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¿Necesita Estados Unidos un enemigo?

Los estadounidenses necesitan algo por lo que luchar—antes de que encuentren a alguien contra quien luchar

Dominic Tierney

Del periódico The National Interest, publicado en línea en inglés 19 de octubre de 2016.

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Un avión tipo F/A-18E Super Hornet

En el primer siglo a. C., el historiador romano Salustio escribió que la república había descendido en una discordia interna debido a la destrucción de su enemigo, Cartago, en la Tercera Guerra Púnica. El miedo del enemigo, o metus hostilis, produjo la cohesión interna. Sin un adversario, los romanos apuntaron sus navajas hacia dentro: «cuando se libraron las mentes de las personas de este miedo [de Cartago], el libertinaje y arrogancia naturalmente surgieron».

Algo similar puede estar ocurriendo hoy en día. Hay numerosas explicaciones para la discordia actual en Estados Unidos, que van desde la globalización hasta la fragmentación de las comunidades estadounidenses. Sin embargo, existe un gran factor que se ignora en gran parte: la carencia de una amenaza extranjera. Las amenazas externas pueden unificar a poblaciones diversas. Los psicólogos han demostrado que las personas rápidamente se forman en «grupos internos» y «grupos externos» (nosotros contra ellos), ya sean dos equipos deportivos compitiendo en un juego o dos naciones en una guerra. El deseo de la protección mutua y, a veces, de venganza, puede reducir enemistad entre los miembros del grupo interno y crear una mentalidad «uno para todos».

Un adversario amenazante también puede reforzar un sentido de identidad nacional. Karl Deutsch, teórico político de la Universidad de Harvard, describió a la nación como «un grupo de personas unidas por una perspectiva errada del pasado y un odio de sus vecinos». Según el politólogo Clinton Rossiter, «no hay nada como un enemigo, o simplemente un vecino considerado desagradablemente distinto en valores políticos y atributos sociales, para acelerar una nación en el curso de autoidentificación o ponerlo de nuevo en este rumbo cuando se desvía [del mismo]».

El rol de peligro extranjero en la cultivación de un sentido de identidad nacional podría ser especialmente importante en Estados Unidos. La autoidentificación de Estados Unidos no se basa en un patrimonio antiguo compartido, sino en un conjunto de ideales políticos: el credo de derechos individuales y la democracia. Esta es una base frágil para la unidad en un país del tamaño de un continente, poblado por masas apiñadas de todo el mundo. La existencia del otro podría ser esencial para afirmar la identidad estadounidense y reforzar un sentido de singularidad política.

La historia estadounidense es un cuento que vacila de un lado para otro entre las épocas de amenaza y épocas de seguridad, basado en el grado de peligro externo. Durante las épocas de amenaza, el oponente es el pensamiento preocupante. Las políticas externas e internas se consideran a través de esta perspectiva de competición. Las épocas de amenaza acentúan el límite entre el grupo interno estadounidense y el grupo externo enemigo. Dentro del límite, existe un mayor sentido de identidad nacional. Los estadounidenses apoyan al Presidente y confían más en las instituciones nacionales. Aumenta la cohesión social y podrían aliviarse las divisiones raciales, políticas o económicas entre los que se esfuerzan conjuntamente por la causa. Para las minorías dentro del límite interno, pueden existir nuevas oportunidades para el progreso social. Mientras tanto, las guerras que ocurren durante las épocas de amenaza son las cruzadas titánicas de la historia estadounidense, que normalmente reciben gran apoyo público.

Sin embargo, también hay un lado más oscuro de las épocas de amenaza. La unidad de grupo interno podría convertirse en una conformidad sofocante. Ante una amenaza extranjera, el poder podría ser centralizado en la Casa Blanca, ya que los estadounidenses priorizan la seguridad sobre la libertad. Y pobres de aquellos que se encuentren en el lado equivocado de la batalla. Los estadounidenses serán intolerantes a la disensión de los conciudadanos que cuestionan la amenaza. Los derechos de los estadounidenses que se identifican con el adversario podrían ser aplastados. Y, frecuentemente, se considera al oponente como una sola entidad malévola, con poca distinción hecha entre los combatientes y civiles. Si estalla la guerra, los activistas estadounidenses podrían luchar con una furia terrible, considerando a los civiles enemigos como blancos en la búsqueda de la victoria total y retribución contra malhechores.

Por el contrario, durante las épocas de seguridad, Estados Unidos pierde su enfoque preocupante y el pueblo dirige su atención a los asuntos internos. Los límites entre el grupo interno y grupo externo comienzan a desvanecerse. Los estadounidenses están menos seguros de su identidad nacional. La cohesión social podría ser reemplazada por una atmósfera problemática. Las personas llegan a ser más desconfiadas de las instituciones nacionales, incluyendo la presidencia. Durante estas épocas, el blanco de las intervenciones militares son amenazas amorfas o emergencias humanitarias, y estas intervenciones frecuentemente implican el desarrollo nacional y tienden a ser impopulares.

John Jay

Pero las épocas de seguridad también exhiben un lado positivo. En primer lugar, los estadounidenses están relativamente protegidos de peligro. Además, disolución del límite entre el grupo interno y el grupo externo podría producir más tolerancia de voces radicales o escépticas. Entretanto, es menos probable que se luchen las operaciones militares como cruzadas ardientes y hay más autocrítica de las acciones de EUA, por ejemplo, admitir la comisión de posibles crímenes de guerra.

Sin duda alguna, estas descripciones representan generalizaciones amplias y las tendencias no son absolutas. En cada período, muchas personas no siguen la actitud prevista. No obstante, las épocas captan algunas características distintivas de Estados Unidos mientras fluctúan las amenazas extranjeras. Un breve estudio de la historia estadounidense demuestra que, si bien las épocas de amenaza y seguridad no se repiten, sí riman—con consecuencias importantes en lucha entre Hillary Clinton y Donald Trump.

A fines del siglo XVIII, las colonias estadounidenses estaban divididas por una amplia gama de asuntos sociales y económicos y eran protectoras de sus identidades individuales y soberanía. Pero la amenaza británica causó que estas colonias distintas se unieran. Como John Jay escribió en Federalist Nro. 2, «Las aprensiones bien fundamentadas de peligro causaban que el pueblo estadounidense formara el memorable Congreso de 1774». La Declaración de Independencia en 1776 recontó los «repetidos agravios y usurpaciones» de Gran Bretaña, «todos teniendo como objetivo directo el establecimiento de una Tiranía absoluta». Las colonias formaron una alianza imperfecta, peleando entre sí sobre contribuciones de dinero y efectivos. Sin embargo, el nivel de cohesión logrado era aproximadamente proporcional al peligro percibido. «Únete o muere», era el eslogan de la época revolucionaria. O, como Benjamin Franklin lo describió, «de hecho, debemos mantenernos unidos o, indudablemente, seremos ejecutados separadamente en la horca».

Después de que se logró la independencia, las amenazas extranjeras motivaron el impulso para establecer una autoridad central fuerte, que culminó en la elaboración de la Constitución de EUA en 1787. España cerró el río Misisipi a la navegación estadounidense y Gran Bretaña mantuvo puestos armados a lo largo de los Grandes Lagos en violación del tratado de paz de 1783. Los piratas amenazaron a buques mercantes estadounidenses y los nativos estadounidenses atacaron a los colonos en el noroeste. En Federalist Nro. 4, Jay escribió que las colonias independientes no podrían establecer ejércitos ni flotas, mientras que una «Unión» si podría «emplear los recursos y poder del conjunto para […] la defensa». La época de amenaza también produjo medidas represivas sobre las libertades civiles de percibidos enemigos internos. En 1798, el miedo de Francia llevó a las Leyes de Extranjería y Sedición (Alien and Sedition Acts), que permitieron la deportación de no ciudadanos procedentes de naciones hostiles y prohibieron la publicación de ataques maliciosos contra el Presidente o el Congreso.

Un enfrentamiento naval de la Guerra Civil

Durante las primeras décadas del siglo XIX, la época de amenaza cedió el paso a una época de seguridad. Estados Unidos logró una posición de inmunidad estratégica, protegido por grandes océanos, y fortalecido por una población y economía rápidamente crecientes. Como observó Abraham Lincoln en su discurso de Liceo de 1838,

Todos los ejércitos de Europa, Asia y África combinados, con todo el tesoro del mundo (salvo el nuestro) en su fondo bélico; con un Bonaparte como comandante, no podrían por la fuerza, beber del río Ohio, ni dejar una huella en las montañas Blue Ridge aunque lo intentaran por mil años.

Pero fue precisamente esta falta de un enemigo que puso al descubierto la división seccional y preparó el terreno para la Guerra Civil. En el mismo discurso, Lincoln predijo, «Si la destrucción será nuestro destino, nosotros mismos tenemos que ser su autor y terminador». Sin un peligro extranjero para ocupar sus pensamientos, los estadounidenses se centraron en las brechas internas, especialmente en la esclavitud. En vísperas de la Guerra Civil, el Secretario de Estado de EUA aun sugirió declarar la guerra contra Francia y España para crear deliberadamente un enemigo unificador para evitar la desunión. Si Estados Unidos fuera atacado por un poder extranjero, «las colinas de Carolina del Sur verterían su población en el rescate de Nueva York».

Con el asalto en el Fuerte Sumter, Estados Unidos entró en una época de grave peligro. Por definición, la Guerra Civil era una amenaza interna. Pero la Confederación, de hecho, también era un Estado extranjero que formó ejércitos, circuló su propia moneda y escribió una constitución. La gran lucha a veces ensanchó las divisiones en el Norte, por ejemplo, los fracasos militares y la presión por la emancipación llevaron al auge de los «Copperheads» o demócratas de paz que instaron un acuerdo negociado. Pero en un sentido más amplio, la amenaza presentada por la Confederación llevó a que gran parte de la opinión pública en el Norte se unificara a favor de una cruzada que aplastaría a la Confederación y destruiría su sistema de esclavitud por completo. Por primera vez en la historia de EUA, la bandera estadounidense decoró iglesias, fachadas de tienda y casas. «Los conservadores más fríos se levantaron hacia el frente», dijo John Hay, el secretario de Lincoln, «y los radicales más desenfrenados se mantuvieron al ritmo de la nueva música».

Para muchos en el Norte, la lucha común ayudó a superar las divisiones raciales y otras. El compromiso extraordinario de los negros a la causa (10 por ciento del Ejército de la Unión era afroamericano) causó que muchos en el Norte reevaluaran sus opiniones sobre la raza y los negros progresaron mucho a través de la emancipación y derecho a votar. Sin embargo, aquellas en el otro lado del límite provocaron la ira de los cruzados—especialmente los soldados y civiles de la Confederación. Con el paso del tiempo, la campaña de la Unión se parecía más a una guerra total, debido a la destrucción de pueblos, molinos y reservas de alimentos en muchas partes del Sur por parte de las fuerzas de la Unión.

En términos generales, la Confederación unió a los combatientes de la Unión y produjo un sentido más agudo de identidad colectiva. En su primer discurso inaugural en 1861, Lincoln usó la palabra «Unión» veinte veces y nunca dijo «nación». Dos años más tarde, en su Discurso de Gettysburg, uso «nación» cinco veces y nunca dijo «unión». El poeta e historiador Carl Sandburg observó que antes de la Guerra Civil, las personas decían que Estados Unidos son, pero después, dijeron que Estados Unidos es.

Cuando se disipan las amenazas, reaparecen y se amplían las divisiones internas. En la época Posguerra Civil disminuyó el peligro externo y se fragmentó la unidad dentro de la coalición victoriosa. Durante la Reconstrucción del Sur, las tropas de EUA desempeñaron funciones de mantenimiento de paz en la antigua Confederación, estableciendo nuevos gobiernos, supervisando elecciones y protegiendo los derechos de los exesclavos. Dentro de pocos años, gran parte de la opinión en el Norte consideró la Reconstrucción como un embrollo sin fin. En 1871, en el periódico New York Times se dijo que «solo la mención de [la Reconstrucción] casi produce náuseas». Se desintegró la coalición para la protección de los derechos de los negros, se abandonó la misión de desarrollo nacional en el Sur y resurgió la hegemonía racial de los blancos.

El período de seguridad y fraccionamiento continuó hasta los finales del siglo XIX. El historiador Richard Hofstadter describió una «crisis psíquica» en la década de 1890, provocada por la depresión de 1893, el fin de la época de colonización en el oeste del continente, el auge del movimiento populista y la elección divisiva de 1896, así como «una agresividad inquieta, un deseo de estar seguro de que el poder y vitalidad de la nación no iba en disminución». Esta crisis levantó el ánimo de los estadounidenses para luchar la Guerra entre España y los Estados Unidos en 1989 y recuperar el espíritu unificador de 1865.

La época de seguridad se acabó repentinamente cuando Estados Unidos entró en la Primera Guerra Mundial en 1917. Una combinación de miedo, enojo, idealismo y un mecanismo gubernamental de propaganda sofisticado produjo un efecto unificador profundo. En el periódico The Nation, se describió un «renacimiento del patriotismo estadounidense», con banderas ondeadas en todas partes del país. Muchos expacifistas fueron abrumados por el romanticismo de la campaña y apoyaron la guerra que acabaría con todas las guerras. Para las personas que resistieron la cruzada gloriosa, el precio fue muy alto. Después de que el senador Robert La Follette votara en contra de la guerra, se ahorcó una efigie suya y sus detractores sugirieron que se uniera al parlamento alemán (Reichstag).

A simple vista, la década de 1920 parece ser una excepción, cuando disminuyeron las amenazas extranjeras, pero los estadounidenses todavía seguían unificados, buscando lo que Warren Harding denominó la «normalidad». Sin embargo, la realidad fue mucho más inquietante. David J. Goldberg intituló su historia de los años 1920 Discontented America (América descontenta). La gran cruzada de 1917-18 acabó en una victoria militar pero no en el triunfo idealista que Woodrow Wilson había prometido, y rápidamente llegó la desilusión. Los estadounidenses dirigieron su atención hacia dentro y los años de entreguerras fueron caracterizados por el antagonismo abierto entre el sector comercial y los trabajadores, el grupo Ku Klux Klan e inmigrantes, internacionalistas y aislacionistas, liberales y conservadores, así como los Mojados y Secos que lucharon en contra de la Prohibición.

Durante los años 1940, el péndulo de amenaza osciló de nuevo y Estados Unidos entró un período de grave peligro en la Segunda Guerra Mundial y los comienzos de la Guerra Fría. La seguridad estadounidense fue amenazada por los grandes poderes de Alemania, Japón y la Unión Soviética, así como por nuevas tecnologías, incluyendo los bombarderos de largo alcance, misiles y armas nucleares, que directamente amenazaron al territorio nacional. Como era de esperar, las décadas de 1940 y 1950 fueron un período de unidad social relativa. A pesar de cientos de miles de bajas, el apoyo popular para la Segunda Guerra Mundial seguía siendo fuerte en toda la guerra. Los estadounidenses estaban dispuestos a quitar las restricciones sobre las fuerzas armadas para ganar y demostraron poca preocupación con civiles enemigos siendo el blanco a través de bombardeos en masa de las ciudades alemanas y japonesas.

La atmósfera de unidad continuó durante el «consenso de la Guerra Fría» de los años 1950, cuando había amplio acuerdo entre los republicanos y demócratas que el país estaba en medio de una lucha global contra un adversario comunista dedicado a la conquista mundial. La Guerra de Corea (1950-53) resultó ser impopular cuando se estancó en una costosa paralización, pero no había un movimiento antiguerra de gran escala o cuestionamiento serio de la estrategia general de contención.

Como era el caso en la Guerra Civil, una amenaza externa puede fortalecer los derechos de las minorías—siempre que luchan para el grupo interno estadounidense. En 1943, Washington rescindió la Ley de Exclusión China de 1882, que prohibía casi toda la inmigración china a Estados Unidos y prevenía que los inmigrantes chinos se convirtieran en ciudadanos nacionalizados. La campaña contra la ideología nazi y la alianza con China proporcionaron el ímpetu para poner fin a una política explícitamente racista. Del mismo modo, la Guerra Fría fue un factor principal en la decisión de 1945 de la Corte Suprema, Brown v. Board of Education, que declaró que la segregación racial de las escuelas públicas era inconstitucional. El Ministerio de Justicia presentó un informe amicus curiae a favor de la desegregación que se centró exclusivamente en los efectos negativos de política exterior de la discriminación racial. Estados Unidos estaba compitiendo con la URSS por la alianza de los países recientemente descolonizados: «La discriminación racial es materia prima para la propaganda comunista».

Sin embargo, les fue mal a los grupos relacionados con el enemigo, incluyendo los estadounidenses de origen japonés que fueron detenidos durante la Segunda Guerra Mundial y los comunistas sospechosos que fueron encarcelados o que perdieron sus trabajos durante la era de Joseph McCarthy. En 1951, la Corte Suprema mantuvo la sentencia de miembros del Partido Comunista por la planificación del derrocamiento violento de Estados Unidos, en base a que sus miembros habían leído y discutido obras de Karl Marx y Josef Stalin que abogaron por la revolución. Esta decisión puede parecer estar en discordia extrema con la decisión Brown v. Board of Education, porque el primer caso disminuyó los derechos de personas, mientras que el segundo caso extendió los derechos de personas. Sin embargo, esta decisiones eran dos caras de la misma moneda de la Guerra Fría: apoyar a los estadounidenses dentro del límite del grupo interno y enfocarse en los antiestadounidenses fuera del límite, para llevar a cabo más eficazmente la competencia global.

A mediados de los 60, la severidad de las amenazas extranjeras de EUA comenzó a disminuir. En las secuelas de la Crisis de los Misiles en Cuba, las superpotencias estabilizaron las relaciones y reconocieron eficazmente la legitimidad de cada una. En 1963, Washington y Moscú establecieron una línea directa para comunicarse y firmaron un Tratado parcial para suspender las experimentaciones nucleares. Había un acuerdo tácito sobre las normas básicas de coexistencia pacífica, incluyendo una prohibición de usar las armas nucleares, salvo como último recurso. Los estadounidenses comenzaron a cuestionar la naturaleza monolítica del comunismo y ver oportunidades para aprovechar la brecha entre China comunista y la URSS.

La mejora en las relaciones entre las superpotencias debilitó el consenso de la Guerra Fría y amplió las divisiones políticas en EUA, facilitando el auge del movimiento contra la Guerra de Vietnam. Mientras se cuestionaban las certidumbres de la Guerra Fría, desaparecieron las líneas entre el grupo interno y el grupo externo, creando más discordia para las personas dentro del límite, pero también nuevas oportunidades para los detractores radicales que se habían quedado al margen del límite y estaban excluidos del debate social.

En los años 1980´s y 90´s, las amenazas extranjeras de Estados Unidos disminuyeron dramáticamente; se acabó la Guerra Fría y la Unión Soviética cayó. Este cuento no fue del todo alegre porque las presidencias de Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama eran caracterizadas por la disensión realzada. «Vamos a hacer un daño terrible a ustedes» dijo el politólogo soviético Georgy Arbatov: «Vamos a privarles de su enemigo». Los años 1990 eran un tiempo de paz y prosperidad—pero también de incertidumbre y confusión sobre el lugar de Estados Unidos en el mundo. De manera parecida a los «locos años veinte», la carencia de una amenaza externa significó que no existía una comprensión común de lo que definía el interés nacional. Las intervenciones contra peligros ambiguos o distantes, o en búsqueda de objetivos humanitarios, en Somalia, Haití, Bosnia y Kosovo, resultaron impopulares con el público y el Congreso republicano. La confianza en las instituciones se deterioró. La política llegó a ser más agudamente partidaria y el presidente Clinton fue sometido a un proceso de destitución por una Cámara de Representantes republicana (pero absuelto por un Senado democrático).

>Un bombero de la Ciudad de Nueva York

Estados Unidos pareció entrar en una época de amenazas después del 11-S. El presidente George W. Bush describió «años de serenidad relativa, años de reposo, años de sabático y entonces llegó un día de fuego». John Ashcroft, el entonces procurador general, dijo, «Un mal deliberado, maligno y demoledor ha surgido en nuestro mundo». El terrorismo puede tener un impacto psicológico profundo, dando más lealtad al grupo interno y mayor prejuicio a las personas relacionadas con el enemigo, tales como musulmanes o inmigrantes. De hecho, los ataques de 11-S unificaron a la nación, propulsaron los índices de aprobación de Bush a niveles muy altos y produjeron un apoyo abrumador a la campaña global contra el terrorismo a largo plazo. En la noche del 11-S, los miembros del Congreso se reunieron en la escalinata del Capitolio y cantaron la canción «God Bless America». Los conservadores describieron la lucha contra el islam radical como la Cuarta Guerra Mundial, tal como ellos habían llamado la lucha contra el comunismo como la Tercera Guerra Mundial. Desde el lado liberal, el periodista de CBS Dan Rather anunció: «George Bush es el presidente [...] Dondequiera que me mande a formar en línea, dígame dónde».

Pero en realidad, el péndulo de amenaza solo cambió un poco y Estados Unidos permaneció en una época de seguridad. El peligro de unos cuantos miles de yihadistas era insignificante en comparación con los grandes poderes históricos, tales como Alemania nazi o la Unión Soviética. La destrucción del Centro Mundial del Comercio (World Trade Center) resultó ser una aberración en lugar de un presagio de las cosas por venir y los terroristas solo mataron a unos cuantos estadounidenses en Norteamérica en la década subsecuente. Con toda su resonancia psicológica, la amenaza de terrorismo simplemente no es lo suficientemente fuerte para unir a los estadounidenses a largo plazo. Como resultado, el efecto unificador del 11-S se desvaneció. Las guerras en el extranjero en Afganistán e Irak no eran cruzadas unificadoras sino aventuras divisivas. El apoyo popular para las misiones se erosionó y ha habido mucho más autocrítica, por ejemplo, sobre los posibles crímenes de guerra tal como el escándalo de Abu Ghraib, en comparación con las grandes luchas tal como la Segunda Guerra Mundial. En gran medida protegidos de amenazas externas, los estadounidenses buscaron enemigos más cercanos mientras se ampliaban las divisiones partidarias y otras. Una gran cantidad de contratistas, asesores, burócratas y políticos intentaron aprovechar el asunto de terrorismo para perseguir sus intereses propios.

En resumen, la presencia o ausencia de peligro externo siempre ha tenido un impacto profundo en la política interna estadounidense. Las épocas de amenaza se caracterizan por la unidad y consenso estadounidenses; pero la conformidad es sofocante y no se tolera la disensión. Las épocas de seguridad se caracterizan por la aceptación de perspectivas radicales y autocríticas, pero hay un fuerte sentido de fragmentación así como de incertidumbre con respecto al papel de Estados Unidos en el mundo. Con frecuencia, solo se percibe el peligro externo en la política estadounidense cuando la amenaza está presente. Sin embargo, la ausencia de una amenaza también es una dinámica fundamental.

Hoy en día, Estados Unidos exhibe las tendencias clásicas de una época de seguridad. El pueblo está inquieto, divido, es partidista, desconfía de las instituciones, está inseguro del papel de Estados Unidos en el mundo y es escéptico sobre el uso de la fuerza. Como observó Obama, el pueblo quiere centrarse en los asuntos internos o llevar a cabo el «desarrollo nacional en su propia casa». Al mismo tiempo, hay una aceptación de visiones políticas diversas e incluso radicales y una voluntad de cuestionar si el país está en el camino correcto. La campaña Clinton contra la de Trump es precisamente lo que la política puede parecerse en una época con un bajo nivel de amenazas, con poco acuerdo sobre la política exterior y un tono agrio y aun desdeñoso.

¿Cuál es la solución? No debemos anhelar que surja un enemigo, o menos aún, seguir el consejo del secretario de estado en 1861 y deliberadamente crear un enemigo. Las épocas de peligro extranjero amenazan las vidas de estadounidenses, centralizan el poder y socavan los derechos de las personas asociadas con el peligro. Con frecuencia, la discordia es algo positivo. El consenso de la Guerra Fría de los años 1950 pudiera haber parecido armonioso, pero se ocultaron importantes problemas sociales.

En cambio, los presidentes tienen que unificar al país a fuerza de golpes, sin un peligro externo poderoso. Una opción es unificar al pueblo con un proyecto positivo, tal como poner un hombre en la luna. El problema es que las amenazas son unificadores más eficaces que lo son las oportunidades. «Vienen los británicos» tiene mayor ímpetu que «vamos a descubrir una cura para el cáncer». De hecho, en la Década de 1960, el apoyo popular para la exploración espacial era poco entusiasta y este respaldo estaba impulsado en gran parte por el deseo de ganar la carrera al espacio con los rusos. El calentamiento del planeta podría calificarse como una amenaza genuina para Estados Unidos, pero es poco probable que el mismo unifique a los estadounidenses. Los psicólogos han descubierto que las personas son más motivadas por peligros donde hay un agente responsable (tal como la Unión Soviética) en lugar de peligros impersonales (tal como el calentamiento del planeta).

Los efectos de amenaza y seguridad en la política interna no son fáciles de superar. Un cierto nivel de disensión es el precio de la seguridad. Sin embargo, los presidentes podrían disminuir el antagonismo y desafiar a las personas que quieren dividir a los estadounidenses. Al mismo tiempo, la Casa Blanca podría ofrecer una agenda positiva que es atrevida, emocionalmente resonante y que atrae el idealismo de los estadounidenses—por ejemplo, la posibilidad de una nueva época de movilidad social.

Los estadounidenses viven en una época afortunada, aunque polémica. Tarde o temprano, los estadounidenses se encontrarán enfrentando a un mal gravemente amenazante y envidiosamente recordarán esta época de seguridad. Los estadounidenses necesitan algo por lo que luchar—antes de que encuentren a alguien contra quien luchar.

 

Dominic Tierney es profesor adjunto de Ciencias Políticas en la Universidad de Swarthmore, un editor contribuyente a la revista The Atlantic y un profesor invitado en el Foreign Policy Research Institute. Su libro más reciente es The Right Way to Lose a War: America in an Age of Unwinnable Conflicts

Segundo Trimestre 2017