Revista Profesional del Ejército de EUA

Edición Hispanoamericana

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(Fecha de publicación original: Military Review Edición Hispanoamericana Enero-Febrero 2011)

Una discusión de la gran estrategia

Capitán de Fragata (R) John T. Kuehn, Ph.D., Armada de EUA

En la histórica Conferencia de Potsdam el 17 de julio de 1945, se definieron los principios básicos para el establecimiento de una transición pacífica y democrática en Alemania después de la Segunda Guerra Mundial. Josef Stalin, Harry Truman y Winston Churchill conversan informalmente durante un receso. (Archivo Federal Alemán, 183-29645-001)

A nivel estratégico, la campaña reemplaza el enfrentamiento, y el teatro de operaciones toma el lugar de la posición. En la siguiente etapa, la guerra, como un todo, reemplaza la campaña, y todo el país reemplaza al teatro de operaciones.

—Carl Von Clausewitz


Recientemente, han habido muchos editoriales e incluso sermones, sobre el tema de la gran estrategia estadounidense. Ha emergido el consenso de que Estados Unidos no tiene una gran estrategia. En un extremo del espectro de opinión, tenemos a Andrew Bacevich de la Universidad de Boston, que sostiene lo siguiente: «No hay zar para la estrategia. Esta cartera sumamente crucial sigue vacante». Al otro extremo del espectro, el ubicuo Ralph Peters escribe: «Una pausa para considerar cuántas ideas inflexibles pasan a ser analizadas en Washington». Los dos hombres hacen referencia a la estrategia estadounidense —o falta de la misma— en Afganistán1. En agosto de 2009, en la inauguración del año electivo de la Escuela de Comando y Estado Mayor (CGSC, por sus siglas en inglés), el general retirado del Cuerpo de Infantería de Marina Anthony Zinni insinuó que el tipo de «reorganización» que ocurrió después de la Segunda Guerra Mundial bajo el presidente Truman y el general George C. Marshall no ha vuelto a suceder desde ese entonces. Someto a consideración que cuando el general Zinni dijo «reorganización» quiso decir la «gran estrategia»2. Las implicancias de este punto de vista son inquietantes. ¿Cómo podría ser que un poder global como Estados Unidos carece de la condición absolutamente indispensable de una coherente estrategia de seguridad nacional?

A fin de tener una discusión útil sobre el tema, necesitamos definir los términos de la misma. En primer lugar, en las escuelas del nivel intermedio de los diferentes servicios no se estudia el concepto de la gran estrategia de manera uniforme. En la Escuela de Comando y Estado Mayor los oficiales superiores tampoco estudian la gran estrategia como un nivel distinto de la guerra, y en el Manual de Campaña (Field Manual– FM, por sus siglas en inglés) 3-0, Operations —la doctrina operacional superior del Ejército de EUA— no se menciona. A fin de no ser injustos, algunos profesores de la Escuela de Comando y Estado Mayor enseñan el concepto —pero por iniciativa propia. Por otro lado, en la Escuela Superior de Guerra de la Marina se expone a los estudiantes al concepto desde un principio y frecuentemente durante el plan de estudios3. Tal vez la obra maestra de Clausewitz, De la Guerra, es la que mejor define la gran estrategia: «A nivel estratégico, la campaña reemplaza al enfrentamiento, y el teatro de operaciones toma el lugar de la posición. En la siguiente etapa, la guerra, como un todo, reemplaza la campaña, y todo el país reemplaza al teatro de operaciones». En otras palabras, la gran estrategia es «la siguiente etapa», que abarca las consideraciones estratégicas de «todo el país»4.

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Los Estados Unidos ha tenido una cultura estratégica, pero no una gran estrategia, durante, como mínimo, la administración presidencial actual y las tres anteriores, y quizás más…

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La metodología desigual con que se trata la gran estrategia en la educación profesional militar es sólo un síntoma de un problema estadounidense mucho más grande a este nivel de la guerra. Sin embargo, no es el único problema. Hay precedentes históricos de esta situación en la cual un poder global o imperial careció de una gran estrategia coherente más allá de solo «mantenerse en la cumbre». Por ejemplo, los especialistas clásicos aún debaten si, en realidad, Roma o China antigua tuvieron grandes estrategias que se comprendieron como tales por sus élites reinantes5. Recientemente ha surgido un sorprendente número de libros sobre el tema de la gran estrategia en Estados Unidos, pero se sospecha que el público que los lee es limitado6. Además está la cuestión de la cultura estratégica, término que resulta a veces como perverso y con múltiples definiciones. Yo defino la cultura estratégica como un conjunto de tendencias estratégicas predispuestas. Estas tendencias no necesariamente equivalen a una gran estrategia coherente7. Estados Unidos ha tenido una cultura estratégica, pero no una gran estrategia durante, como mínimo, la administración presidencial actual y en las tres anteriores, tal vez aún más, y puede ser que especialistas tal como Andrew Bacevich tengan razón.

Un buen punto de partida para comenzar a buscar una gran estrategia coherente se encuentra en la Constitución de Estados Unidos, de la cual podemos extrapolar una gran estrategia coherente. Si bien los formuladores de dicho documento no podían prever los elementos del poder nacional que Estados Unidos comenzó a ejercer en el siglo XX, probablemente siempre creyeron en el potencial del poder latente que por su sistema de gobierno se veía promisorio. Eran hombres que creyeron que las ideas eran importantes y que un sistema atractivo de gobierno democrático y republicano podría ejercer un poder inigualable en sí, si se combinaba con los ricos recursos de América del Norte. Las metas de una gran estrategia exclusivamente estadounidense no se circunscriben a un juego de adivinanzas y jamás lo han hecho. El Preámbulo de la Constitución expresamente las enuncian: «establecer la Justicia, garantizar la Tranquilidad nacional, favorecer la Defensa común, fomentar el Bienestar general y asegurar los Beneficios de la Libertad para nosotros y para nuestros Descendientes»8. Los autores del Preámbulo tenían en mente una perspectiva a largo plazo cuando declararon estas metas para sus descendientes —nosotros. Además, la parte principal de la Constitución implica los medios para lograr estos nobles objetivos. Los medios culturales podrían ser el mismo documento en sí, un modelo de equilibrios de poder que emplea «la trinidad» de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial que contrapesan y se equilibran el uno con el otro. Un amplio espectro de organizaciones políticas en todo el mundo refleja este sistema. El mensaje, todavía en cuestión al momento de su redacción fue «Nuestro sistema funciona, ¡pruébelo!»

Un oficial del Ejército Brasileño que cursaba en la Escuela de Comando y Estado Mayor en el Fuerte Leavenworth, Kansas, dio una presentación como parte del programa, sobre su país a otros estudiantes, sus familias y civiles interesados del lugar titulada «Conociendo nuestro Mundo» en donde trató temas políticos que incluían una analogía de su país con el modelo estadounidense: tres distintos poderes de gobierno, una legislatura bicameral, el control civil de los militares e incluso una ciudad capital (sede del gobierno) que se había formado de la tierra virgen y se había dado su propio status político, conformaba una provincia distinta9. La manera de convertirse en un país excepcional era adoptar el modelo político estadounidense. Esto sirve de ejemplo del poder cultural, uno de los elementos de la gran estrategia.

El general David H. Petraeus, Ejército de EUA, Comandante, Fuerza de Asistencia de Seguridad Internacional (ISAF), consultando con el teniente coronel David Oclander, Comandante del 1/504 Regimiento de Infantería de Paracaidistas de la 82ª División Aerotransportada, el 9 de julio de 2010, en Kandahar, Afganistán. (ISAF, Sgto. Bradley Lail)

No obstante, este modelo no puede ser analizado al margen de los contextos históricos y geográficos. Estos contextos nos llevan a otros elementos en la gran estrategia de la Constitución —que ya no son bien comprendidos— y explican por qué Estados Unidos no tiene una gran estrategia en la actualidad. En pocas palabras, los estadounidenses no comprenden la geografía ni la historia, y su sistema educacional lo refleja10. Esto no siempre fue el caso. Los fundadores comprendieron el poder de la defensa natural que su situación geográfica ofrecía. Consecuentemente, dispusieron el desarrollo de una Armada para aprovechar el hecho de que los océanos Atlántico y Pacífico protegían a su «Nuevo Jerusalén». El asunto de la defensa del territorio nacional solo era una cuestión geográfica y contar con un suficiente número de barreras (ya fueran fuertes costeros o una flota) para actuar como una póliza de seguro. Como bien señalara George Washington, «Sin una fuerza naval decisiva, no podemos hacer nada definitivo, y con ella, todo lo honorable y glorioso»11.

En tierra, fue una situación diferente. Aquí, el contexto histórico provenía del patrimonio británico de Estados Unidos tanto como lo era la filosofía de la época de la ilustración. Las experiencias de los británicos en la semi-dictadura de Oliver Cromwell y luego en la Revolución Gloriosa que destronó al rey James II, los dejó tanto a ellos como a sus sobrinos coloniales con una profunda desconfianza en los hombres fuertes y en los ejércitos permanentes. Además, la experiencia de las Guerras Franco-Indias y la Revolución Estadounidense crearon un mito sobre la eficacia de la milicia. De ese modo, la Constitución consagró el concepto del soldado-civil en la Segunda Enmienda, limitando, al mismo tiempo, la capacidad de establecer un ejército permanente en el artículo I, sección 8, párrafo 12 del mismo documento. En la misma sección se incluyó la cláusula del establecimiento de la Armada, así como la disposición sobre la guerra comercial en el mar en el párrafo 1112. Con el transcurrir del tiempo, la gran estrategia llegó a abarcar la no intervención militar fuera del hemisferio occidental, el libre acceso comercial a cualquier mercado deseado por los estadounidenses y el derecho a actuar como un poder hegemónico en el hemisferio. Los dos últimos componentes son conocidos como la Política de Puerta Abierta y la Doctrina Monroe, respectivamente13. La consolidación de una masa de tierra contigua desde un océano al otro, completó el requisito geográfico necesario en esta estrategia, con un tipo de zona divisoria en el sudeste a lo largo del Río Grande. Eso fue la gran estrategia de Estados Unidos con base constitucional, por casi 150 años —aunque el componente geográfico terrestre ocurrió después de la guerra con México.

La gran estrategia cambió en respuesta a la implosión de la civilización occidental liderada por Europa durante la primera mitad del siglo XX. Los Estados Unidos, después de 1919, intentó regresar a su gran estrategia original, pero el estallido de una guerra mundial aún más destructiva y peligrosa hizo que este esfuerzo se viera condenado al fracaso. Las ideologías fascistas, militaristas y totalitarista amenazaron culturalmente la estrategia de Estados Unidos y físicamente amenazaron el foso oceánico de la costa oriental. Entretanto, en 1941, los japoneses atacaron el componente comercial de la política de Puerta Abierta y el foso del pacífico. Una vez que Estados Unidos se vio involucrado en una guerra generalizada alrededor del mundo, los líderes políticos estadounidenses contaron con el respaldo de la fuerza de opinión pública (y ninguna Gran Depresión Económica los inhibió) para reemplazar la antigua gran estrategia con una más internacionalista. Aún así, Estados Unidos pudo haber revertido a su gran estrategia original después de la Segunda Guerra Mundial de no haber amenazas ideológicas, culturales, económicas y de seguridad nacional presentadas por la antigua Unión Soviética y la expansión del comunismo tras la caída de colonialismo europeo en todo el mundo. Una gran estrategia centrada en una amenaza específica fuera del hemisferio y dentro del contexto de un equilibrio en el poder nuclear, reemplazó la previamente practicada gran estrategia más genérica. Las metas, estipuladas en el Preámbulo de la Constitución, no habían cambiado. Los medios (poder económico, poder nuclear y poder aéreo) sí habían cambiado. Incluso habían cambiado las medidas —la contención y la disuasión14.

El fin de la Guerra Fría debió haber provocado una revisión de la gran estrategia. Los estadounidenses de hoy en día suelen resolver los objetivos a corto plazo, pero no los de mediano y largo plazo. La falta de una revisión de la gran estrategia estadounidense después de la Guerra Fría comprueba esta aseveración. Ya es hora de que revisemos la gran estrategia, y cuanto antes, mejor.

El problema parece ser que los desafíos actuales nos impiden avanzar para alinear la gran estrategia estadounidense con las actuales realidades y tendencias mundiales. El mejor aspecto de la gran estrategia es que no necesita ser más larga que el Preámbulo de la Constitución —el número de palabras es casi perfecto. Me permito sugerir que no tenemos que hacer mucho para adoptar una nueva gran estrategia. Sólo tenemos que adoptar, nuevamente, la antigua versión, evidentemente, actualizada tecnológicamente y con un estamento militar fuerte, pero más pequeño capaz de defender nuestros «fosos» aéreos, marítimos y espaciales. La guerra que duró desde 1914 hasta 1989 ya terminó. La gran estrategia que sirvió bien a Estados Unidos antes de la Segunda Guerra Mundial constituye un buen marco de referencia para el siglo XXI.

En realidad, el ambiente operacional actual es más prometedor de lo que parece el de aquella época, para la puesta en práctica de una estrategia más tradicional. El público votante estadounidense no favorece el intervencionismo. Solo tenemos que liberarnos de los compromisos adquiridos por equivocación (Irak), hecho con prisa y sin pensar mucho en el estado final (Afganistán e Irak) y otros que han dejado de ser útiles (Corea del Sur, Japón, tropas en Europa y la Armada en el golfo Pérsico). Un recorte estratégico de gastos, en el que sacamos las ruedas estabilizadoras de la bicicleta y nos quedamos en la acera, es un paso necesario que debe tomarse para el crecimiento saludable. Estados Unidos cuenta con más que suficiente poder nacional para trabar combate en caso de que la bicicleta se caiga, no obstante necesita controlar su tendencia a mostrar impaciencia estratégica (una característica de nuestra cultura estratégica). Necesitamos practicar la paciencia estratégica. Debemos aprender a decir «no». Al hacerlo, tal vez descubramos que, en realidad, tenemos más opciones estratégicas —y menos imperativos estratégicos— que nunca.


Notas

  1. Bacevich, Andrew J., «Obama’s Strategic Blind Spot», Los Angeles Times, 6 de julio de 2009; Peters, Ralph, «Trapping Ourselves in Afghanistan», Joint Force Quarterly nro. 54 (tercer trimestre de 2009): p. 6.
  2. Fue autorizada la atribución de los comentarios, del general Zinni de 11 agosto de 2009, ante la promoción de 2010-01 de la Escuela de Comando y Estado Mayor del Ejército de EUA.
  3. El Manual de Campaña (Field Manual – FM) 3-0, Operations (Washington, DC: U.S. Government Printing Office), passim. La gran estrategia no aparece en el índice ni se discute en el capítulo 6. El autor actualmente enseña la Historia Militar en el curso de oficiales de la Escuela de Comando y Estado Mayor del Ejército de EUA y anteriormente en el Departamento de Operaciones Conjuntas, Interinstitucionales y Multinacionales donde los estudiantes reciben, por primera vez, la instrucción sobre la estrategia de seguridad nacional y la estrategia militar nacional. A fin de leer más sobre el plan de estudios de la Escuela Superior de Guerra Naval (Naval War College), véase: http://www.nwc.navy.mil/academics/courses/sp/overview.aspx, (10 de julio de 2009).
  4. Clausewitz, Carl von, On War, traductores Peter Paret e Michael Howard (Princeton, New Jersey: Princeton University Press, 1986), p. 358.
  5. Luttwak, Edward, Grand Strategy of the Roman Empire from the First Century A.D. to the Third (Baltimore, Maryland: Johns Hopkins University Press, 1976), passim; para un argumento contrario, véase Kagan, Kimberly, «Refining Roman Grand Strategy», The Journal of Military History 70, nro. 2 (abril de 2006): p. 333. En el caso de China, véase Waldron, Arthur, The Great Wall of China: From History to Myth (Cambridge: Cambridge University Press, 1990), passim.
  6. Por ejemplo, Berkowitz, Bruce, Strategic Advantage (Washington, DC: Georgetown University Press, 2008).
  7. Hay muchos libros útiles (y algunos no tan útiles) sobre la cultura estratégica. Si desea una discusión completa sobre China de la dinastía Ming, véase Johnston, Alastair Iain, Cultural Realism: Strategic Culture and Grand Strategy in Chinese History (Princeton, New Jersey; Princeton University Press, 1998). Si desea una discusión representativa de una cultura estratégica institucional, véase Barnett, Roger W. Navy Strategic Culture: Why the Navy Thinks Differently (Annapolis, Maryland: Naval Institute Press, 2009).
  8. Véase https://www.constitutionfacts.com/index.cfm?section=constitution&page=readTheConstitution.cfm, (10 de julio de 2009).
  9. «Know Your World Brazil», Escuela de Comando y Estado Mayor del Ejército de EUA, 24 de junio de 2009.
  10. Se puede encontrar una crítica severa sobre la carencia de conocimientos históricos por parte de estadounidenses en Murray, Williamson, «Introduction: Searching for Peace», en The Making of Peace: Rulers, States, and the Aftermath of War, eds. Williamson Murray y Jim Lacey (New York, Cambridge University Press, 2009), p. 23.
  11. Véase www.history.navy.mil/trivia/trivia02.htm, (10 de julio de 2009).
  12. Véase https://www.constitutionfacts.com/index.cfm?section=constitution&page=readTheConstitution.cfm, (10 de julio de 2009).
  13. Si desea una discusión anticuada, aún interesante, sobre la Política de Puerta Abierta, véase Bryson, Thomas, «Admiral Mark L. Bristol, an Open-Door Diplomat in Turkey», International Journal of Middle East Studies 5 (septiembre de 1974), págs. 450-67. La Puerta Abierta no fue un mito. Como un componente de la estrategia y política nacional, puede ser encontrada en el National Archives and Record Administration Record Group 80, General Board 420-2, CNO «Memorandum in Re Tentative Draft of U.S. Naval Policy», 4 de marzo de 1922, p. 1.
  14. Gaddis, John Lewis. «Containment: Its Past and Future», International Security 5 (primavera de 1981): págs. 74-102.

El Capitán de Fragata (retirado) John T. Kuehn, Ph.D., es profesor adjunto de Historia Militar en la Escuela de Comando y Estado Mayor (CGSC) del Ejército de EUA y planificador del plan de estudios del Departamento de Historia Militar en la CGSC. Recibió su Licenciatura de la Universidad de Miami del estado de Ohio, su Maestría de la Escuela de Estudios Militares Avanzados del Ejército de EUA y su Doctorado de la Universidad Estatal de Kansas. Ha servido como piloto naval en la Armada de EUA de 1981 a 2004.

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