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Artículos exclusivos en línea de abril de 2023

La opinión pública rusa y la guerra en Ucrania

La aplicación de la experiencia estadounidense

 

John Mueller, PhD

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Manifestantes marchan con una pancarta que dice «Ucrania—Paz, Rusia—Libertad», en Moscú el 24 de febrero de 2022 tras el ataque de Rusia a Ucrania

Este artículo es una versión más amplia del artículo del autor publicado originalmente en línea el 26 de mayo de 2022 en el sitio web de Cato en https://www.cato.org/blog/russian-public-opinion-ukraine-war-perspectives-american-experience. Republicado con permiso.

 

Desde la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha llevado a cabo guerras prolongadas en Corea, Vietnam, Afganistán e Iraq. Todavía está por ver si el esfuerzo ruso en Ucrania se prolongará de forma similar. Sin embargo, en caso de que esto ocurra, los datos sobre la opinión pública de las guerras estadounidenses sugieren lecciones —y no lecciones— para evaluar la opinión rusa sobre la guerra en Ucrania.

Resumen

Las personas tienden a creer lo que quieren creer. Inicialmente, el público suele querer creer de forma abrumadora que las acciones de sus gobiernos —cualquiera que sea la motivación real— están justificadas, son sabias y necesarias. Sin embargo, aunque los funcionarios antiguerra lleguen a la presidencia, es posible que esto no cambie mucho la prosecución de la guerra debido al impulso que tales aventuras militares tienden a adquirir por su naturaleza. Por otra parte, incluso el éxito de una guerra es poco probable que convierta a las personas que ya han decidido que no valía la pena los costos. Por lo tanto, el eventual declive del apoyo público puede no causar una salida abrupta, pero puede dar lugar a una fuerte inclinación a largo plazo dentro del gobierno ruso a no intentar otras empresas de este tipo. En consecuencia, la invasión de Ucrania puede resultar ser una anomalía aislada más que un presagio de otros ataques de este tipo que se producirán posteriormente. De hecho, es posible que la guerra de Ucrania se reconozca pronto como un anacronismo que probablemente no afecte a la tendencia mundial hacia el declive de la guerra internacional como medio para resolver disputas internacionales, uno de los mayores logros socioculturales de la historia moderna. Por ejemplo, una gran parte de la opinión pública rusa parece haber aceptado como historia pasada la debacle soviética en Afganistán a finales de la década de 1980 y podría aceptar como necesaria una retirada igualmente humillante de Ucrania como costo aceptable para lograr la paz, la vuelta a la normalidad interna y la readmisión en la comunidad internacional. En consecuencia, la cuestión clave es si los altos dirigentes civiles y militares rusos —que frecuentemente parecen obsesionados con rectificar las humillaciones percibidas del pasado— estarían dispuestos a aceptar ese resultado independientemente de lo que la mayoría de la población rusa desee realmente.

Vladimir Putin

El presidente ruso Vladimir Putin camina con el general Valery Gerasimov, jefe del Estado Mayor del ejército ruso (izq.) y el ministro de Defensa ruso Sergei Shoigu el 13 de septiembre de 2021 en el campo de entrenamiento de Mulino en Nizhny Novgorod, Rusia, durante los ejercicios militares conjuntos Zapad 2021 realizados por Rusia y Bielorrusia. (Foto: Sergei Savostyanov/Kremlin Pool/Alamy Live News)

La comparación sugiere que, tras un gran efecto patriótico al principio de la guerra, es de esperar un descenso del apoyo, independientemente de los efectos de la cobertura mediática, las manifestaciones contra la guerra, los esfuerzos de censura y propaganda o el curso militar de la guerra. Es posible que este declive no provoque una salida abrupta de la guerra, pero sí puede dar lugar a una creciente disposición a aceptar el fracaso o incluso la debacle en la guerra y a una fuerte inclinación a no intentar otras aventuras de este tipo. Sin embargo, hay una diferencia importante en las experiencias, que puede tener consecuencias: mientras que el estadounidense medio no se vio afectado personalmente por las guerras, puede que eso no ocurra con el ruso común y corriente.

El apoyo inicial

Incluso descontando las restricciones en las libertades civiles, el apoyo popular inicial de Rusia a la guerra parece haber sido bastante alto, probablemente alrededor del 70 o 75 %. La misma cifra es válida para las guerras estadounidenses, salvo la de Afganistán, llevada a cabo poco después de los atentados terroristas del 11-S, en la que el apoyo inicial fue más bien del 90 %1.

Las personas tienden a creer lo que quieren creer. En todos los casos, el fuerte apoyo inicial a las guerras fue probablemente el resultado de un efecto patriótico concentrado en el que el público quería creer de forma abrumadora que las acciones de sus gobiernos estaban justificadas y eran sabias y necesarias.

El fuerte apoyo inicial a la invasión de Ucrania entre el público ruso se ha atribuido rutinariamente a los esfuerzos de propaganda del gobierno ruso y sus medios de comunicación controlados. Sin embargo, esas mismas fuerzas han tratado durante años de convencer a los rusos del valor de la vacuna rusa contra el virus COVID, Sputnik. Sin embargo, la resistencia a ese mensaje ha sido amplia2. Y si la promoción extensiva e intencionada pudiera garantizar la aceptación, todos estaríamos conduciendo Edsels y bebiendo New Coke—fracasos de marketing legendarios en 1958 y 1985, respectivamente, de dos de las empresas (por otra parte) más exitosas de la historia: la Ford Motor Company y Coca-Cola3.

La aceptación de la desinformación en estos asuntos no es nada raro. Al principio de la guerra de Iraq, la mayoría de los estadounidenses, empujados por la administración republicana, dijeron que creían que Saddam Hussein estaba «personalmente implicado» en los atentados del 11 de septiembre. Y, aunque el empuje se detuvo, entre el 30 y el 40 % mantuvo esa creencia por más de siete años. Además, la opinión pública se creyó en gran medida las ideas de que una derrota en Afganistán provocaría más ataques de tipo 11-S, que Al Qaeda representaba una amenaza existencial para Estados Unidos y que había infiltrado a miles de operarios entrenados en el país, que las guerras de Vietnam y Corea eran necesarias para evitar la Tercera Guerra Mundial, y que Saddam Hussein llegaría a «dominar» Oriente Medio con su ejército notablemente inepto y/o entregaría las armas de destrucción masiva a los terroristas afines. En gran parte, las contraposiciones plausibles a estas afirmaciones tenían poco efecto.

El declive del apoyo

La experiencia estadounidense sugiere que el apoyo ruso a la guerra en Ucrania disminuirá, de forma bastante marcada en las primeras etapas, a medida que los partidarios reticentes se vayan retirando, y luego de forma más lenta, a medida que el resto se componga cada vez más de partidarios del núcleo duro. Y el elemento más importante en este declive es la acumulación de bajas —y particularmente de muertes en combate— entre sus fuerzas.

Con un fondo de banderas ondeantes, el presidente ruso Vladimir Putin asiste a un concierto el 18 de marzo de 2022 en el estadio Luzhniki de Moscú para conmemorar el octavo aniversario de la anexión de Crimea a Ucrania por parte de Rusia

Sin embargo, no debemos suponer que los encuestados sepan muy bien cuál es el número real de bajas o de muertes en combate, y sus conjeturas al respecto no guardan mucha relación con el apoyo o la oposición a la guerra. Más bien, la gente parece hacer un cálculo aproximado de costo-beneficio en el que el valor de la guerra, tal y como ellos lo ven, se compara con el costo hasta ahora en vidas estadounidenses.

En todo esto, lo que más ha importado a la opinión pública estadounidense son las bajas de EUA, no las del pueblo defendido. Aunque el número de iraquíes que han muerto a causa de la invasión de su país por parte de Estados Unidos ha alcanzado los cientos de miles, el único recuento acumulado de cadáveres que realmente importa para la opinión pública estadounidense, y el único del que se informa habitualmente, es el estadounidense.

No hay nada nuevo en este fenómeno: Los estadounidenses apoyaron las guerras en Corea y Vietnam porque las consideraban vitales para hacer frente a la amenaza que representaba el comunismo internacional, y la defensa de los surcoreanos o de los survietnamitas era decididamente un objetivo secundario4. Y aunque el 60 % del público estadounidense consideraba que el pueblo iraquí era inocente de cualquier culpa por las políticas de su líder en la guerra del Golfo de 1991, esta falta de animosidad hacia el pueblo iraquí no se tradujo en una gran simpatía entre el público estadounidense por las víctimas iraquíes. Las extensas imágenes y la publicidad sobre las víctimas civiles resultantes de un ataque a un refugio antibombas de Bagdad el 13 de febrero de 1991 no tuvieron ningún impacto en el apoyo a los bombardeos. Por otra parte, las imágenes de la «carretera de la muerte» y los informes de que cien mil combatientes iraquíes habían muerto en la guerra apenas frenaron el entusiasmo en los diversos desfiles y celebraciones de la «victoria» y la «bienvenida a casa»5. Tampoco se mostró mucha simpatía, ni siquiera interés, por las muertes de civiles iraquíes derivadas de las severas sanciones impuestas a Iraq por Estados Unidos durante la década de 19906.

Debido a la cercanía histórica de rusos y ucranianos («nuestros hermanos»), este efecto puede ser diferente en la guerra actual.

Sopesar lo que está en juego

El público no sopesaba lo que estaba en juego de la misma manera en cada guerra. Cuando el apoyo a las guerras de Vietnam y Corea cayó por debajo del 50 %, Estados Unidos había sufrido unas diecinueve mil muertes en combate. En la guerra de Iraq, ese nivel de apoyo, utilizando la misma medida, se alcanzó cuando se habían producido unos 1500 muertos. Es probable que esta menor tolerancia a las bajas se deba en gran medida al hecho de que la opinión pública estadounidense daba mucho menos valor a lo que estaba en juego en Iraq que a lo que estaba en Corea y Vietnam, que se consideraban elementos vitales en la Guerra Fría. Todavía no se ha determinado cómo se aplicará este cálculo a los rusos en la actualidad.

El impacto de los acontecimientos en la guerra

En su mayor parte, los acontecimientos específicos de la guerra parecen haber tenido poco impacto a largo plazo en la tendencia a la baja. Así, el descenso del apoyo en 2004 tras la revelación de los abusos a prisioneros en Iraq por parte de soldados estadounidenses en la prisión de Abu Ghraib se invirtió en su mayor parte en un mes aproximadamente. Y lo mismo ocurrió cuando se produjo un notable cambio de apoyo tras la captura de Saddam Hussein a finales de 2003: el apoyo volvió a caer pronto a donde estaba antes y luego continuó su curso generalmente descendente7. El apoyo a la guerra de Vietnam ya estaba en declive en el momento de la Ofensiva del Tet en 1968, y no está nada claro que ese dramático acontecimiento acelerara mucho el ritmo del declive8.

Leonid Volkov, jefe de gabinete del líder opositor ruso encarcelado Alexey Navalny

En términos más generales, como sugiere la captura de Saddam Hussein, si la población ha decidido que la guerra no merece la pena, los avances en el campo de batalla no aumentarán el apoyo a la guerra. Esta mejora se percibió en el momento de la oleada en Iraq, entre 2007 y 2008, cuando, por ejemplo, el porcentaje de personas que sostenían que Estados Unidos estaba haciendo progresos significativos pasó de 36 a 46, mientras que el porcentaje que concluía que estaba ganando la guerra aumentó de 21 a 37. Sin embargo, a pesar de esto, el apoyo a la guerra en sí no aumentó: no hubo ningún cambio en las respuestas de los encuestados cuando se les preguntaba si estaban a favor de la guerra, si consideraban que había merecido la pena el esfuerzo o que era una decisión correcta o un error, o si estaban a favor de permanecer todo el tiempo que fuera necesario9. Parece que es poco probable que el éxito de una guerra convierta a las personas que ya han decidido que no merecía la pena el costo.

El impacto de los medios de comunicación y las manifestaciones contra la guerra

Si la disminución del apoyo se debe principalmente al aumento de las bajas que sufren las fuerzas invasoras, los esfuerzos de los medios de comunicación y de la propaganda y las manifestaciones públicas contra la guerra serán menos significativos. Es probable que este efecto sea también válido para la guerra de Ucrania.

Ninguna censura ni reportaje sesgado puede suprimir los dos elementos más importantes en el cálculo de la decisión del público: la guerra sigue en marcha y nuestros ciudadanos está muriendo en ella. Y que las ruidosas manifestaciones públicas contra la guerra a menudo no convencen y pueden ser contraproducentes lo sugiere una comparación de las guerras de Corea y Vietnam—costosas guerras anticomunistas en los bordes de Asia. Aunque durante la guerra de Corea hubo pocas manifestaciones en contra la guerra, si es que hubo alguna, el apoyo a esa guerra se erosionó al igual que durante la guerra de Vietnam, en la que las protestas contra la guerra fueron frecuentes y muy visibles10. Las excentricidades de los manifestantes contra la guerra de Vietnam fueron recibidas a menudo con consternación por el público. Por ejemplo, después de los disturbios en Chicago durante la convención demócrata de 1968, las encuestas revelaron que la población apoyaba mayoritariamente a la policía, no a los manifestantes11.

Incluso si un movimiento antiguerra consigue que los funcionarios afines lleguen a los cargos, es posible que esto no cambie mucho la prosecución de la guerra. Negándose a repetir los errores de sus homólogos en la guerra de Vietnam, los opositores a la guerra de Iraq, en lugar de expresarse en manifestaciones públicas rebeldes, trabajaron asiduamente dentro del partido demócrata. Como tal, fueron decisivos en la organización de la nominación del partido para la presidencia en 2004 del candidato antiguerra más creíble, John Kerry. Luego, en las elecciones de 2006 y 2008, presentaron con éxito candidatos antibélicos para la Cámara de Representantes y el Senado, muchos de ellos veteranos de la guerra de Iraq, aumentando sustancialmente en cada caso el número de escaños demócratas. Y, sobre todo, fueron la piedra angular del éxito en 2008 del único candidato presidencial importante que se opuso a la guerra de Iraq, Barack Obama. Pero Obama resultó ser toda una decepción: no nombró para un cargo notable a nadie que se hubiera opuesto pública y claramente a la guerra de Iraq antes de que se iniciara. Obama dejó esa guerra más o menos en el calendario de George W. Bush, y luego entregó la guerra de Afganistán a su sucesor ocho años después.

 

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Publicado originalmente en 1973, este volumen del Dr. John E. Mueller es considerado por muchos estudiosos del campo de la comunicación y la ciencia política como el estudio fundamental de la opinión pública en relación con la guerra que estableció un punto de referencia con el que se juzgan ahora todos los demás estudios de este tipo. La obra en sí ofrece un análisis riguroso de la opinión pública tal y como evolucionó en relación con la guerra de Corea durante la década de 1950 y la guerra de Vietnam durante las décadas de 1960 y 1970. Un elemento clave del estudio trata de cómo los presidentes estadounidenses que gobernaron durante esos conflictos se vieron afectados por la opinión pública en sus decisiones. El estudio también examina cómo los sondeos de opinión pública fueron a menudo tergiversados para obtener tracción política en un esfuerzo por promover las agendas políticas relativas a las guerras. Todo militar serio que examine la relación del periodismo, los asuntos públicos, las operaciones psicológicas, la propaganda, la guerra política y cualquier otra dimensión de las comunicaciones relacionadas con la guerra debería estar familiarizado con los principios clave identificados y el análisis que el libro proporciona para entender por qué y cómo la opinión pública afecta la conducción de la guerra por parte de los mandatarios.

 
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Utilizando en gran medida las mismas herramientas analíticas desarrolladas para su trabajo anterior —pero con mucho más detalle—, Mueller analiza la influencia de la opinión pública en la conducción de la guerra del Golfo de 1990-1991. Para ventaja de los académicos que estudian la influencia de la opinión pública en ese conflicto, puede haber sido la guerra más ampliamente encuestada en la historia de Estados Unidos, ya que el presidente George W. Bush, sus oponentes e incluso el presidente iraquí Saddam Hussein apelaron a la opinión pública e intentaron influir en ella. Mueller ofrece un relato de la compleja relación entre la política estadounidense y la opinión pública durante la crisis del Golfo. Para ello, analiza cuestiones clave como la superficialidad real del apoyo público a la guerra; el efecto de la opinión pública sobre los medios de comunicación (y no al revés); el uso y el mal uso de las encuestas por parte de los responsables políticos; el enfoque popular estadounidense en la expulsión de Hussein como objetivo central de la guerra; y el impacto efímero de la guerra en el voto.

Las consecuencias de la disminución del apoyo

Aunque el descenso del apoyo público a la guerra no suele conducir al abandono de la misma, sí puede tener consecuencias. Por ejemplo, el declive ayudó a impulsar cambios en las tácticas militares para reducir el índice de bajas estadounidenses en las cuatro guerras, aunque esto parece haber tenido poco efecto en el apoyo a la guerra a pesar de las predicciones de que la disminución del índice de bajas generaría un aumento del apoyo12.

Un segundo efecto puede ser la creación de una atmósfera políticamente permisiva para la retirada e incluso para la debacle. Esto puede verse en la aquiescencia pública en el abrupto y embarazoso colapso de Afganistán en 2021. La opinión pública aceptó en general el desastre y no se interesó en enviar tropas para intentar rectificarlo. El colapso en sí parece haber tenido un efecto poco duradero en la posición política del presidente Joseph Biden. El mismo fenómeno se observó en la aceptación del colapso total de la posición de Estados Unidos en Vietnam en 1975, que condujo a la toma del poder por parte de los comunistas. De hecho, el hombre que presidió esa debacle, el presidente Gerald Ford, trató de utilizar el fiasco en su beneficio en su campaña de reelección al año siguiente, argumentando que «estamos en paz. Ni un solo joven estadounidense está luchando o muriendo en suelo extranjero esta noche»13. Aunque no hay datos de encuestas, la opinión pública rusa parece haber aceptado la debacle soviética en Afganistán bajo el mandato de Mijaíl Gorbachov a finales de la década de 1980, y en conjunto, la experiencia sugiere que con el tiempo aceptarían incluso una humillante retirada de Ucrania de forma muy parecida.

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Los rusos pueden llegar a enfrentarse a un fuerte dolor económico y quizás incluso al colapso por su invasión de Ucrania.

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En tercer lugar, es poco probable que la guerra de Ucrania afecte al declive de la guerra internacional, uno de los mayores logros de la historia moderna14.

Hasta la invasión rusa de Ucrania, Europa había vivido sin guerras internacionales importantes durante el período más largo desde que se inventó la palabra «Europa» hace unos 2500 años. En su mayor parte, el resto del mundo ha seguido el ejemplo, y el uso de la guerra para resolver diferencias internacionales ha desaparecido casi por completo, aunque se siguen empleando medidas que no son la guerra directa, como las intervenciones en guerras civiles, la aplicación de sanciones económicas, los intentos de cambio de régimen encubierto, la pesca furtiva y las disputas fronterizas armadas en zonas remotas.

A algunos les preocupa que la guerra de Ucrania pueda echar por tierra esta notable evolución15. Pero es mucho más probable que la aversión a este tipo de guerras continúe, algo que sugieren con fuerza los hechos de que la guerra ha sido condenada casi universalmente y que es poco probable que otros países se inspiren en el costoso y desordenado ejemplo, independientemente de cómo acabe.

Las guerras de Estados Unidos generaron en su mayoría una fuerte reticencia pública a repetir la experiencia. No se repitieron las guerras de Corea o Vietnam, y el país parece haber adoptado una especie de síndrome de Iraq/Afganistán después de sus reacciones exageradas al 11 de septiembre16. Este fenómeno sugiere que la incursión rusa en Ucrania puede resultar más bien en una excepción que en un presagio de otros ataques de este tipo. Al igual que en Estados Unidos, la respuesta principal será probablemente «no volvamos a hacerlo».

Una diferencia potencialmente importante: Dolor directo al público

Más allá de los que lucharon en las guerras de EUA y sus allegados, el público nunca tuvo que pagar realmente un precio o un impuesto de castigo por sus guerras. Por el contrario, los rusos pueden llegar a enfrentarse a un fuerte dolor económico y quizás incluso al colapso por su invasión de Ucrania.

El principal artífice de la guerra, el presidente Vladimir Putin, sostiene que Rusia podrá soportar cualquier golpe económico. Sin embargo, las cosas no parecían tan buenas para la economía rusa incluso antes de la guerra. Un largo período de crecimiento durante este siglo se detuvo en 2014 y el crecimiento se ha estancado desde entonces. Parte de esto fue causado por la reacción a la anexión de partes de Ucrania por Putin en 2014, que puso en marcha algo así como una máquina del juicio final económico. Debido a sus excentricidades, Rusia sufrió un descenso del valor de su moneda, una fuga de capitales, una caída de su mercado de valores y un descenso de la inversión extranjera. Y, tal vez lo más importante, se produjo una caída muy sustancial de la confianza de los inversores, compradores y vendedores de todo el mundo17. Esto alejó, en particular, a la Unión Europea, que durante mucho tiempo había sido el mayor socio comercial e inversor directo de Rusia18. Además, otros Estados impusieron sanciones económicas a Rusia y, sin relación con la crisis, se produjo una grave caída de los precios del petróleo en el mercado internacional, un hecho especialmente perjudicial para Rusia: las ventas de petróleo y gas financian alrededor del 36 % de su presupuesto anual. Como resultado, la renta real disponible cayó un 15 % entre 2014 y 201719. Además, las compras aspiracionales de casas y carros se desplazaron a las necesidades diarias20.

Por ello, los economistas, incluso antes de la crisis ucraniana, sugerían que las perspectivas de crecimiento de Rusia para la próxima década eran «tenues»21. Es probable que la actual guerra en ese país agrave considerablemente esta situación, sobre todo si los precios del petróleo y del gas natural descienden desde sus máximos actuales22. Los clientes europeos han incrementado enormemente sus esfuerzos para desprenderse de la dependencia del petróleo y el gas natural rusos, y se ha hecho un esfuerzo decidido por aplicar sanciones económicas punitivas. Además, un gran número de empresas extranjeras, y en particular occidentales, se han retirado bruscamente de la economía rusa y, por una simple cuestión de negocios, es probable que pocas vuelvan pronto, sobre todo si Putin sigue en el cargo. Esto podría ser especialmente costoso porque, como señaló Obama burlonamente, y hasta falta de tacto, en su última conferencia de prensa como presidente en 2016, «su economía no produce nada que nadie quiera comprar, salvo petróleo, gas y armas. No innovan»23.

Aunque no ocurrió nada parecido en ninguna de las cuatro guerras americanas, es probable que los daños económicos de la guerra de Rusia los sienta directamente el pueblo ruso, ya que la moneda se vuelve insegura, se restringen los viajes, se pierden puestos de trabajo, caen los ingresos, se extinguen las oportunidades, estalla la escasez, la calidad de vida se desploma, la corrupción se agrava, las empresas fracasan, las arcas del gobierno se vacían y se produce una hemorragia de talento. Puede que Rusia sea capaz de capear el temporal, pero también existe un potencial especial de desastre.


Notas

 

  1. John Mueller y Mark G. Stewart, «Trends in Public Opinion on Terrorism», 14 de mayo de 2020, 8, 19–21, accedido 10 de junio de 2022, https://politicalscience.osu.edu/faculty/jmueller/terrorpolls.pdf. La pregunta de la encuesta utilizada para medir el apoyo a la guerra es de esta forma «¿Cree que Estados Unidos cometió un error al enviar tropas a luchar en xxx?» Esto no funciona tan bien para la guerra de Afganistán como para las demás porque en realidad hubo dos guerras en Afganistán: la de 2001, que triunfó rápidamente, y la de la insurgencia talibán, que comenzó unos años después y se prolongó durante casi dos décadas. Algunos, o incluso muchos, encuestados pueden decidir que la pregunta se refiere a la primera guerra, no a la segunda o a una combinación de las dos.
  2. Sarah Rainsford, «Why Many in Russia Are Reluctant to Have Sputnik Vaccine», BBC News, 3 de marzo de 2021, accedido 10 de junio de 2022, https://www.bbc.com/news/world-europe-56250456.
  3. Sobre esta consideración más general, véase John Mueller, Public Opinion on War and Terror: Manipulated or Manipulating? (Washington, DC: Cato Institute, 10 de agosto de 2021), accedido 10 de junio de 2022, https://www.cato.org/white-paper/public-opinion-war-terror.
  4. John Mueller, War, Presidents and Public Opinion (Lanham, MD: University Press of America, 1973), 48–49. En términos más generales, véase John Mueller, «Public Opinion as a Constraint on U.S. Foreign Policy: Assessing the Perceived Value of American and Foreign Lives» (presentación, Annual Convention of the International Studies Association, Los Angeles, CA, 15 de marzo de 2000), accedido 13 de junio de 2022, https://politicalscience.osu.edu/faculty/jmueller/ISA2000.pdf.
  5. John Mueller, Policy and Opinion in the Gulf War (Chicago: University of Chicago Press, 1994), 122, 134–35, 316, 317. Para una estimación de que las muertes en combate iraquíes eran demasiado altas, véase John Mueller, «The Perfect Enemy: Assessing the Gulf War», Security Studies 5, nro. 1 (otoño de 1995): 77–117, https://doi.org/10.1080/09636419508429253.
  6. Véase John Mueller y Karl Mueller, «The Methodology of Mass Destruction: Assessing Threats in the New World Order», Journal of Strategic Studies 23 (marzo de 2000): 163–87, https://doi.org/10.1080/01402390008437782.
  7. John Mueller, ed., «The Iraq War and the Management of American Public Opinion», en War and Ideas: Selected Essays (Londres: Routledge, 2011), 199, 203, 205.
  8. Mueller, War, Presidents and Public Opinion, 57.
  9. Mueller y Stewart, «Trends in Public Opinion on Terrorism», 21; Mueller, «The Iraq War», 214. Para el argumento, por otro lado, de que el público estadounidense tiene «fobia a la derrota» en lugar de «fobia a las bajas», véase Christopher Gelpi, Peter D. Feaver y Jason Reifler, Paying the Human Costs of War: American Public Opinion and Casualties in Military Conflicts (Princeton, NJ: Princeton University Press, 2009).
  10. Mueller, War, Presidents and Public Opinion, 62, 156; John Mueller, «Reflections on the Vietnam Protest Movement and on the Curious Calm at the War’s End», en Vietnam as History, ed. Peter Braestrup (Lanham, MD: University Press of America, 1984), 151–57, accedido 10 de junio de 2022, https://politicalscience.osu.edu/faculty/jmueller/BRAESTRU.pdf.
  11. Mueller, War, Presidents and Public Opinion, 164–65. Para el argumento de que el movimiento de protesta probablemente ayudó a Richard Nixon tanto en las elecciones de 1968 como en las de 1972, véase Mueller, «Reflections on the Vietnam Protest Movement».
  12. Scott Sigmund Gartner, «The Multiple Effects of Casualties on Public Support for War: An Experimental Approach», American Political Science Review 102, nro. 1 (febrero de 2008): 95–106, https://doi.org/10.1017/S0003055408080027.
  13. Mueller, «Reflections on the Vietnam Protest Movement».
  14. Para más información sobre este fenómeno, véase Yuval Noah Harari, «Yuval Noah Harari Argues That What’s at Stake in Ukraine Is the Direction of Human History», The Economist (sitio web), 9 de febrero de 2022, accedido 10 de junio de 2022, https://www.economist.com/by-invitation/2022/02/09/yuval-noah-harari-argues-that-whats-at-stake-in-ukraine-is-the-direction-of-human-history; John Mueller, The Stupidity of War: American Foreign Policy and the Case for Complacency (Nueva York: Cambridge University Press, 2021); Steven Pinker, The Better Angels of Our Nature: Why Violence Has Declined (Nueva York: Viking, 2011); John Mueller, «War Is on the Rocks», War on the Rocks, 1 de julio de 2021, accedido 10 de junio de 2022, https://warontherocks.com/2021/07/war-is-on-the-rocks/.
  15. Harari, «Yuval Noah Harari Argues That What’s at Stake in Ukraine Is the Direction of Human History».
  16. John Mueller y Mark G. Stewart, «America the Humble: The End of Post-9/11 Militarism», Cato Institute, 30 de septiembre de 2021, accedido 10 de junio de 2022, https://www.cato.org/commentary/america-humble-end-post-9/11-militarism.
  17. Daniel Treisman, «Why Putin Took Crimea: The Gambler in the Kremlin», Foreign Affairs 95, nro. 3 (mayo/junio de 2016), accedido 10 de junio de 2022, https://www.foreignaffairs.com/articles/ukraine/2016-04-18/why-russian-president-putin-took-crimea-from-ukraine.
  18. Samuel Charap y Timothy J. Colton, Everyone Loses: The Ukraine Crisis and the Ruinous Contest for Post-Soviet Eurasia (Londres: Routledge, 2017), 161.
  19. Anders Åslund, Russia’s Crony Capitalism: The Path from Market Economy to Kleptocracy (New Haven, CT: Yale University Press, 2019), 242.
  20. Samuel A. Greene, «From Boom to Bust: Hardship, Mobilization and Russia’s Social Contract», Daedalus 146, nro. 2 (primavera de 2017): 115, https://doi.org/10.1162/DAED_a_00439.
  21. Timothy Frye, Weak Strongman: The Limits of Power in Putin’s Russia (Princeton, NJ: Princeton University Press, 2021), 90.
  22. Patricia Cohen y Valeriya Saronova, «In Russia, as Prices Soar, the Outlook for Its Economy Grows ‘Especially Gloomy,’» New York Times (sitio web), 19 de mayo de 2022, accedido 10 de junio de 2022, https://www.nytimes.com/2022/05/19/business/economy/russia-economy.html.
  23. Office of the Press Secretary, «Press Conference by the President», The White House, 16 de diciembre de 2016, accedido 13 de junio de 2022, https://obamawhitehouse.archives.gov/the-press-office/2016/12/16/press-conference-president; véase también Åslund, Russia’s Crony Capitalism.

John Mueller es politólogo de la Ohio State University y becario sénior del Cato Institute. Tiene una maestría y un doctorado por la Universidad de California en Los Ángeles. Es autor de numerosos libros, monografías, artículos, ponencias y editoriales sobre temas relacionados con la ciencia política.

 

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