Segundo Trimestre 2024

Una falta de voluntad

Cómo la fuerza totalmente voluntaria condicionó al público estadounidense

Mayor Christopher J. Parker, Ejército de EUA

 

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Reclutas recitan el Juramento de Alistamiento, 27 de marzo de 2022, en Miami, Florida

¡Ay del gobierno que, confiando en una política a medias y en una política militar encadenada, se encuentra con un enemigo que, como el elemento indomable, no conoce más ley que su propio poder!

—Carl von Clausewitz, De la guerra

 

El año fiscal (FY) 2022 fue el peor año de reclutamiento del Ejército de EUA desde la creación de la fuerza totalmente voluntaria (AVF, por sus siglas en inglés) en 19731. El Ejército no alcanzó su objetivo de sesenta mil reclutas en casi quince mil, lo que supuso una reducción de veintiún mil efectivos con respecto al año anterior y llevó a la Secretaria del Ejército, Christine Wormuth, a sugerir la necesidad de contar con reservistas o integrantes de la Guardia Nacional para cubrir los puestos en el servicio activo2. Y ello a pesar de que el Ejército gastó en personal casi el 38 % de su presupuesto para el FY 2022, unos US$ 66 000 millones3. También se produce solo tres años después del establecimiento de la Oficina del Jefe de Marketing Empresarial del Ejército, una oficina centralizada encargada de coordinar la estrategia nacional de marketing y publicidad del Ejército para apoyar los requisitos de reclutamiento de una AVF4. Desde entonces, el Ejército ha seguido invirtiendo fuertemente en el reclutamiento, retención y marketing, con una solicitud presupuestaria para el FY 2024 que incluye aproximadamente US$ 390 millones para marketing y publicidad y US$ 290 millones para reclutamiento, incluida la mayor bonificación jamás ofrecida a los reclutas iniciales: US$ 50 0005. Aunque el elevado costo de la AVF está bien documentado y se debate a menudo, lo que se discute menos es lo que se compra con este precio y el efecto que tiene en la capacidad de la nación para hacer la guerra.

El estudio de la AVF en este contexto ayuda a determinar si este método de dotación de un Ejército —inducción por recompensa— es adecuado para proporcionar una fuerza creíble para el combate que respalde la National Defense Strategy [Estrategia de Defensa Nacional]. Tanto la Estrategia de Defensa Nacional como la National Military Strategy [Estrategia Militar Nacional] dejan claro que, en caso de que falle la disuasión integrada, el Ejército de EUA debe ser capaz de luchar y vencer a un adversario con capacidades similares6. En otras palabras, el Ejército debe ser capaz de imponerse en el combate a gran escala. Como demuestra el FY 2022, si los incentivos relativamente lucrativos ligados al voluntariado son incapaces de satisfacer las necesidades de defensa durante la paz, ¿serán suficientes en la guerra? Y no una guerra cualquiera, sino una lucha prolongada y de alta intensidad contra un enemigo tecnológicamente capaz y potencialmente más grande. Si no es así, ¿qué indica esto sobre la relación entre las Fuerzas Armadas y la sociedad, y qué significa para la capacidad de la nación el hecho de llevar a cabo grandes guerras?

Las respuestas a estas preguntas revelan que, a pesar de su inversión en personal, cincuenta años de la AVF han condicionado a gran parte del público estadounidense a rechazar el servicio militar, al mismo tiempo que se han producido guerras de elección que, a su vez, no han hecho sino reforzar el escepticismo de la población sobre el servicio militar. En esencia, el sistema totalmente voluntario permitió adquirir una fuerza pequeña pero profesional a cambio de la aquiescencia pública para su uso en el extranjero. Con el tiempo, esto comenzó a quebrar la relación de la sociedad con sus fuerzas armadas, y tuvo un impacto significativo en la determinación de cuándo y hasta qué punto la nación puede hacer la guerra. Al abandonar el servicio obligatorio, la AVF desmanteló la capacidad del poder ejecutivo para aprovechar directamente la población de la nación —un importante recurso, o medio, para la guerra— bajo el supuesto de que una combinación de incentivos y voluntad nacional, o espíritu, atraería suficientes reclutas para completar los efectivos cuando fuera necesario. Sin embargo, al condicionar a la opinión pública estadounidense haciéndole creer que sus Fuerzas Armadas no lo necesitaban, y que las guerras a menudo son peleadas bajo dudosas pretensiones en la búsqueda de intereses periféricos, la AVF sofocó la propia voluntad necesaria para volver a disponer de los medios que necesitaba. De este modo, se eliminaba a la población estadounidense del cálculo de las decisiones sobre cuándo ir a la guerra y su contribución a la continuación de esta.

El general Creighton Williams Abrams Jr.

Como demuestran la historia, la teoría estratégica y los acontecimientos contemporáneos, las grandes guerras son una prueba de los medios totales y la fuerza de voluntad7. El principal defecto de la AVF, su tendencia a separar a la población de las fuerzas armadas, la convierte en un vehículo en gran medida inadecuado e históricamente no probado para concentrar la fuerza de voluntad necesaria para librar guerras de gran envergadura. Aunque puede resultar aceptable para la dotación de un ejército encargado de llevar a cabo operaciones prolongadas de contingencia limitada como las de Afganistán e Iraq o para la siempre esquiva guerra corta y decisiva, su propensión a dejar de lado a la población significa que carece de la profundidad necesaria para el combate expedicionario a gran escala contra un poder con capacidades similares8. Los responsables políticos encargados de desarrollar la AVF reconocieron esta deficiencia, y dos de las primeras salvaguardias que se establecieron dentro y alrededor de ella se diseñaron para mantener el tejido conectivo entre la sociedad y sus fuerzas armadas para evitar la apatía nacional que podría derivarse de su mal uso en el extranjero: las Doctrinas Abrams y Weinberger. Como tales, estas doctrinas proporcionan un marco para evaluar cómo el empleo de la AVF puede afectar a la percepción que el público tiene de ella y a su relación con ella. Ambas doctrinas reconocían la centralidad de la voluntad popular, o lo que Carl von Clausewitz denominó la «violencia, odio y enemistad primordiales», a la hora de determinar el alcance y el carácter del conflicto, y cada una de ellas reconocía el riesgo de que una AVF pudiera distanciarse de ella9. Por eso, intentaron que la lucha bélica siguiera siendo un asunto «nacional», garantizando la participación de los civiles e impidiendo que la AVF se despliegue gratuitamente al extranjero. El uso de estas doctrinas para examinar cómo se empleó la AVF durante la operación Desert Storm y la operación Iraqi Freedom permite comprender cómo estas guerras tan diferentes condicionaron a la población para evitar el servicio militar.

Creighton Abrams y el Ejército totalmente voluntario en la Guerra Fría

Nacido del descontento popular con la guerra de Vietnam, el Congreso aprobó en septiembre de 1971 un proyecto de ley que ponía fin al servicio militar obligatorio y convertía a las fuerzas armadas en una fuerza totalmente voluntaria10. Esta decisión no estuvo exenta de debate, y solo tras invocar el procedimiento de clausura, una ligera mayoría pudo impedir un intento de obstrucción y aprobar la controvertida legislación11. Tampoco fue aprobada unánimemente por los asesores cercanos del presidente Richard Nixon. El general Lewis Hershey, asesor del presidente en materia de movilización de mano de obra militar, le rogó que vetara la iniciativa, declarando: «La presunción de que la seguridad nacional puede ser mantenida por fuerzas armadas provistas de incentivos salariales añadidos se basa en esperanzas que no han sido sostenidas por la historia de Estados Unidos… El mensaje da aliento a quienes desean ser relevados de las obligaciones del servicio militar»12. A pesar de estas objeciones, Nixon firmó el proyecto de ley y la Ley Pública 92-129 entró en vigor el 28 de septiembre de 197113. Tras una cláusula de prórroga que permitió la transición, el programa que supuso un suministro ininterrumpido de personal para las fuerzas armadas en la Guerra Fría desde 1948 finalizó oficialmente el 1 de julio de 1973.

Aunque significativa, la transición a una AVF al final de la guerra de Vietnam fue más una norma que una excepción. A lo largo de la mayor parte de su historia, Estados Unidos ha contado con una fuerza de voluntarios para dotar a sus fuerzas armadas en tiempos de paz, engrosando las filas mediante la conscripción para la guerra y reduciéndose poco después14. Sin embargo, al igual que hoy en día, Estados Unidos no salió de Vietnam como la única superpotencia en un mundo en paz. Por el contrario, la amenaza que representaba la Unión Soviética dominó el desarrollo y el diseño de las fuerzas. Interiorizando las lecciones aprendidas en Vietnam, los encargados de desarrollar una AVF que pudiera contrarrestar una amenaza similar reconocieron la importancia de la voluntad nacional a la hora de conseguir el apoyo necesario para una gran lucha, al tiempo que reconocían su capacidad percibida para mantener a la Nación fuera de enredos innecesarios. En virtud de la doctrina que lleva su nombre, el general Creighton Abrams, entonces jefe de Estado Mayor del Ejército, ideó uno de esos mecanismos para mantener la relación vital entre Estados Unidos y su Ejército.

En esencia, la Doctrina Abrams pretendía mantener la confianza de la sociedad en su Ejército llenando el vacío dejado por el servicio militar obligatorio con el Componente de la Reserva y la Guardia Nacional15. Colocó en la Reserva unidades de apoyo y facilitadores esenciales —ingenieros, transporte, mantenimiento, logística y otros— para que las unidades de combate no pudieran desplegarse en masa sin ellos. Esto vinculaba inextricablemente los Componentes de Reserva y Activo en una relación de dependencia mutua; una relación que el entonces secretario de Defensa Melvin Laird, y más tarde James Schlesinger, perfeccionarían en el Concepto de Fuerza Total16. Abrams pretendía que la doctrina corrigiera la polémica decisión del presidente Lyndon Johnson de luchar en la guerra de Vietnam sin movilizar a la Guardia Nacional ni a la Reserva. Johnson se negó a movilizar el Componente de Reserva en un intento desesperado de evitar que el asunto del sudeste asiático interfiriera con sus esfuerzos de la Gran Sociedad en EUA17. Abrams quería corregir esta situación haciendo cada vez más difícil para los futuros presidentes comprometer fuerzas en el extranjero sin recurrir a los ciudadanos-soldados en Estados Unidos. «No volverán a llevarnos a la guerra sin llamar a las Reservas», declaró él18. El efecto pretendido era doble.

El coronel Bruce Fister (derecha), comandante de la 435. Ala Aérea Táctica, se despide del secretario de Defensa Caspar Weinberger tras su visita el 28 de marzo de 1986 a la Base Aérea de Rhein-Main, Alemania Occidental

En primer lugar, Abrams pretendía aprovechar el tiempo de movilización que requerían los despliegues de la Reserva para dar a la Autoridad de Mando Nacional (NCA) el tiempo necesario para evaluar el carácter del conflicto que estaban a punto de emprender y recabar el apoyo popular necesario para llevarlo a cabo con éxito19. En este sentido, se convirtió en un control de facto sobre la capacidad del presidente para desplegar prematuramente la fuerza de voluntarios sin una evaluación prudente o una voluntad nacional adecuada. En segundo lugar, se esforzó por mantener la calidad representativa de una fuerza de reclutas vinculando la AVF a la población a través de unidades de la Guardia Nacional y la Reserva repartidas por pueblos y ciudades de todo el país20. El general John Vessey, exjefe del Estado Mayor Conjunto, recordó la aversión de Abrams a crear una fuerza de voluntarios aislada: «No construyamos un Ejército en un rincón. Las fuerzas armadas son una expresión de la nación. Si las sacas del contexto nacional, lo más probable es que las arruines»21. Esta última intención, hacer que la AVF fuera representativa del pueblo estadounidense, hizo de la Doctrina Abrams un componente importante de la AVF. Al llegar a un amplio sector de la nación cada vez que el Ejército marchaba a la guerra, la doctrina pretendía garantizar que el público estadounidense se implicara literalmente en el juego. Las economías locales, las familias y todos los distritos del Congreso tendrían un interés muy real en los acontecimientos de las Fuerzas Armadas estadounidenses en el extranjero. En este sentido, la doctrina reconocía la relación entre la fuerza de voluntad y el sacrificio nacional, utilizando la voluntad de este último para medir la primera. Por un lado, el apoyo público indicaría la fuerza de voluntad necesaria para prevalecer en una lucha de gran envergadura o, por otro lado, la protesta pública impediría que la Nación entrase en conflictos que carecía de la voluntad de ganar. Aunque la doctrina acabó fracasando, trató de salvar la brecha cada vez mayor entre el pueblo de Estados Unidos y sus militares voluntarios, asegurándose de que el público comprendiera que la guerra significaba sacrificio y que su disposición a hacerlo influiría directamente en cuándo y dónde la nación iba a la guerra.

Jóvenes registrándose para el servicio militar obligatorio el 5 de junio de 1917 en la ciudad de Nueva York

En 1989, en vísperas de su primera prueba real, aproximadamente el 89 % de las compañías de mantenimiento del Ejército, el 90 % de sus compañías de intendencia y el 67 % de sus unidades de ingenieros de combate y transporte pertenecían al Componente de Reserva22. En la mayor movilización desde la guerra de Corea, más de sesenta y dos mil miembros de la Guardia Nacional y más de treinta y cinco mil reservistas fueron llamados al servicio activo para ayudar a expulsar a las fuerzas militares iraquíes de Kuwait23. La Doctrina Abrams y el Concepto de Fuerza Total habían transformado eficazmente el Componente de Reserva de una reserva estratégica en una reserva operacional, cumpliendo la promesa de Abrams de garantizar que la Nación nunca más iría a la guerra sin ellos. Sin embargo, entre su creación en 1974 y la operación Desert Storm en 1991, surgió otra doctrina que pretendía inyectar prudencia en la toma de decisiones nacionales para preservar la confianza pública y evitar el uso indebido de la AVF. Aunque ambas doctrinas parecieron superar con nota esta primera prueba en Iraq, su asombroso éxito tuvo consecuencias imprevistas para las decisiones posteriores sobre cuándo utilizar la fuerza en el exterior y la percepción pública de su papel en ello.

La Doctrina Weinberger y la Primera Guerra del Golfo

Cuando asumió el cargo de Secretario de Defensa en 1981, Caspar Weinberger se enfrentaba a retos de reclutamiento y retención similares a los que afronta el Ejército en la actualidad, y le preocupaba que la AVF no estuviera preparada para un enfrentamiento con la Unión Soviética24. Los alistamientos iniciales y los reenganches disminuyeron, al igual que la calidad de los reclutas, ya que solo el 60 % de los solicitantes poseían un diploma de enseñanza secundaria25. Weinberger, firme defensor de la iniciativa del presidente Ronald Reagan de aumentar significativamente el gasto en defensa, canalizó importantes fondos hacia la mejora de los salarios y las prestaciones para mantener el tamaño relativo de la AVF y mejorar al mismo tiempo su calidad26. Entre 1981 y 1987, los gastos de defensa aumentaron aproximadamente un tercio, de US$ 686 600 millones a US$ 959 100 millones (en dólares de 2022), mientras que el número de integrantes del servicio activo solo aumentó en 91 65727. Esta inversión en la calidad del personal fue acompañada de una importante inversión en modernización, con el debut de varias armas nuevas, como el caza furtivo F-117, el tanque M1 Abrams y el sistema de defensa antimisiles Patriot. Estas inversiones en modernización y profesionalización harían reflexionar con razón a la mayoría de los responsables políticos sobre cuándo y dónde comprometer en el extranjero una fuerza tan costosa. Weinberger no era diferente, y con las lecciones de Vietnam aún frescas, buscó un marco que ayudara a la NCA a navegar por el campo minado de los conflictos potenciales y latentes de la Guerra Fría.

Un año después de que un coche bomba matara a 266 marines en Beirut, Weinberger expuso sus seis pruebas para el compromiso de las fuerzas estadounidenses en un discurso pronunciado el 28 de noviembre de 1984 ante el Club Nacional de Prensa. Exponiendo los principios de la Doctrina Weinberger, trató de frenar el uso gratuito de la fuerza argumentando que antes de enviar a la AVF a la guerra debían cumplirse los siguientes criterios:

En primer lugar, Estados Unidos no debe comprometer fuerzas en combate en el extranjero a menos que el compromiso concreto se considere vital para nuestro interés nacional o el de nuestros aliados.

En segundo lugar, si decidimos que es necesario enviar tropas de combate a una situación determinada, debemos hacerlo de todo corazón y con la clara intención de ganar. Si no estamos dispuestos a comprometer las fuerzas o los recursos necesarios para alcanzar nuestros objetivos, no debemos comprometerlos en absoluto.

En tercer lugar, si decidimos comprometer fuerzas para combatir en el extranjero, debemos tener objetivos políticos y militares claramente definidos.

En cuarto lugar, la relación entre nuestros objetivos y las fuerzas que hemos comprometido —su tamaño, composición y disposición— debe reevaluarse continuamente y ajustarse si es necesario.

En quinto lugar, antes de que Estados Unidos envíe fuerzas de combate al extranjero, debe existir una garantía razonable de que contaremos con el apoyo del pueblo estadounidense y de sus representantes electos en el Congreso.

En último lugar, el compromiso de las fuerzas estadounidenses en combate debe ser el último recurso28.

Aunque no es una política oficial, la doctrina arroja luz sobre la perspectiva del alto funcionario designado para dirigir el Departamento de Defensa durante más de seis años, y tuvo un impacto sustancial en la política de defensa y en los encargados de elaborarla durante casi una década después de su introducción29.

La primera, segunda y quinta pruebas de Weinberger son fundamentales para comprender los riesgos inherentes a una AVF, la importancia de la voluntad nacional y los frágiles vínculos entre ambos. La primera prueba reconoce implícitamente la facilidad con la que la NCA podría comprometer a su fuerza de voluntarios en guerras de elección sin provocar repercusiones en el país. Para Weinberger supuso un desafío continuo, ya que a menudo se encontró luchando contra el deseo del Consejo de Seguridad Nacional de «aventuras cada vez más locas para nuestras tropas. El afán del personal del NSC por entrar en combate en cualquier lugar, junto con su aparente despreocupación por la seguridad de nuestras tropas, resultaba espantoso»30. Como tal, la prueba pretendía impedir que un «presidente imperial» involucrara a la Nación en conflictos que no fueran por intereses vitales, ya que, de hacerlo, Weinberger razonaba que esto degradaría la voluntad de servir en las fuerzas armadas a niveles similares a los observados durante la guerra de Vietnam31. Como señaló el historiador Andrew Bacevich, «Vietnam demolió la noción de obligación militar y llevó la tradición del ciudadano-soldado al borde de la extinción. Y convenció a muchos de que la guerra en sí misma —especialmente cuando la llevan a cabo generales estadounidenses obtusos que siguen las órdenes de funcionarios civiles embusteros— se había convertido en un ejercicio inútil»32. Una mayor implicación en conflictos por intereses nacionales periféricos o poco claros no haría sino erosionar el poco espíritu de servicio que le quedaba a la población.

Tanto la segunda como la quinta prueba de Weinberger se refieren a la importancia de la voluntad nacional. La segunda prueba, «sin medidas a medias», rinde homenaje a la máxima de Clausewitz de que la guerra es una prueba de la totalidad de los medios y la fuerza de voluntad. Aquí Weinberger subraya que, si la nación decide enviar tropas al combate, debe estar preparada para movilizar todos los recursos disponibles, incluyendo la población y la economía, si fuera necesario. En otras palabras, donde van las tropas, va la nación. En este sentido, sus similitudes con la Doctrina Abrams se hacen más evidentes. El combate en general no debe considerarse una operación de economía de fuerzas, pues la victoria depende a menudo de la capacidad del gobierno para disponer de los recursos necesarios y de la voluntad de la población para apoyar esta movilización mediante los sacrificios que la acompañan. Si no, se corre el riesgo de ceder la ventaja estratégica a un enemigo con mayor voluntad desde el principio.

La quinta prueba de Weinberger reconoce directamente la importancia de la voluntad nacional y el apoyo popular en las decisiones relativas al combate en el exterior. Al igual que la Doctrina Abrams, que pretendía aprovechar indirectamente el apoyo popular recurriendo a unidades de la Guardia Nacional y el Componente de Reserva en todos los distritos del Congreso, la Doctrina Weinberger aboga explícitamente por evaluar este apoyo desde el principio y calibrar los cambios que se produzcan a lo largo de la lucha. Unirse a la batalla sin este apoyo equivale a neutralizar o ignorar el componente de la famosa trinidad de Clausewitz que él consideraba más revolucionario en su época: el pueblo33. Aunque la evaluación inicial del apoyo popular es fundamental para decidir si se inicia o se participa en un conflicto, también depende de los líderes de la nación mantener este apoyo a lo largo de la guerra. En la Segunda Guerra Mundial este apoyo fue tangible, ya que los líderes instaron a los estadounidenses a apoyar la guerra de diversas formas, como comprando bonos, plantando un jardín de victoria, compartiendo coche y contribuyendo a las campañas de recogida de chatarra. En conflictos más recientes, como la operación Desert Storm, el sacrificio civil evolucionó hacia el simbolismo cuando los estadounidenses exhibieron lazos amarillos y otras galas patrióticas en una muestra de apoyo moral a las tropas. Más tarde, tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, este imperativo se invirtió y se animó a los estadounidenses a comportarse como si no hubiera ninguna guerra. Sin embargo, antes de explorar ese singular desarrollo, es importante evaluar cómo le fue a la Doctrina Weinberger durante la Guerra del Golfo Pérsico.

La invasión de Kuwait por Saddam Hussein el 2 de agosto de 1990 brindó la primera oportunidad de ver en acción las doctrinas Abrams y Weinberger. Con la Unión Soviética sumida en disputas internas y tambaleándose hacia su disolución, la administración de George H. W. Bush pudo cambiar su enfoque de Europa a Oriente Medio, donde el mantenimiento de la estabilidad y el acceso al petróleo se consideraban intereses nacionales vitales. Superando la primera de las pruebas de Weinberger, la operación Desert Storm dejó claro que no sería una medida a medias, ya que se reunió en la región una impresionante coalición de más de cuarenta naciones y casi quinientos mil soldados estadounidenses34. A la quinta prueba de Weinberger, aproximadamente el 57 % de la opinión pública estadounidense apoyaba el uso del ejército para expulsar al ejército de Saddam de Kuwait, y el 70 % confiaba plenamente en la victoria35. Aunque no sin debate, el Congreso también se unió con la iniciativa, aprobando por un estrecho margen la Ley Pública 102-1 que autorizaba el uso de la fuerza para liberar Kuwait de la ocupación iraquí bajo los auspicios de la Resolución 678 de las Naciones Unidas36. Guiada por cuatro objetivos relativamente claros, aunque limitados, esbozados en la Directiva de Seguridad Nacional 54, Responding to Iraqi Aggression in the Gulf [Respuesta a la agresión iraquí en el Golfo], puede considerarse razonablemente que ha superado la tercera prueba de Weinberger37. Tras obtener un amplio apoyo internacional e interno, las fuerzas estadounidenses se unieron a más de trescientos mil miembros de la coalición multinacional e iniciaron las operaciones ofensivas el 17 de enero de 199138. Cumpliendo casi todos los requisitos de Weinberger, era hora de ver si la AVF funcionaría en combate.

A primera vista, la operación Desert Storm fue un éxito asombroso y una validación total de la AVF. No solo justificó las inversiones en personal y armamento de la década de 1980, sino que también demostró la ventaja cualitativa y el espíritu de cuerpo de la AVF, derrotando al ejército iraquí en cien horas de combate terrestre. Más impresionante que su rapidez fue la relativa eficacia de esta guerra de alta tecnología, con solo 147 militares estadounidenses muertos en combate frente a unos veinticinco mil iraquíes39. El mensaje estaba claro: una fuerza voluntaria y bien equipada podía cumplir los objetivos de seguridad nacional cuando dichos objetivos se delimitaban adecuadamente y se aplicaba una fuerza abrumadora. La opinión pública estadounidense también lo apreció, ya que la aprobación del uso de la fuerza contra Iraq aumentó hasta el 80 % una vez iniciada la ofensiva de la coalición, y un 90 % adicional creía que las fuerzas estadounidenses estaban «haciendo un buen trabajo»40. Después de la guerra, la confianza de los estadounidenses en las fuerzas armadas como institución se disparó hasta un impresionante 89 %41. Se produjo una celebración colectiva cuando las fuerzas armadas, sus líderes civiles y el público disfrutaron de un desfile del Celebración Nacional de la Victoria el 8 de junio de 1991 y de un tradicional desfile de cintas por la ciudad de Nueva York dos días después42.

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Aunque la evaluación inicial del apoyo popular es fundamental para decidir si se inicia o se participa en un conflicto, también depende de los líderes de la nación mantener este apoyo a lo largo de la guerra.

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Aunque un innegable sentimiento de orgullo inundó la nación aquel verano, es difícil no considerar las diferencias de matiz entre lo que celebraba cada grupo. El ejército había superado por fin el «síndrome de Vietnam» y había recuperado su reputación. La administración Bush se había esforzado por alinear los instrumentos diplomáticos, políticos y militares del poder nacional para alcanzar sus objetivos, evitando al mismo tiempo las extralimitaciones que suelen acompañar al éxito inicial en la guerra43. El público, al que solo se le pidió que apoyara simbólicamente a las tropas, vitoreó a su fuerza de voluntarios por demostrar la destreza militar estadounidense e impartir justicia donde era debido. Es probable que los tres grupos respiraran aliviados al confirmar que, en las circunstancias adecuadas, una AVF podía ganar. Al igual que el motivo de celebración, el efecto de esta comprensión varió según los grupos. Para los militares, reivindicó las importantes iniciativas de desarrollo de las fuerzas y las reformas estructurales que se llevaron a cabo en las fuerzas armadas después de Vietnam. Para los dirigentes políticos, aumentó la confianza en el instrumento militar de poder y redujo las inhibiciones para su uso en el extranjero. Por último, para el público, reforzó la noción de que el servicio militar como elección es un modelo eficaz, y redujo la probabilidad de que alguna vez se vieran presionados a hacerlo. Si, como sostiene Bacevich, la guerra de Vietnam «demolió la noción de obligación militar», entonces la guerra del Golfo Pérsico puso el primer clavo en su ataúd al demostrar al público estadounidense que la Nación podía luchar y ganar sus guerras sin ello44. En muchos aspectos, la operación Desert Storm fue la tormenta perfecta, y la AVF salió de ella superficialmente ilesa porque se empleó de acuerdo con los estrictos criterios establecidos por la Doctrina Weinberger. Sin embargo, poco más de una década después la AVF volvería a enfrentarse al ejército de Sadam, esta vez sin pasar las pruebas de Weinberger, y esta vez el resultado sería muy diferente.

En el centro comercial: operación Iraqi Freedom

En 2003, la nación renunció una vez más al servicio militar obligatorio en favor de la AVF. Pero aparte de compartir esta característica única, la guerra de Iraq de 2003 difirió en casi todos los aspectos imaginables de la guerra de Iraq de 1991. Aunque cumplió algunas de las pruebas de Weinberger, falló en otras, y directamente le dio la vuelta a una de ellas. Esto, unido al fracaso de la Doctrina Abrams y a la capacidad de la administración para proteger a la población de la guerra mediante programas como Stop Loss [la extensión obligatoria en el servicio militar], minó la confianza de la sociedad en las fuerzas armadas y tuvo un efecto desastroso en su forma de ver el servicio militar. El condicionamiento resultante no hizo sino reforzar la profesionalización de la clase guerrera estadounidense y aumentar la aversión general del público hacia el servicio militar.

Al examinar la invasión de Iraq en 2003, el gobierno de George W. Bush vio claramente poco valor en la Doctrina Weinberger, negándose a verse limitado por pruebas diseñadas para impedir un empuje precipitado a la guerra. A diferencia de 1991, Iraq no había violado gravemente una norma internacional antes de la invasión estadounidense; en su lugar, el gobierno de EUA justificó la campaña como un acto preventivo para impedir que Saddam Hussein adquiriera armas de destrucción masiva (ADM). Aunque se basaba en datos de inteligencia erróneos, parecía ser de interés vital para la nación y, un año antes de la invasión, la inmensa mayoría de la opinión pública estadounidense, un asombroso 73 %, apoyaba el uso de la fuerza para expulsar a Saddam del poder45. Aunque el apoyo cayó una vez que los acontecimientos en Iraq empezaron a desencadenarse, al principio, tanto el Congreso como el pueblo estadounidense apoyaron la iniciativa. Tras haber superado inicialmente la primera y la quinta prueba de Weinberger, la administración Bush fue incapaz de conseguir el apoyo de las Naciones Unidas y la campaña no superó en última instancia la sexta prueba de la doctrina, ya que la guerra contra Iraq en 2003 no era en absoluto el último recurso. Tampoco superó la tercera prueba, ya que la razón inicial para expulsar a Saddam —su búsqueda de armas de destrucción masiva— dio paso rápidamente a objetivos mucho más amorfos relativos a la promoción de la democracia una vez que las armas de destrucción masiva ya no se encontraban46. Este cambio de pretensión dañó gravemente la confianza del público, que reconocía la importancia vital de proteger a la nación de un ataque con armas de destrucción masiva, pero no concedía la misma importancia a la forma de gobierno de Iraq. La población se sintió traicionada y así lo demostró su sentimiento: en 2007, el 67 % afirmaba que la guerra no iba bien; y un año después, el 54 % creía que Estados Unidos había tomado la decisión equivocada de utilizar la fuerza militar en Iraq, lo que suponía un aumento del 38 % de desaprobación con respecto a 200247. Es probable que gran parte de este descontento se debiera a que se les vendió una guerra que, según el gobierno, requeriría pocos recursos y poco esfuerzo, lo que supone un rechazo total de la segunda prueba de Weinberger —«medidas a medias»— y merece un análisis más detallado.

El recién confirmado subsecretario de Defensa Paul Wolfowitz

En lugar de movilizar responsablemente a la nación para la guerra, la administración Bush dejó claro que la de Iraq sería una guerra limitada y los altos cargos prometieron que costaría pocos muertos, heridos y dinero. Esto llevó a constantes negociaciones sobre el número de tropas entre la Oficina del Secretario de Defensa (OSD), dirigida por Donald Rumsfeld, y los planificadores operacionales del Comando Central de Estados Unidos, que contaban con el apoyo de los altos mandos de las instituciones militares. En sus orientaciones iniciales, Rumsfeld abogaba por un «plan rápido» que preveía un muy pequeño compromiso de 18 000 soldados, con fuerzas de refuerzo que solo se desplegarían cuando fuera necesario48. Reconociendo la inviabilidad de esta línea de acción, los planificadores del Comando Central de EUA convencieron finalmente a Rumsfeld para que aceptara un plan diferente y un contingente mayor, aunque todavía modesto, de 222 500 soldados, aproximadamente un tercio del número utilizado en la operación Desert Storm49. Esto no sentó nada bien al general Eric Shinseki, entonces jefe del Estado Mayor del Ejército, que señaló que la OSD había «constipado el proceso» y estresado enormemente al Componente de Reserva al introducir un grado innecesario de incertidumbre en las movilizaciones50. Semanas después, el 25 de febrero de 2003, al testificar ante el Comité de Servicios Armados del Senado (SASC) sobre el número de tropas necesarias para estabilizar Iraq, Shinseki dejó claro que se necesitarían muchas más, señalando que «probablemente sean necesarios varios cientos de miles de soldados»51. Por esta sugerencia, Rumsfeld y el Subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz, arremetieron públicamente contra él y calificaron la estimación de Shinseki de «totalmente errónea» y «descabellada»52. Aunque la jubilación de Shinseki ese verano había sido aprobada mucho antes de sus comentarios al SASC, la reprimenda de Rumsfeld y Wolfowitz tuvo un efecto escalofriante en todo el Departamento de Defensa, y quedó claro que la intención de la administración era mantener esta guerra lo menos invasiva posible53. Una vez sofocada la mayor parte de la oposición a los compromisos de tropas, la OSD se dedicó a convencer a la nación de que la guerra también se libraría a bajo costo.

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Cuando se le preguntó qué cuestión relacionada con Iraq plantearía al presidente George W. Bush si tuviera la oportunidad, el oficial respondió: “Estamos en guerra, Estados Unidos está en el centro comercial”.

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Aproximadamente un mes después del testimonio de Shinseki ante el SASC, Rumsfeld y Wolfowitz declararon ante el Subcomité de Asignaciones de Defensa de la Cámara de Representantes sobre el costo de la reconstrucción de Iraq. En sus declaraciones, ambos dirigentes dejaron claro al público estadounidense que este no asumiría el costo de la reconstrucción, ni a través de los impuestos ni, desde luego, mediante una estructura anticuada como los bonos de guerra. Wolfowitz declaró: «Estamos tratando con un país que realmente puede financiar su propia reconstrucción y relativamente pronto»54. Rumsfeld fue un paso más allá al afirmar: «No creo que Estados Unidos tenga la responsabilidad de la reconstrucción… y los fondos pueden proceder de las diversas fuentes que he mencionado: activos congelados, ingresos del petróleo y una variedad de otras cosas…»55. Según Rumsfeld y Wolfowitz, esta nueva guerra autofinanciada no requeriría la «plena medida» de Estados Unidos, y harían todo lo que estuviera en su control para evitar que se impusiera al público.

La ciudadanía obedeció en gran medida y, en lugar de sacrificarse mediante el aumento de los impuestos, el uso compartido del coche o cosas por el estilo, la Nación siguió con su actividad sin interrupciones. Tras los atentados del 11 de septiembre, se dijo al público que se fuera a Disney World, y lo que antes era una carga colectiva y nacional pasó a recaer enteramente sobre los hombros de la AVF56. Irónicamente, en una guerra fuertemente influenciada por el interés de Estados Unidos en el petróleo, en lugar de tomar medidas para reducir esta dependencia, 2003 y 2004 fueron testigos del único descenso consecutivo de dos años en la eficiencia media de combustible de los camiones ligeros desde 200057. Parecía como si el patriotismo se hubiera reducido a comprar un gran camión devorador de gasolina y colocar una pegatina con la bandera estadounidense en el parachoques. A pesar de poder proteger al público de la carga financiera de la guerra trasladando el coste a generaciones posteriores, los soldados no pueden comprarse a crédito, y a medida que la guerra corta y barata se convertía en una insurgencia prolongada, la administración confió en el Concepto de Fuerza Total para hacer el trabajo.

La NCA no se privó de utilizar el Componente de Reserva para satisfacer las necesidades de las operaciones en Iraq y Afganistán, y con más de 143 000 efectivos de la Guardia Nacional y la Reserva movilizados en junio de 2003, parecía que Abrams había conseguido que la nación no volviera a ir a la guerra sin las reservas58. Sin embargo, si Abrams y los arquitectos del Concepto de Fuerza Total pretendían que funcionara como un control de la capacidad del presidente para utilizar la fuerza en el exterior, lo cierto es que fracasó en este aspecto. A medida que aumentaba la desaprobación pública de la guerra, también lo hacía el número de soldados de la Reserva que participaban en ella: más de 250 000 integrantes de la Guardia Nacional sirvieron en la operación Iraqi Freedom, y más de 183 000 reservistas habían sido desplegados en Iraq o Afganistán en 200959. Aunque duras, las perturbaciones causadas por las movilizaciones de la Guardia Nacional y la Reserva no fueron suficientes para desencadenar una reconsideración seria de la guerra; sin embargo, el empleo por parte de la administración de una política de personal de la Guerra Fría poco utilizada para satisfacer las necesidades llamó ciertamente la atención del público.

Mientras la Fuerza Total se doblaba, pero no se rompía, el gobierno de Bush mantuvo su intención de no imponer a la población ninguna carga relacionada con la guerra y, en su lugar, aprovechó el programa Stop Loss para satisfacer las crecientes necesidades de personal de la operación Iraqi Freedom. Creado por la Ley de Autorización del Departamento de Defensa de 1984, la política Stop Loss permite al presidente suspender las jubilaciones y separaciones durante periodos de emergencia nacional o de movilización presidencial del Componente de Reserva60. En el marco de este programa, los integrantes de una unidad que va a ser desplegada y cuya separación del servicio militar está prevista durante el despliegue o en los noventa días siguientes, son prorrogados involuntariamente durante el despliegue hasta noventa días después de su regreso. Aunque no fue la primera vez que se utilizó, entre 2001 y 2009 se produjo el mayor empleo del sistema Stop Loss desde 1984, con más de 185 000 miembros del servicio prorrogados involuntariamente para despliegues en Iraq o Afganistán61. Esto, en efecto, se convirtió en una «conscripción encubierta», en la que los únicos ciudadanos obligados a servir eran los que se habían presentado voluntarios en primer lugar. El programa trasladó totalmente la carga bélica de la nación a la AVF y el público se dio cuenta. El programa estaba tan generalizado que incluso Paramount Pictures entró en acción con su película de 2008 Stop-Loss, que narraba las penurias del sargento Brandon King, interpretado por Ryan Phillippe, cuando se enfrentó a un despliegue involuntario en Iraq62. Aunque ficticia, la película reforzó varios temas populares que caracterizaban la guerra de Iraq en la psique del público: los objetivos eran dudosos, los despliegues eran arbitrarios y numerosos, y el Ejército era insensible e indiferente. Fuera de las salas de cine, la medida en que la administración utilizó el programa Stop Loss para confinar las penurias de la guerra a los integrantes de la AVF condicionó aún más al público a creer que no tenían obligación de servir y que era improbable que se les llamara a hacerlo. Esto no solo deterioró la confianza pública, ya que presentaba a las fuerzas armadas como incumplidoras de sus compromisos con los integrantes del servicio, sino que también amplió el abismo entre la sociedad y los militares, que eran cada vez más agotados por la frecuencia de los despliegues y la falta de voluntad de la administración para repartir la carga. En una sincera entrevista de 2006, un teniente coronel desplegado en Bagdad resumió tanto la abrumadora frustración como las deficiencias inherentes a la AVF. Cuando se le preguntó qué cuestión relacionada con Iraq plantearía al presidente George W. Bush si tuviera la oportunidad, el oficial respondió: «Estamos en guerra, Estados Unidos está en el centro comercial»63.

El gobierno, las Fuerzas Armadas y el pueblo

Desde la vuelta a la AVF, los ciudadanos estadounidenses se han ido divorciando cada vez más del trabajo, el sacrificio y los efectos de hacer la guerra. Sin embargo, esta dinámica social malsana no es culpa suya, sino el producto de cincuenta años de condicionamiento a depender de la AVF. Abundan los indicadores del creciente abismo entre las fuerzas armadas y el pueblo, y no muestran una tendencia positiva. Además de los pésimos resultados de reclutamiento de 2022, la confianza pública en las fuerzas armadas ha caído bruscamente del 70 % en 2017 al 48 % en 202264. Asimismo, cada vez son menos los estadounidenses que optan por el servicio militar y, desde 1973, el porcentaje de la población en servicio activo se ha reducido a la mitad, pasando del 1 % a menos del 0.5 %65. Neutralizando de hecho un tercio de la famosa trinidad de Clausewitz, el gobierno y las fuerzas armadas se han visto obligados a librar las guerras de la nación sin contar con el pueblo. Este modelo ha condicionado al público estadounidense a rehuir el servicio militar durante cinco décadas, dejando a Estados Unidos en una grave desventaja cuando llegue el momento de movilizarse para la próxima gran guerra. Por muy bien entrenados y equipados que estén, el 0.5 % de la nación es una lamentable representación de la voluntad nacional. Aunque es probable que la población responda a la llamada a las armas en caso de ataque a Estados Unidos, es dudoso que lo haga en caso de ataque a las islas Penghu, Senkaku o Kinmen, todos ellos posibles puntos de conflicto en la próxima guerra. Esto deja a la AVF en una situación precaria, ya que se prepara para guerras que carece de influencia para evitar y puede no tener la voluntad de ganar.

Las Doctrinas Abrams y Weinberger, influidas por las lecciones de Vietnam, pretendían preservar el vínculo vital entre el pueblo y el ejército, garantizando que el primero mantuviera «una participación en el juego» y que no se abusara del segundo en las guerras de elección. Se suponía que su cumplimiento confirmaría la fuerza de voluntad interna necesaria para ganar en el exterior. Cuando la administración de George H. W. Bush aplicó ambas doctrinas durante la operación Desert Storm, el asombroso éxito de la AVF pareció validarla como la estructura óptima de dotación. En realidad, la AVF fue víctima de su propio éxito, y el mensaje recibido fue que la población estadounidense podía quedarse en casa ya que sus fuerzas armadas podían ganar sin ella. A partir de entonces, la AVF encajó perfectamente en ese breve periodo de hegemonía estadounidense que llevó a Francis Fukuyama a acuñar el término «fin de la historia»66. Sin una amenaza con capacidades similares en el horizonte, seguramente la AVF estaba a la altura de la tarea de deponer a déspotas del antiguo tercer mundo y dar caza a terroristas. Desgraciadamente, el abandono de la Doctrina Weinberger por parte de la administración de George W. Bush en 2003 obligó a la AVF a llevar a cabo una contrainsurgencia desordenada y prolongada con dudosas pretensiones y persiguiendo objetivos vagos. El Pentágono, que se esforzaba por cubrir las necesidades de personal, recurrió al programa Stop Loss para prorrogar involuntariamente a los soldados voluntarios, protegiendo así a la población de los efectos de la guerra. Yendo un paso más allá, el mensaje general del Gobierno tras los acontecimientos del 11-S animaba a sus ciudadanos a irse de vacaciones, de compras y a cenar; desaparecieron las subidas de impuestos, los jardines de la victoria o cualquier otro vestigio de sacrificio. Aunque conceptualmente admirable, la Doctrina Abrams sobrestimó la capacidad del Componente de Reserva para influir en la voluntad popular y fue incapaz de evitar el fiasco de Iraq. Todo esto ha dado como resultado una trinidad muy enferma y una nación mal preparada para llevar a cabo las prolongadas campañas expedicionarias a las que probablemente se enfrente en el futuro. Para enderezar el rumbo hay que reacondicionar al pueblo estadounidense para que reconozca el servicio militar como una parte obligatoria de la ciudadanía mediante la creación de una fuerza mixta de reclutas y voluntarios dimensionada para satisfacer las necesidades anuales. Todos los adversarios de la nación reconocen la importancia de su población a la hora de hacer la guerra, es hora de que Estados Unidos haga lo mismo.

Las opiniones expresadas son responsabilidad exclusiva del autor y no reflejan los puntos de vista del Estado Mayor Conjunto, del Ejército de EUA o del Departamento de Defensa.


Notas

 

  • Epígrafe. Carl von Clausewitz, On War, ed. y trad. Michael Howard y Peter Paret (Princeton, NJ: Princeton University Press, 1984), 219.
  1. «Why Has America’s Army Recruitment Plummeted?», Economist (sitio web), 29 de noviembre de 2022, accedido 27 de junio de 2023, https://www.economist.com/the-economist-explains/2022/11/29/why-has-americas-army-recruitment-plummeted.
  2. Ibid.; «Army Fiscal Year 2023 Budget Overview», Army Financial Management and Comptroller, 28 de marzo de 2022, accedido 27 de junio de 2023, https://www.asafm.army.mil/Budget-Materials/; «Army Fiscal Year 2024 Budget Overview», Army Financial Management and Comptroller, accedido 27 de junio de 2023, https://www.asafm.army.mil/Budget-Materials/.
  3. «Army Fiscal Year 2023 Budget Overview».
  4. Army Directive 2019-25, Establishment of the Office of the Chief Army Enterprise Marketing (Washington, DC: Headquarters, Department of the Army, 1 de agosto de 2019), accedido 27 de junio de 2023, https://armypubs.army.mil/ProductMaps/PubForm/Details.aspx?PUB_ID=1007542.
  5. «Army Fiscal Year 2024 Budget Overview»; Jonathan Franklin, «The Army Is Increasing Its Largest Signing Bonus to $50,000 for Some New Recruits», National Public Radio, 12 de enero de 2022, accedido 27 de junio de 2023, https://www.npr.org/2022/01/12/1072628577/army-increases-bonus-new-recruits.
  6. Office of the Secretary of Defense, National Defense Strategy (Washington, DC: U.S. Department of Defense, 2022), accedido 28 de junio de 2023, https://media.defense.gov/2022/Oct/27/2003103845/-1/-1/1/2022-NATIONAL-DEFENSE-STRATEGY-NPR-MDR.PDF; Chairman of the Joint Chiefs of Staff, National Military Strategy (Washington, DC: Joint Chiefs of Staff, 2022), accedido 28 de junio de 2023, https://www.jcs.mil/Portals/36/NMS%202022%20_%20Signed.pdf.
  7. Clausewitz, On War, 77.
  8. John Nagl et al., «U.S. Army War College Integrated Lessons Learned from the Russo-Ukraine War» (mesa redonda, United States Army War College Strategic Landpower Symposium, Carlisle Barracks, PA, 9–11 de mayo de 2023), accedido 27 de junio de 2023, https://csl.armywarcollege.edu/landpower/default.aspx.
  9. Clausewitz, On War, 89.
  10. David E. Rosenbaum, «Senate Approves Draft Bill, 55-30; President to Sign», New York Times (sitio web), 22 de septiembre de 1971, accedido 27 de junio de 2023, https://www.nytimes.com/1971/09/22/archives/senate-approves-draft-bill-5530-president-to-sign-action-in.html.
  11. Ibid.
  12. Bernard Rostker, I Want You! The Evolution of the All-Volunteer Force (Santa Monica, CA: RAND Corporation, 2006), 92, accedido 27 de junio de 2023, https://www.rand.org/pubs/monographs/MG265.html.
  13. Military Selective Service Act of 1967, enmiendas, Pub. L. Nro. 92-129, 85 Stat. 348 (1971).
  14. Rostker, I Want You!, 25; David R. Segal, Recruiting for Uncle Sam: Citizenship and Military Manpower Policy (Lawrence: University Press of Kansas, 1989), 31.
  15. Lewis Sorley, Thunderbolt: General Creighton Abrams and the Army of His Times (New York: Simon & Schuster, 1992), 363–64.
  16. James Jay Carafano, «Total Force Policy and the Abrams Doctrine: Unfulfilled Promise, Uncertain Future», Foreign Policy Research Institute, 1 de febrero de 2005, accedido 27 de junio de 2023, https://www.fpri.org/article/2005/02/total-force-policy-and-the-abrams-doctrine-unfulfilled-promise-uncertain-future/.
  17. Andrew J. Bacevich, The New American Militarism: How Americans are Seduced by War, 2.ª ed. actualizada (New York: Oxford University Press, 2013), 39.
  18. Sorley, Thunderbolt, 361–62, 364.
  19. Harry G. Summers, «The Army after Vietnam», en Against All Enemies: Interpretations of American Military History from Colonial Times to the Present, ed. Kenneth J. Hagan y William R. Roberts (Westport, CT: Greenwood Press, 1986), 363; Andrew J. Bacevich, Breach of Trust: How Americans Failed Their Soldiers and Their Country (New York: Picador, 2014), 106.
  20. Sorley, Thunderbolt, 364.
  21. Ibid.
  22. Martin Binkin, Who Will Fight the Next War? The Changing Face of the American Military (Washington, DC: Brookings Institution Press, 1993), 109–10.
  23. «Operations Desert Shield and Desert Storm», Office of Army Reserve History, accedido 27 de junio de 2023, https://www.usar.army.mil/OurHistory/DesertShield-DesertStorm/; «25th Anniversary: Operation Desert Storm», National Guard Bureau, accedido 27 de junio de 2023, https://www.nationalguard.mil/Features/2016/Desert-Storm/.
  24. «Caspar W. Weinberger», Historical Office, Office of the Secretary of Defense, accedido 27 de junio de 2023, https://history.defense.gov/Multimedia/Biographies/Article-View/Article/571286/caspar-w-weinberger/.
  25. Ibid.
  26. Ibid.
  27. «What Is the State of the Military and How Are Us Veterans Faring?», USA Facts, accedido 27 de junio de 2023, https://usafacts.org/state-of-the-union/defense/.
  28. «Excerpts from Address of Weinberger», New York Times (sitio web), 29 de noviembre de 1984, accedido 27 de junio de 2023, https://www.nytimes.com/1984/11/29/world/excerpts-from-address-of-weinberger.html; Michael I. Handel, Masters of War: Classical Strategic Thought, 3.ª ed. revisada (New York: Routledge, 2001), 310–11.
  29. Bacevich, New American Militarism, 51–52.
  30. Caspar W. Weinberger, Fighting for Peace: Seven Critical Years in the Pentagon (New York: Warner Books, 1990), 159.
  31. Handel, Masters of War, 308–9.
  32. Bacevich, New American Militarism, 99.
  33. Handel, Masters of War, 318.
  34. Shannon Collins, «Desert Storm: A Look Back», U.S. Department of Defense, 11 de enero de 2019, accedido 27 de junio de 2023, https://www.defense.gov/News/Feature-Stories/story/article/1728715/desert-storm-a-look-back/.
  35. William Thomas Allison, The Gulf War, 1990–91 (New York: Palgrave Macmillan, 2012), 89.
  36. Ibid., 92–94; Authorization for Use of United States Armed Forces, Pub. L. Nro. 102-1, 105 Stat. 3 (1991); UN Security Council, Resolution 678, S/RES/678 (29 de noviembre de 1990).
  37. National Security Directive 54, Responding to Iraqi Aggression in the Gulf (Washington, DC: The White House, 15 de enero de 1991), accedido 27 de junio de 2023, https://bush41library.tamu.edu/files/nsd/nsd54.pdf.
  38. Allison, The Gulf War, 102.
  39. Ibid., 144.
  40. Ibid., 153.
  41. Ibid.
  42. Ibid., 154.
  43. Ibid., 94.
  44. Bacevich, New American Militarism, 99.
  45. Dexter Filkins, «Colin Powell’s Fateful Moment», New Yorker (sitio web), 18 de octubre de 2021, accedido 27 de junio de 2023, https://www.newyorker.com/news/daily-comment/colin-powells-fateful-moment; Pew Research Center, Americans Favor Force in Iraq, Somalia, and Sudan (Washington, DC: Pew Research Center, 22 de enero de 2002), accedido 27 de junio de 2023, https://www.pewresearch.org/politics/2002/01/22/americans-favor-force-in-iraq-somalia-sudan-and/.
  46. Richard Haass, A World in Disarray: American Foreign Policy and the Crisis of the Old Order (New York: Penguin Press, 2017), 123, 153–54.
  47. Pew Research Center, Americans Favor Force in Iraq, Somalia, and Sudan; «Public Attitudes Toward the War in Iraq: 2003–2008», Pew Research Center, 19 de marzo de 2008, accedido 27 de junio de 2023, https://www.pewresearch.org/2008/03/19/public-attitudes-toward-the-war-in-iraq-20032008/.
  48. David E. Johnson et al., The U.S. Army and the Battle for Baghdad: Lessons Learned – And Still to Be Learned (Santa Monica, CA: RAND Corporation, 2019), 23-27, accedido 27 de junio de 2023, https://www.rand.org/pubs/research_reports/RR3076.html.
  49. Ibid., 27.
  50. Ibid., 27–28.
  51. Ibid., 33.
  52. Ibid.
  53. Ibid.
  54. 149 Cong. Rec. S13753 (2003), accedido 27 de junio de 2023, https://www.congress.gov/congressional-record/volume-149/issue-157/senate-section/article/S13751-7?r=1097.
  55. 149 Cong. Rec. S13754 (2003), accedido 27 de junio de 2023, https://www.congress.gov/congressional-record/volume-149/issue-157/senate-section/article/S13751-7?r=1097.
  56. George W. Bush, «At O’Hare, President Says ‘Get on Board’» (remarks to airline employees, Chicago, IL, 27 de septiembre de 2001), accedido 27 de junio de 2023, https://georgewbush-whitehouse.archives.gov/news/releases/2001/09/20010927-1.html.
  57. «Average Fuel Efficiency of U.S. Light Duty Vehicles», Bureau of Transportation Statistics, accedido 27 de junio de 2023, https://www.bts.gov/content/average-fuel-efficiency-us-light-duty-vehicles.
  58. Sorley, Thunderbolt, 361–62, 364; Gregory Fontenot, E. J. Degen y David Tohn, On Point: The United States Army in Operation Iraqi Freedom (Fort Leavenworth, KS: Combat Studies Institute Press, 2004), 176.
  59. John Orrell, «The National Guard’s Contribution: 300,000-Plus Iraq Deployments», National Guard Bureau, 4 de enero de 2012, accedido 27 de junio de 2023, https://www.nationalguard.mil/News/Article/576180/the-national-guards-contribution-300000-plus-iraq-deployments/; Kathryn Roe Coker, Biannual Army Reserve Historical Summary: 2008/2009, ed. Deborah Foster-King et al. (Fort Bragg, NC: Office of Army Reserve History, 2013), xlvii, accedido 27 de junio de 2023, https://www.usar.army.mil/Portals/98/Documents/historycorner/USARC%202008_2009%20History%20for%20Web.pdf.
  60. Charles A. Henning, U.S. Military Stop Loss Program: Key Questions and Answers, Congressional Research Service (CRS) Report Nro. R40121 (Washington, DC: CRS, 10 de julio de 2009), accedido 27 de junio de 2023, https://apps.dtic.mil/sti/citations/ADA503196.
  61. Ibid.
  62. Stop-Loss, dirigida por Kimberly Peirce (Los Angeles: Paramount Pictures, 2008), actualizada por última vez 12 de diciembre de 2012, accedido 27 de junio de 2023, https://www.imdb.com/title/tt0489281/.
  63. Greg Kandra, «We’re at War; America’s at the Mall», CBS News, 8 de septiembre de 2006, accedido 27 de junio de 2023, https://www.cbsnews.com/news/were-at-war-americas-at-the-mall/.
  64. Stew Magnuson, «Annual Poll Shows Low Confidence in Military», National Defense (sitio web), 18 de enero de 2023, accedido 27 de junio de 2023, https://www.nationaldefensemagazine.org/articles/2023/1/18/annual-poll-shows-low-confidence-in-military.
  65. «Demographics of the U.S. Military», Council on Foreign Relations, actualizada por última vez 13 de julio de 2020, accedido 27 de junio de 2023, https://www.cfr.org/backgrounder/demographics-us-military.
  66. Francis Fukuyama, The End of History and the Last Man (New York: Simon & Schuster, 2006), xi.
 

El mayor Christopher Parker es estratega del Ejército de EUA y trabaja como planificador estratégico en el Estado Mayor Conjunto, sección J-7. Recibió su licenciatura de la Universidad Estatal de Kansas y una maestría en Historia de la Universidad Georgia Southern y ha servido en misiones de combate en Iraq.

 

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