últimos setenta años está amenazada. En los últimos siete años, la otrora mano firme de Estados Unidos tembló bajo eslóganes como «Hagamos a América grande de nuevo» y la arrogancia egoísta de «América primero». A medida que estos eslóganes ampliamente populares se apoderan de las mentes de los estadounidenses y de las políticas que emprenden, sirven sobre todo para quebrar el compromiso de Estados Unidos con los ideales liberales del mundo, demostrando que los estadounidenses vuelven a ser impermeables a las súplicas de un mundo inestable que reclama liderazgo y seguridad. La política de seguridad nacional que Estados Unidos puede remontar a las ideas del liberalismo internacional y de Roosevelt está cada vez más en entredicho. ¿Qué significa este cambio para los militares profesionales de hoy y para la seguridad nacional colectiva de Estados Unidos?

Los militares profesionales tienen el derecho a exigir a sus líderes políticos unos objetivos militares claros y alcanzables que respalden la política estratégica de EUA. Sin embargo, desde finales del siglo XX, lo que ha perdurado ha sido una valoración excesivamente optimista del fin de las hostilidades patrocinadas por el Estado y el narcisismo estratégico de esperar que el conflicto desaparezca invirtiendo dócilmente en instituciones internacionales que apoyen la paz mundial21. Cuando se les asignan objetivos limitados, mensurables y alcanzables con fines claramente definidos, los militares profesionales demuestran su eficacia una y otra vez. Cuando la ambigüedad, la expansión de la misión y los ciclos de planificación estratégica miopes impregnan las soluciones militares, las métricas del éxito militar se inclinan hacia extremos desiguales. Nuestro más reciente final de la guerra de Afganistán se resume en las palabras del teniente general retirado H. R. McMaster cuando dijo: «Afganistán fue una guerra de un año, librada veinte veces más»22. Esto cristaliza la falta de liderazgo político de Estados Unidos para combinar los estados finales militares.

El general Colin Powell, jefe del Estado Mayor Conjunto, señala bases aéreas y posiciones de defensa antiaérea iraquíes en una reunión informativa en el Pentágono el 22 de enero de 1991, durante la primera guerra del Golfo.

El sistema político estadounidense, por su diseño, es desordenado, lento a la hora de reaccionar y a menudo erróneo en su capacidad para dirigir la narrativa global. El carácter transitorio de la estabilidad política de Estados Unidos en los últimos cuarenta años ha generado una estrategia nacional incoherente e inestabilidad en cuanto a la naturaleza de sus objetivos en el exterior. Aunque las instituciones internacionalistas liberales son eficaces para mantener el statu quo, al igual que la Junta de Planificación Conjunta del periodo de entreguerras, el liderazgo militar estadounidense no puede depender únicamente de la dirección estratégica de un presidente que solo es realmente eficaz durante los dos primeros años de mandato y de un congreso empeñado en batallas partidistas mutuamente destructivas. Desde el simple suministro de poder de combate con escasa aportación estratégica en la Primera Guerra Mundial hasta la desastrosamente mal definida guerra de Vietnam, la ambigüedad del planteamiento de guerra de Estados Unidos está anticuada. Limitarse a reaccionar primero con una capacidad de combate abrumadora y luego resolver los detalles ya no es sostenible en la guerra multidimensional y de rápidos movimientos del siglo XXI. Estados Unidos necesita ser un faro de liderazgo que proporcione una voz unificada y firme de políticas estratégicas que unifiquen los instrumentos de poder hacia estados finales alcanzables. Un liderazgo político unificado con una mentalidad y un modelo político compartidos es esencial para romper el ciclo de victorias irregulares. Así lo exigen nuestros intereses nacionales y, lo que es más importante, así lo merecen nuestras Fuerzas Armadas.


Notas

 

  1. Colin S. Gray, Irregular Enemies and the Essence of Strategy: Can the American Way of War Adapt? (Carlisle Barracks, PA: Strategic Studies Institute, U.S. Army War College, 2006), 30.
  2. Rose Lopez Keravuori, «Lost in Translation: The American Way of War», Small Wars Journal, 17 de noviembre de 2011, accedido 22 de septiembre de 2022, https://smallwarsjournal.com/jrnl/art/lost-in-translation-the-american-way-of-war.
  3. Harry G. Summers Jr., On Strategy: A Critical Analysis of the Vietnam War (New York: Bantam Doubleday Dell, 1984), 87.
  4. Maurice Matloff, The United States Army in World War II: Strategic Planning for Coalition Warfare, 1943–1944 (Washington, DC: U.S. Army Center of Military History, 1959), 215.
  5. H. W. Brands, Traitor to His Class: The Privileged Life and Radical Presidency of Franklin Delano Roosevelt (New York: Doubleday, 2008), 444.
  6. Mark Watson, The United States Army in World War II: Chief of Staff: Prewar Plans and Preparations (Washington, DC: U.S. Army Center of Military History, 1950), 1.
  7. Michael D. Pearlman, Force Structure, Mobilization, and American Strategy for Global Coalition War (Fort Leavenworth, KS: U.S. Army Command and General Staff College, 1996), 170.
  8. Louis Morton, «The Color Plans, 1919–1938», en The Legacy of American Naval Power: Reinvigorating Maritime Strategic Thought, ed. Paul Westermeyer (Quantico, VA: Marine Corps History Division, 2019), 34–43.
  9. Watson, The United States Army in World War II, 86.
  10. Harold Stark, memorándum para el secretario, «Plan Dog», 12 de noviembre de 1940, accedido 9 de noviembre de 2022, http://docs.fdrlibrary.marist.edu/psf/box4/a48b01.html.
  11. Watson, The United States Army in World War II, 8.
  12. Susan Eisenhower, How Ike Led: The Principles Behind Eisenhower’s Biggest Decisions (New York: Thomas Dunne Books, 2020), 96.
  13. Caspar W. Weinberger, «The Uses of Military Power» (comentarios, National Press Club, Washington, DC, 28 de noviembre de 1984), accedido 26 de septiembre de 2022, https://www.pbs.org/wgbh/pages/frontline/shows/military/force/weinberger.html.
  14. H. R. McMaster, Battlegrounds: The Fight to Defend the Free World (New York: HarperCollins, 2020), 428.
  15. Rick Atkinson, «Unhappy Warrior, Part I and Part II», Washington Post (sitio web), 26 de septiembre de 1993, 17, accedido 22 de septiembre de 2022, https://www.washingtonpost.com/archive/lifestyle/magazine/1993/09/26/unhappy-warrior/da5e06be-0bde-44ee-abb8-9199836e3204/.
  16. Harry G. Summers Jr., On Strategy: A Critical Analysis of the Vietnam War (New York: Bantam Doubleday Dell, 1984), 18.
  17. McMaster, Battlegrounds, 428.
  18. Directiva de seguridad nacional 54, Responding to Iraqi Aggression in the Gulf (Washington, DC: National Security Council, 15 de enero de 1991), 2.
  19. Richard B. Swain, Lucky War: Third Army in Desert Storm (Fort Leavenworth, KS: U.S. Army Command and General Staff College Press, 1994), 2.
  20. Fred Charles Iklé, Every War Must End, 2a edición revisada (New York: Columbia University Press, 2005), 2.
  21. McMaster, Battlegrounds, 65.
  22. Ibid., 156.
 

El mayor Jeremy Shields es comandante del avión instructor C-17A del Componente de Reserva de la Fuerza Aérea de EUA, 452a Ala de Movilidad Aérea, Base de la Reserva Aérea March, California. Actualmente asiste a la Escuela de Estudios Avanzados del Aire y Espacio en la Base Aérea Maxwell, Alabama. Shields comenzó su carrera en la Oficina del Líder de la Mayoría del Senado de Estados Unidos, donde se centró en los asuntos militares relacionados con su estado natal de Nevada.

 

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