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Matthew Ridgway y el valor del disentimiento persistente

Conrad C. Crane, PhD

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El general de división Matthew B. Ridgway

Derechos reservados por el autor. Tomado de la revista Parameters Tomo 51(2), número de verano de 2021.

Un artículo publicado en una reciente edición de la revista Parameters describía al general Matthew Ridgway como un modelo del tradicional enfoque estadounidense de asesoramiento militar a las autoridades civiles, un oficial que prestaba un apoyo incuestionable a las decisiones finales de seguridad nacional de sus dirigentes civiles. Las memorias de Ridgway afirman que sus líderes superiores civiles «podían esperar expresiones intrépidas y francas de una opinión profesional honesta y objetiva hasta el momento en que ellos mismos, los líderes civiles, anunciaban sus decisiones. A partir de entonces, podían esperar una ejecución completamente leal y diligente de esas decisiones»1. Sin embargo, en el párrafo anterior de la memoria, Ridgway señala: «las autoridades civiles deben respetar escrupulosamente la integridad, la honestidad intelectual, de su cuerpo de oficiales. Cualquier esfuerzo por forzar la unanimidad de opiniones, por obligar a la adherencia a alguna “línea de partido” político-militar en contra de las opiniones honestamente expresadas de los oficiales responsables... es una práctica perniciosa que pone en peligro, en lugar de proteger, la integridad de la profesión militar»2.

Ridgway profundizó en esta postura en páginas posteriores. «Al principio de mi carrera me di cuenta de que, cuando se trata de grandes temas, no basta con expresar tus opiniones verbalmente y dejarlo así. Es necesario ponerlas por escrito, con tu firma. De ese modo, pasan a formar parte del registro histórico»3. Ridgway creía que los líderes civiles tenían la autoridad para discrepar del consejo militar y tomar un rumbo diferente, pero también creía que debían asumir la responsabilidad de cualquier resultado. Condenó «un esfuerzo deliberado por calmar y adormecer a la opinión pública colocando la responsabilidad donde no corresponde, transmitiendo la falsa impresión de que había un acuerdo unánime entre las autoridades civiles y sus asesores militares»4.

En este caso, Ridgway se refería específicamente a sus abiertos desacuerdos con la administración de Eisenhower sobre sus políticas de defensa New Look, que le llevaron a ocupar el puesto de jefe del Estado Mayor del Ejército durante solo dos años. Como también afirmó en sus memorias, «bajo ninguna circunstancia, independientemente de las presiones de cualquier fuente o motivo, el militar profesional debe ceder o comprometer su juicio por razones que no sean militarmente convincentes»5.

Aplicó una lógica similar al tratamiento de las directivas de sus superiores militares. En 1966, Ridgway pronunció un discurso en la Escuela de Comando y Estado Mayor del Ejército de EUA en el que aconsejó a la asamblea sobre la oposición a las órdenes. Reconoció que las instituciones militares debidamente:

«tratan con dureza... el incumplimiento de las órdenes en la batalla... Sin embargo, cuando se enfrentan a situaciones diferentes de las previstas, así como en la transición de los planes a las órdenes, a veces surge el desafío a la propia conciencia, el impulso imperioso de oponerse a las operaciones temerarias antes de que sea demasiado tarde, antes de que se emitan las órdenes y se desperdicien vidas innecesariamente»6.

Ridgway afirmó que las decisiones más difíciles de tomar eran «las que implican decir lo que se piensa sobre algún plan descabellado que propone comprometer a las tropas a la acción en condiciones en las que el fracaso parece casi seguro, y los únicos resultados serán el sacrificio innecesario de vidas inestimables… Es inexcusable que un comandante de batalla acepte el sacrificio innecesario de sus hombres»7. Citando al general George C. Marshall, observó: «Es difícil conseguir que los hombres hagan esto, porque es cuando te juegas tu carrera, quizás tu cargo»8. Para Ridgway, no importaba si el «plan descabellado» provenía de líderes civiles o militares.

En un discurso de 1966, Ridgway citó dos ejemplos en los que luchó para evitar «sacrificios innecesarios» mientras comandaba la 82a División Aerotransportada en Italia. En un caso, se opuso a un ataque propuesto por su división a través del río Volturno, en terreno abierto con fuego enemigo desde ambos flancos y el frente, que consideraba una misión suicida con pocas posibilidades de éxito. Al principio, discutió su oposición con el general Lucien Truscott, de la 3a División de Infantería, que coincidió con la opinión de Ridgway. Tras esa discusión, Ridgway elevó sus quejas al comandante de su cuerpo de ejército, y luego al comandante del Ejército, antes de conseguir finalmente la cancelación de la operación9.

Y la oposición basada en el mejor juicio militar no cesó solo porque se hubiera tomado la decisión de ejecutar la operación. En el segundo ejemplo, la división de Ridgway recibió órdenes de saltar sobre Roma en septiembre de 1943 para la operación Giant II, en apoyo del desembarco en Salerno. El general Sir Harold Alexander, comandante del 15o Grupo de Ejércitos, le dijo a Ridgway que debía esperar a que las fuerzas terrestres se unieran a él «en tres días, cinco como máximo»10. Las suposiciones incluían una ligera oposición a pesar de que seis divisiones alemanas estaban cerca de la ciudad y la ayuda de los italianos que estaban dispuestos a romper su alianza con Alemania.

Ridgway estaba consternado. La misión situaría a su división fuera del alcance del apoyo de cazas y bombarderos en picado. Además, sabía que las fuerzas terrestres nunca llegarían a la ciudad a tiempo para salvar a sus soldados de una terrible masacre. Mientras sus tropas seguían preparándose para la operación, Ridgway montó una campaña para detenerla. Se puso en contacto con un firme defensor de la operación, el general Walter Bedell Smith, entonces jefe de estado mayor del comandante del teatro de operaciones, el general Dwight D. Eisenhower. Bedell Smith recomendó a Ridgway que se dirigiera a Alexander. Aunque no canceló el lanzamiento, Alexander aprobó el envío de una delegación clandestina, dirigida por el comandante de artillería de Ridgway, el general de brigada Maxwell Taylor, a Roma para evaluar los preparativos italianos. Taylor quedó horrorizado por lo que encontró y envió cuatro mensajes apoyando la cancelación de la operación, el último apenas unas horas antes de que los primeros aviones despegaran11.

Para entonces, Eisenhower había recibido más información sobre la falta de capacidad y preparación italiana, y tras el último mensaje de Taylor, Alexander envió una orden a Ridgway cancelando la operación Giant II. Pero no se recibió ningún acuse de recibo. Eisenhower ordenó al general de brigada Lyman Lemnitzer, el subcomandante estadounidense de Alexander, que entregara la orden de cancelación personalmente a Ridgway por vía aérea.

Sesenta y dos aviones de transporte ya estaban dando vueltas en el aeródromo de Licata cuando llegó Lemnitzer, que empezó a disparar frenéticamente bengalas para llamar la atención de todos. Los despegues se detuvieron, Lemnitzer aterrizó y encontró a Ridgway con su paracaídas, preparándose para subir a un avión C-47. Ridgway había pasado el día reconciliándose con una operación que destruiría su división, después de sus intentos fallidos de disuadir a sus comandantes de este curso de acción. Inmediatamente, Ridgway ordenó el regreso de los paracaidistas que se encontraban en el aire, y los demás volvieron a sus tiendas de campaña. «Exhausto y aliviado, Ridgway entró a trompicones en una tienda donde uno de sus oficiales estaba sentado temblando en un catre. Ridgway se sirvió dos tragos de whisky y mientras la oscuridad caía y la calma volvía a envolver a Licata Sur, se sentaron juntos, desplomados, en silencio salvo por el sonido de su llanto»12.

Los límites del poderío aéreo

En sus memorias, Ridgway se muestra muy orgulloso de haber contribuido a otra de «esa lista de accidentes trágicos que, afortunadamente, nunca se produjeron», a saber, una intervención estadounidense para sacar de apuros a los franceses en Indochina en 1954, inicialmente con grandes ataques aéreos13. La serie de acontecimientos que condujeron a la muerte de la operación Vulture [Buitre] comenzó en abril de 1951, cuando el general Douglas MacArthur fue relevado del mando de las fuerzas de la ONU en Corea. Aunque las fuerzas de la ONU y su fuerza aérea habían tenido éxito inicialmente al destruir la mayor parte del Ejército Popular de Corea del Norte y alcanzar el río Yalu, la masiva intervención comunista china había hecho retroceder al comando de MacArthur en la península en noviembre y diciembre. Solo en febrero el rejuvenecido Octavo Ejército, bajo el mando de Ridgway, había empezado a recuperar la iniciativa.

En abril, había una gran ansiedad popular en Estados Unidos. Las encuestas de opinión pública revelaron que la mayoría de los estadounidenses estaban a favor de ataques aéreos contra Manchuria, y un tercio de los encuestados abogaba por una guerra general con China. El presidente Harry Truman ordenó el despliegue de bombarderos del Comando Aéreo Estratégico con armas atómicas a Okinawa el 6 de abril de 1951, en respuesta a la concentración de fuerzas soviéticas en el Lejano Oriente y a los ominosos preparativos aéreos y terrestres de China para su ofensiva de primavera. La destitución de MacArthur hizo temer que los comunistas pudieran intensificar la guerra para aprovechar las oportunidades creadas por el cambio de mando de la ONU a Ridgway. Pero en mayo, las fuerzas del nuevo comandante detuvieron la masiva ofensiva china de quinta fase y comenzaron una serie de fuertes contraataques. El lento, pero inexorable, avance de Ridgway solo se detuvo con la apertura de las negociaciones de armisticio en julio del mismo año14.

Después de reemplazar a MacArthur y detener el avance comunista, Ridgway se enfrentó al reto de negociar con un enemigo difícil mientras sus opciones militares para influir en la mesa de paz eran limitadas. Una vez que las líneas de batalla se estabilizaron a lo largo de un frente atrincherado y se iniciaron las conversaciones de armisticio, Ridgway determinó que la potencia aérea sería su mejor opción para ejercer una presión militar coercitiva sobre el enemigo. El 13 de julio de 1951, Ridgway dio instrucciones a sus Fuerzas Aéreas del Lejano Oriente (FEAF) y a las unidades aeronavales, «deseo que actúen durante este período de negociaciones para explotar todas las capacidades del poderío aéreo a fin de obtener el máximo beneficio de nuestra capacidad para castigar al enemigo dondequiera que esté [en Corea]»15.

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Ridgway creía que los líderes civiles tenían la autoridad para discrepar del consejo militar y tomar un rumbo diferente, pero también creía que debían asumir la responsabilidad de cualquier resultado.

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Aunque Ridgway creía que el aumento de los bombardeos produciría resultados en las conversaciones de paz, todavía tenía que lidiar con los líderes civiles estadounidenses en Washington que no querían escalar más la guerra. Estaban especialmente preocupados por los ataques a las principales ciudades norcoreanas. El 21 de julio, Ridgway informó a la Junta de Jefes de Estado Mayor (JCS) de EUA de que una parte clave de su plan «para ejercer una presión implacable sobre las fuerzas comunistas» era «un ataque aéreo total sobre Pyongyang» con 140 bombarderos medianos y ligeros y 230 cazas, que se ejecutaría el primer día despejado después del 24 de julio. Esta operación «aprovecharía la acelerada concentración de suministros y personal» en la zona, «produciría un golpe devastador a la capital norcoreana» y compensaría los numerosos vuelos recientes cancelados por el mal tiempo16.

La preocupación de Ridgway por el mal tiempo resultó ser fundada. Cuando el 30 de julio, tras la aprobación de la JCS, se organizó finalmente el ataque total contra Pyongyang, el deterioro de las condiciones meteorológicas obligó a desviar los bombarderos ligeros y medianos hacia objetivos secundarios, mientras que el humo y la nubosidad dificultaron cualquier evaluación de las 620 misiones de cazas y bombarderos. Los resultados se consideraron indecisos, por lo que el 14 de agosto de 1951 el Comando de Bombarderos de las FEAF llevó a cabo otro asalto a gran escala sobre la capital. Dos grupos de bombarderos tipo B-29 del Comando Aéreo Estratégico tuvieron que utilizar el radar para lanzar las bombas a través de las capas de nubes. Ridgway se sintió decepcionado por los escasos resultados y las víctimas civiles colaterales, y ordenó a las FEAF que esperaran a que el tiempo fuera excelente para realizar más incursiones importantes17.

Animado por su éxito en conseguir el permiso de la JCS para bombardear Pyongyang, Ridgway volvió a proponer un ataque al puerto de Rashin, una ciudad cercana a la frontera con la Unión Soviética. Los reconocimientos aéreos revelaron una amplia concentración de material y suministros que podían ser canalizados hacia el sur a través del complejo de carreteras y ferrocarriles de la zona. En respuesta a las preguntas sobre sus planes específicos, Ridgway aseguró a los Jefes del Estado Mayor Conjunto que no violaría la frontera con ataques aéreos.

En este esfuerzo, Ridgway contaba con el firme apoyo del Estado Mayor de la Fuerza Aérea de EUA, que pensaba que las incursiones dificultarían la concentración de suministros del enemigo y presionarían a los negociadores comunistas en las conversaciones de armisticio al demostrar que «todos sus refugios no eran privilegiados»18. Rashin también se consideraba «el último gran objetivo estratégico ventajoso en Corea»19. El Estado Mayor Aéreo descartó las preocupaciones diplomáticas porque los soviéticos no habían respondido a ataques similares. El Estado Mayor Conjunto estuvo de acuerdo y obtuvo la aprobación presidencial para autorizar el bombardeo. La aviación naval dio cobertura a 35 B-29 que bombardearon el puerto con 300 toneladas de bombas el 25 de agosto con buen tiempo. No fue necesario realizar incursiones de seguimiento20.

Al final, el mayor uso de poderío aéreo no tuvo ningún impacto en las conversaciones de armisticio. Incluso después de sus intentos de influir en las negociaciones de ese verano, las prioridades aéreas de Ridgway siguieron centrándose en la coacción mediante la interdicción, una tarea difícil en Corea en 1951, pero lo mejor que pensaba que podía lograr con las limitaciones de las operaciones militares impuestas por el Estado Mayor Conjunto. Las FEAF no disponían de suficientes aviones ni de la tecnología adecuada para llevar a cabo las operaciones por la noche, mientras que el enemigo tenía mucha mano de obra para reparar los daños en las vías de comunicación21. Además, la reducción de actividades militares durante las negociaciones del armisticio hizo que los adversarios comunistas necesitaran menos suministros.

Las fuerzas aéreas de la ONU hicieron todo lo posible por cumplir las expectativas de Ridgway. Con el apoyo aéreo de la Armada de EUA, las FEAF intentaron tres programas diferentes en 1951 para interrumpir la logística de los ejércitos comunistas, pero todos estos fracasaron, y por distintas razones. El primero, el Plan de Interdicción Nro. 4, tenía como objetivo las vías ferroviarias norcoreanas, pero era demasiado ambicioso. El Comando de Bombarderos cerró con éxito 27 de las 39 estaciones de clasificación asignadas y destruyó 48 de los 60 puentes que tenía como objetivos, pero las pérdidas de los B-29 fueron cuantiosas y el sistema ferroviario demostró ser demasiado resistente para ser paralizado de forma eficaz.

Cuando las masivas ofensivas de primavera mostraron las insuficiencias de ese enfoque, las FEAF cambiaron a la operación Strangle [Estrangulamiento], centrándose principalmente en la red de carreteras norcoreana. A los aviones de la Armada, el Cuerpo de Infantería de Marina y la Fuerza Aérea de EUA se les asignaron diferentes sectores para bombardear. Hicieron cráteres en las carreteras, dispersaron tachuelas tetraédricas para destruir los neumáticos y lanzaron bombas de acción retardada para disuadir a los equipos de reparación, con más resultados decepcionantes. El enemigo sorteó los bloqueos, aceptó bajas para completar las reparaciones y explotó la falta de capacidad efectiva de bombardeo nocturno de la ONU moviéndose al anochecer. Las FEAF llegaron a lamentar el nombre de la operación, ya que suscitó expectativas muy altas.

En agosto de 1951, se inició otra campaña, el Programa de Interdicción Ferroviaria, aunque muchos oficiales de la Fuerza Aérea y la prensa todavía se referían a ella como Strangle. Este esfuerzo estaba mejor organizado y era más eficaz. Los aviones de los portaaviones atacaron las vías ferroviarias de la costa este, mientras que los aviones del Comando de Bombarderos atacaron los puentes. Un enjambre de cazabombarderos de las FEAF cortó las vías de comunicación en toda Corea del Norte. Algunas vías ferroviarias fueron abandonadas porque los equipos de reparación del enemigo no pudieron mantenerse al corriente con el ritmo de la destrucción. Los planificadores de las Fuerzas Aéreas del Lejano Oriente comenzaron a creer que los limitados recursos de camiones de los comunistas podrían obligar al enemigo a retirarse de sus posiciones a lo largo del paralelo 3822.

Pero no fue así, ya que las contramedidas del enemigo, como la construcción de puentes duplicados en puntos de cruce clave y el almacenamiento de secciones enteras de puentes para su rápida reparación, volvieron a cambiar la situación. Los informes de inteligencia estimaron que hasta 500 000 soldados y civiles mantuvieron las rutas de transporte. Aparecieron más defensas antiaéreas alrededor de los blancos clave, y los cazas MiG enemigos que operaban desde Manchuria se volvieron más agresivos. En septiembre de 1951, los MiG soviéticos y chinos superaban en número a los F-86 Sabres de EUA en el teatro de operaciones por 500 a 90. Los interceptores enemigos hicieron retroceder a los cazabombarderos de las FEAF, derribando suficientes B-29 en octubre para obligar al Comando de Bombarderos a abandonar los cielos diurnos. Estas acciones redujeron aún más la capacidad de Ridgway para mantener una presión eficaz sobre las fuerzas y líneas de suministro enemigas y, por tanto, para influir en las negociaciones23.

Al final, las esperanzas de Ridgway de poder utilizar el poderío aéreo para impedir que el enemigo acumulara suministros resultaron falsas, y se desilusionó con las afirmaciones de capacidad de la Fuerza Aérea. En una ocasión dijo a sus comandantes aéreos: «Si todos los camiones enemigos que dijeron haber destruido durante los últimos diez días, más o menos, fueran realmente confirmados, no quedaría ni un camión en toda Asia»24.

Además, la ineficacia de las campañas de interdicción no era la única razón por la que Ridgway estaba en total desacuerdo con las afirmaciones de la Fuerza Aérea sobre su papel decisivo en la guerra de Corea. Ridgway observó que las fuerzas terrestres infligieron el 97% de las bajas en el combate, y que su rendimiento «determinaba el éxito o el fracaso del esfuerzo de las Naciones Unidas que, a su vez, determinaba el curso de la política de Estados Unidos y de las Naciones Unidas»25. En sus memorias sobre la guerra de Corea, reconoció el mérito de la Fuerza Aérea por su apoyo esencial a las operaciones terrestres y por haber salvado a las fuerzas de la ONU del desastre al principio de la guerra, pero también advirtió que no se debían esperar «milagros de interdicción» del poderío aéreo en futuros conflictos26.

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Al principio de mi carrera me di cuenta de que, cuando se trata de grandes temas, no basta con expresar tus opiniones verbalmente y dejarlo así. Es necesario ponerlas por escrito, con tu firma. De ese modo, pasan a formar parte del registro histórico.

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A medida que pasaban los meses, la frustración de Ridgway con las conversaciones de armisticio persistía. Sus contiendas con los Jefes del Estado Mayor Conjunto sobre el bombardeo de Rashin y Pyongyang y la ineficacia de las campañas de interdicción habían atenuado la determinación inicial de Ridgway de utilizar el poderío aéreo para coaccionar a los negociadores enemigos. Los ejércitos comunistas interrumpieron las conversaciones en dos ocasiones, alegando ataques aéreos en el lugar de las conversaciones—una vez debido a pruebas aparentemente falsas y otra por un error real de bombardeo de la ONU—, y, por lo tanto, Ridgway se mostró reacio a elevar las apuestas y arriesgarse a que las negociaciones siguieran estancadas. En consecuencia, no aprobaría las órdenes de ampliar la lista de blancos para incluir las presas hidroeléctricas a lo largo del río Yalu, líneas de acción que seguiría su sucesor, el general Mark Clark.

En mayo de 1952, Ridgway salió del Lejano Oriente para asumir el cargo de Comandante Supremo Aliado en Europa. Mantenía un fuerte escepticismo sobre la utilidad del poderío aéreo por sí solo que tendría un impacto significativo en sus acciones futuras27.

Como jefe del Estado Mayor del Ejército entre 1953 y 1955, la desilusión de Ridgway con las capacidades del poderío aéreo en una guerra limitada se hizo evidente en sus actitudes sobre las políticas de defensa New Look que favorecían a la Fuerza Aérea y la posible intervención en Indochina para ayudar a los franceses. Al enterarse de que el gobierno de Eisenhower estaba considerando la intervención aérea por sí sola para salvar a la asediada guarnición francesa en Dien Bien Phu y ayudarla a derrotar al Viet Minh, expresó su temor de que Estados Unidos hubiera olvidado ya la «amarga lección» de Corea «de que el poderío aéreo y naval por sí solos no pueden ganar una guerra y que unas fuerzas terrestres inadecuadas tampoco pueden ganarla»28. Estaba decidido a evitar «cometer ese mismo trágico error» en Indochina29.

La cancelación la operación Vulture

La planificación de la operación Vulture (Buitre, en español) comenzó en serio a mediados de abril de 1954. En una visita rutinaria de enlace a Vietnam, el comandante de las FEAF, el general Earle Partridge, fue informado por los franceses de que la operación aérea para salvar Dien Bien Phu había sido autorizada a través de canales diplomáticos. Partridge no había recibido información sobre la aprobación de la operación; no obstante, ordenó al jefe del Comando de Bombarderos de las FEAF, el general de brigada Joseph Caldera, que preparara un plan de contingencia. El Comando de Bombarderos aún disponía de su contingente de B-29 de tiempos de guerra para un ataque masivo, pero Caldera previó muchos problemas con la operación cuando voló a Vietnam para consultar con los franceses, incluyendo el hecho de que «no había verdaderos objetivos para los B-29» en la zona, y el mal tiempo del monzón requería el uso de sistemas de guía por radar que los franceses no poseían30.

Sin embargo, la oposición a la operación Vulture pronto obviaría la necesidad de dicha planificación. Ridgway lideró los esfuerzos en su contra con el Estado Mayor Conjunto, impulsado por el hecho de que el presidente de la Junta, el almirante Arthur Radford, respaldaba la misión. Las tácticas prepotentes de Radford para coaccionar a Ridgway para que accediera a las políticas del New Look habían envenenado las relaciones entre los dos hombres. Ridgway consideraba el New Look «una política equivocada que ponía en peligro la seguridad de la nación»31. Expresó con franqueza estas opiniones en las audiencias del Congreso, lo que complació a la oposición demócrata y acabó convirtiéndolo en persona non grata para Eisenhower32.

Ridgway fue igual de franco sobre su posición de ayuda a los franceses en marzo de 1954, cuando el tema surgió en una reunión para el general Paul Ely, jefe del estado mayor de las fuerzas armadas francesas, en la casa de Radford. Ely estaba en Washington para conseguir ayuda adicional debido a la grave situación en Dien Bien Phu y en Indochina. Cuando el solidario Radford preguntó si los franceses solo necesitaban más poderío aéreo para tener éxito, Ridgway cuestionó la afirmación antes de que Ely pudiera responder. Más tarde, en su diario, señaló que «la experiencia de Corea, donde teníamos un dominio total del aire y una fuerza aérea mucho más poderosa, no nos daba ninguna base para pensar que un poderío aéreo adicional iba a dar resultados decisivos en tierra»33.

Ridgway movilizó entonces al resto de los Jefes del Estado Mayor Conjunto, de modo que cuando Radford defendió su propuesta de apoyar a los franceses unos días más tarde, estaban unificados en su oposición. Radford pidió entonces las opiniones escritas de cada jefe. El argumento de Ridgway, cuidadosamente elaborado, sobre los costos y riesgos estratégicos de una posible implicación en Indochina fue finalmente enviado al secretario de Defensa. Ridgway también ordenó a su director de operaciones, el general de división James Gavin, que enviara un equipo al teatro de operaciones para evaluar sus condiciones. Regresaron con un informe sombrío en el que se destacaban las instalaciones de apoyo inadecuadas, las enormes dificultades logísticas en el teatro, el número de tropas necesarias para las operaciones y el impacto en las reservas estratégicas.

En estos cálculos estaba implícita la suposición de que el poderío aéreo por sí solo no salvaría a los franceses ni derrotaría al Viet Minh. Ridgway aprovechó los contactos que tenía en Francia desde su época como comandante Supremo Aliado en Europa para monitorear las solicitudes de apoyo adicionales de Francia, y utilizó la información privilegiada para mantener a los demás jefes alineados con él, especialmente al jefe de Estado Mayor de la Fuerza Aérea, el general Nathan Twining. Con el tiempo, Ridgway preparó una sesión informativa para el Consejo de Seguridad Nacional y pidió que la pronunciara con la asistencia del presidente Eisenhower. Cuando Ely volvió para hacer una última petición de apoyo tras la caída de Dien Bien Phu en mayo, Ridgway seguía sin confiar en Radford. En consecuencia, convenció a los demás jefes para que acordaran que ningún miembro del Estado Mayor Conjunto pudiera reunirse a solas con Ely34.

Los argumentos de Ridgway en la sesión informativa del Consejo de Seguridad Nacional de junio de 1954, que podrían resumirse en «diez divisiones y diez años» para ganar en Indochina, incluso sin la intervención china, aparecieron en un artículo de la revista US News & World Report ese mismo mes. El artículo argumentaba que se necesitarían más soldados para luchar en Indochina que en Corea, y que los presupuestos de defensa se dispararían mientras se cuadruplicarían las necesidades de reclutamiento. La falta de aliados y bases fiables complicaría los problemas logísticos «casi insuperables», mientras que la guerra en la selva anularía cualquier ventaja estadounidense en cuanto al «equipo mecanizado y móvil»35. Los comentarios de Ridgway fueron probablemente filtrados por miembros del personal de Eisenhower, para utilizar los argumentos de otro respetado comandante militar para apoyar la decisión del presidente de no intervenir.

Ridgway no era el único líder en Washington que se oponía firmemente a la ayuda unilateral a los franceses. A principios de abril de 1954, congresistas clave también mostraron poca confianza en la opción aérea, advirtiendo que «una vez comprometida la bandera, el uso de las fuerzas terrestres seguramente seguiría»36. También exigieron que Gran Bretaña y otros aliados participaran en una intervención colectiva. El senador demócrata Richard B. Russell, de Georgia, lideró la oposición del Congreso a la operación Vulture. Ridgway lo consideraba un aliado en sus esfuerzos por mantenerse fuera de Indochina, ya que Russell recordaba sin duda los enconados debates sobre las infladas expectativas del poderío aéreo cuando presidió las audiencias conjuntas de mayo de 1951 tras el relevo de MacArthur por parte de Truman37.

El general de división Matthew B. Ridgway

La operación Vulture murió al negarse Gran Bretaña a participar en la «guerra de Radford contra China»38. Las conversaciones estadounidenses y francesas sobre la intervención continuaron tras la caída de Dien Bien Phu a principios de mayo, pero no hubo ningún plan serio. Historiadores como George Herring y Richard Immerman creen que Eisenhower estaba más dispuesto a intervenir de lo que admitió posteriormente en sus memoria39. Otros, como Melanie Billings-Yun, piensan que Eisenhower nunca quiso intervenir militarmente, pero que no podía permitirse adoptar esa posición abiertamente sin debilitar la motivación de Francia para ganar la guerra y sin poner en duda el compromiso de Estados Unidos con la seguridad del Sudeste Asiático40.

Si Billings-Yun tiene razón, las lecciones de la guerra aérea de Corea estaban lo suficientemente frescas en 1954 como para ayudar a inspirar una oposición ruidosa que reforzara la inclinación del presidente a evitar la participación militar directa en Indochina. Si Herring e Immerman están en lo cierto, esa oposición puede haberlo hecho cambiar de opinión al demostrar lo peligrosa y divisiva que sería incluso una intervención aérea limitada. Ridgway escribió sobre su papel:

«Cuando llegue el día de enfrentarme a mi Creador y rendir cuentas de mis actos, de lo que me sentiría más humildemente orgulloso es de haber luchado contra, y quizás contribuido a impedir, la realización de algunos planes tácticos descabellados que habrían costado la vida a miles de hombres. A esa lista de incidentes trágicos que afortunadamente nunca se produjeron añadiría la intervención en Indochina»41.

Legados de liderazgo

Una década más tarde, cuando los problemas en Indochina volvieron a tentar la participación estadounidense, Ridgway ya no ocupaba un puesto de responsabilidad o influencia. Su independencia y su franqueza como jefe de Estado Mayor del Ejército le llevaron a la jubilación anticipada en 1955, siendo su destino un eco de las advertencias de Marshall sobre el disentimiento fuerte. La única opción de la que disponía Ridgway era advertir tardíamente en artículos y en un libro sobre los objetivos políticos poco claros y advertir sobre las limitaciones del poderío aéreo y las dificultades de las operaciones en Indochina42.

Resulta irónico que el general retirado del ejército que tenía los oídos de los presidentes John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson era en cambio Taylor, el sucesor de Ridgway y un entusiasta defensor de la intervención en Vietnam. Como jefe del Estado Mayor del Ejército, Taylor también se opuso a las políticas del New Look de Eisenhower, pero no fue tan abiertamente combativo. En cambio, dejó que Gavin dirigiera la oposición e hizo que un grupo clandestino de coroneles del G-3 [la sección de operaciones del Estado Mayor Conjunto] escribiera artículos y filtrara información para socavar las iniciativas de seguridad del presidente. Con el tiempo, los oficiales fueron descubiertos y se le dijo a Taylor que los relevara. Lo hizo, pero también les dio nuevas asignaciones doradas, apreciando el hecho de que habían asumido la culpa por él. Gracias a estos relevos y a su disentimiento más discreto, pudo mantener su posición en los círculos internos de Kennedy y Johnson cuando se tomaron decisiones importantes sobre Vietnam en la década de 196043.

En retrospectiva, la participación de Estados Unidos en Vietnam podría haber sido más eficaz en 1954, cuando las fuerzas comunistas no estaban tan organizadas ni bien abastecidas y China aún se tambaleaba tras la guerra de Corea. Pero Estados Unidos no estaba preparado para un conflicto a gran escala en ese país. Todos los argumentos de Ridgway en contra de la intervención en 1954 seguían siendo válidos diez años después, pero ya no estaba en condiciones de hacer ese planteamiento a los líderes nacionales. Otra advertencia sobre el disentimiento persistente y que pone en riesgo la carrera profesional en cuestiones importantes es que el esfuerzo puede convertirse en «una sentencia de muerte profesional», y eso solo se puede hacer una vez.

Sin embargo, hay ocasiones en las que deben asumirse tales riesgos, especialmente cuando se trata de riesgos significativos para las vidas y los recursos estadounidenses. En enero de 2004, Michael O’Hanlon condenó enérgicamente a los líderes del Ejército por llevar a cabo un plan para invadir Iraq que sabían que era profundamente defectuoso. Argumentó que sabían que los preparativos posconflicto eran deficientes y que estaban obligados a encontrar alguna forma de arreglar la operación Iraqi Freedom o negarse a ejecutarla44. Incluso Ridgway no habría defendido ese curso de acción, pero quizás el general Eric Shinseki, que expresó sus preocupaciones sobre las fuerzas de ocupación en una infame audiencia del Comité de Servicios Armados del Senado en febrero de 2003, podría haberse beneficiado de la adopción de algunos aspectos del libro de jugadas de Ridgway de 1954.

Como es el caso en cualquier analogía histórica, hay muchas diferencias clave. Después de la Ley de Reorganización del Departamento de Defensa Goldwater-Nichols de 1986, el puesto de jefe de Estado Mayor del Ejército no ha sido tan poderoso como lo fue en 1954, y en 2003, el entonces secretario de Defensa Donald Rumsfeld mantuvo un estricto control sobre el flujo de información en el Pentágono. Pero tal vez Shinseki podría haber movilizado a los demás jefes en apoyo de su posición y haber preparado un sólido memorándum sobre sus preocupaciones para que sea parte del registro histórico. También podría haber considerado al senador Carl Levin—presidente del comité—, que hizo las preguntas difíciles durante la audiencia de febrero, como un aliado en sus esfuerzos por ajustar los niveles de fuerza.

Podría haber habido implicaciones para la carrera, pero Shinseki ya había sido prácticamente despedido y su sucesor designado. Sin embargo, el jefe del Ejército optó por seguir el «modelo tradicional» y, tras la audiencia del Senado, mantuvo en privado el resto de sus preocupaciones, incluso después de las mordaces refutaciones públicas del secretario de Defensa y de sus subordinados clave45. Nunca sabremos si un disentimiento más persistente y abierto podría haber marcado la diferencia o no. Es posible que haya forzado ajustes en el plan de invasión, o que dicho disentimiento haya agriado aún más las relaciones entre civiles y militares.

Un exceso de disentimiento puede hacer que la persona parezca obstruccionista o que no juega en equipo. Incluso Ridgway abogó por una fuerte resistencia solo en casos extremos. Pero hay ocasiones en las que la responsabilidad de un líder militar ante la nación y su profesión de dar el mejor consejo militar y preservar vidas preciosas y recursos económicos tiene más peso que las consideraciones operacionales o políticas. Estas ocasiones son raras, pero las consecuencias de una débil aquiescencia en estas situaciones podrían ser catastróficas. El uso cuidadoso de disentimiento es otra responsabilidad de los líderes de nivel estratégico a medida que ascienden en las filas de la toma de decisiones nacionales.


Notas

 

  1. John C. Binkley, «Revisiting the 2006 Revolt of the Generals», Parameters 50, nro. 1 (primavera de 2020): 25, https://press.armywarcollege.edu/parameters/vol50/iss1/1/.
  2. Matthew B. Ridgway, Soldier: The Memoirs of Matthew B. Ridgway as Told to Harold H. Martin (Nueva York: Harper & Brothers, 1956), 270.
  3. Ridgway, Soldier, 287.
  4. Ridgway, Soldier, 288.
  5. Ridgway, Soldier, 272.
  6. Matthew B. Ridgway, «Leadership», Military Review 46, nro. 10 (octubre de 1966): 44–45.
  7. Ridgway, «Leadership», 45.
  8. Ridgway, «Leadership», 45.
  9. Ridgway, «Leadership», 45.
  10. Ridgway, Soldier, 81.
  11. Ridgway, Soldier, 80–82; y D. K. R. Crosswell, Beetle: The Life of General Walter Bedell Smith, American Warrior Series (Lexington: University Press of Kentucky, 2010), 502–3.
  12. Crosswell, Beetle, 504; y Rick Atkinson, The Day of Battle: The War in Sicily and Italy, 1943– 1944 (Nueva York: Henry Holt and Company, 2007), 194–95.
  13. Ridgway, Soldier, 278.
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Conrad C. Crane, PhD, es jefe de análisis e investigación del Centro de Patrimonio y Educación del Ejército y autor del libro American Airpower Strategy in World War II: Bombs, Cities, Civilians, and Oil (2016).

 

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