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¿Qué tipo de victoria para Rusia en Siria?

Michael Kofman

Matthew Rojansky

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El presidente Bashar al-Assad (segundo de la izq.) de la República Árabe Siria, el presidente ruso Vladimir Putin (centro), el ministro de defensa ruso general del ejército Sergei Shoigu (segundo de la der.) y el jefe de Estado Mayor General de las fuerzas armadas de la Federación Rusa general del ejército Valeri Guerásimov (der.) se reúnen en Sochi, Rusia, para discutir las fases finales del apoyo ruso en las operaciones en Siria, 21 de noviembre de 2017. (Foto cortesía de la Administración del Presidente de Rusia)

La guerra en Siria ha avanzado a duras penas por más de cinco años. Cientos de miles de personas han muerto, ciudades y pueblos enteros han sido destruidos y se han perdido miles de millones de dólares de infraestructura. Millones de refugiados han inundado Estados vecinos en el Medio Oriente sin poder costearse su albergue, mientras que otros han buscado la seguridad en lugares tan lejos como Europa y Norteamérica, complejizando aún más las contiendas contrapuestas sobre la inmigración, empleos e identidad cultural en las democracias occidentales.

Siria ha puesto a prueba a todos los líderes del mundo en forma individual y colectiva, reflejando el fracaso de las instituciones internacionales para enfrentar eficazmente los problemas que fueron concebidas para gestionar e impedir. A pesar de un compromiso prolongado de fuerzas armadas y recursos diplomáticos de EUA en el conflicto, un acuerdo pacífico aún es remoto, y el régimen sangriento de Assad sigue firmemente en control de los centros de población a lo largo de la costa mediterránea. La inminente derrota del Estado Islámico (EI) en el interior desértico de Siria e Irak es caracterizada por el hecho de que sus combatientes se han unido e inspirado células terroristas más esquivas fuera de la región.

Mientras tanto, la coalición dirigida por Rusia, incluyendo fuerzas sirias, Irán y numerosas milicias aliadas, pareciera estar acercándose a sus propios objetivos militares y políticos. El conflicto en Siria probablemente entrará en una nueva fase el 2018 a medida que tanto el EI como la oposición siria dejan de ser fuerzas relevantes y las dos coaliciones busquen negociar un acuerdo post conflicto. Si bien no es seguro que se pueda alcanzar un acuerdo aceptable para los principales actores nacionales e internacionales, hasta ahora el principal resultado de esta guerra es que el presidente Bashar al-Assad se quedará, pero el país conocido antes de la guerra no volverá a ser el mismo.

Rusia solo ha estado directamente involucrada en este conflicto desde septiembre de 2015, pero su intervención cambió radicalmente el resultado de la guerra. La pregunta natural es que si Rusia, de hecho, logró una victoria. La respuesta a esta pregunta depende primero de lo que Moscú intentó lograr—en otras palabras, ¿cómo define Rusia la victoria en Siria, cuáles son sus interés actuales allí y, se han garantizado o avanzado estos intereses?

Si bien la campaña rusa podría ser considerada un éxito limitado desde la perspectiva de los objetivos propios del Kremlin, el rendimiento verdadero de Rusia en términos tanto militares como políticos requiere de un análisis más profundo. ¿Cómo lograron los rusos sus éxitos tanto en el campo de batalla como en el escenario diplomático y político más amplio? Y finalmente, al tener mejor conocimiento de los resultados de la campaña rusa en términos de objetivos y capacidad, ¿cuáles lecciones pueden aprender los estadounidenses para las futuras interacciones en Siria, el Medio Oriente y otros lugares?, ¿cuáles lecciones que deben sacar los estadounidenses para interactuar en Siria, el Medio Oriente y más allá?

Los orígenes de la intervención rusa

Que el poder militar estadounidense y ruso llegara a enfrentarse en el terreno y los cielos sobre Siria en 2015 es un tipo de accidente histórico. El país era apenas parte del eje de la estrategia global e incluso de las políticas regionales respectivas de cualquiera de estos Estados.

Las relaciones entre Rusia y Siria se basan en un legado de la Guerra Fría, desde que Moscú inicialmente comenzó a apoyar a Siria después de la Crisis de Suez en 1956. Sin embargo, Siria no llegó a ser un Estado cliente verdadero de la Unión Soviética sino hasta 1971. La Unión Soviética recibió una base naval bien situada en Tartús, en la costa mediterránea de Siria, para apoyar a la Quinta Eskadra —un escuadrón naval operacional— junto con instalaciones de recolección de inteligencia en tierra.

Después de la caída de la Unión Soviética en 1991, las flotas soviéticas salieron del mar Mediterráneo y disminuyó la importancia de las bases sirias. Moscú tenía mucho menos recursos disponibles para sostener su red mientras Rusia buscaba mitigar su situación por las ventas de armas. Los buques rusos continuaban explotando el puerto de Tartús como un punto de reabastecimiento menor, pero de poca relevancia militar. En cualquier caso, Tartús estaba mal equipado para recibir buques rusos, y, por un largo tiempo había poca actividad naval rusa para aún validar su uso. Esto cambió producto de la intervención rusa en 2015. El puerto ampliado de Tartús actualmente cuenta con la capacidad de apoyar las operaciones y reabastecimiento de la escuadra mediterránea de Rusia, que fue establecida en 2013 con el propósito de apoyar a Siria.

En términos generales, Rusia no buscó bases en Siria; tenía que establecerlas y ampliar la infraestructura existente para auxiliar al régimen sirio. Sostenida por el éxito percibido e intentando mantenerse, en 2017 Rusia firmó un contrato de arrendamiento en Tartús por cuarenta y nueve años, que aún está en el proceso para ser modernizado hacia una base naval de real utilidad. En realidad, lo que la relación siria ofreció a Rusia postsoviética era una posición en el Medio Oriente que ayudó a conferir el estatus de grande potencia en la política internacional. Una confluencia de acontecimientos llevó a lo que llegara a ser la expedición militar más significativa más allá del espacio inmediato postsoviético en más de 25 años.

Si bien Rusia tenía intereses persistentes en Siria, el contexto cambiante de las relaciones entre EUA y Rusia que comenzó en 2011, era un factor más influyente en cómo Moscú llegaría a considerar este conflicto. La reacción rusa a la intervención dirigida por EUA en Libia ese año era categóricamente negativa y Moscú intentó poner un límite en Siria oponiéndose al uso de la fuerza estadounidense para avanzar lo que consideró una agenda de «cambio de régimen». El ministro de Relaciones Exteriores Sergei Lavrov directamente aplicó la lógica de Libia en Siria en 2011 cuando dijo, «El cálculo es que entes extranjeros serán imbuidos con este problema y no solo denunciarán la violencia en este lugar, sino subsecuentemente repetirán el escenario libio, incluyendo el uso de la fuerza»1.

La base fundamental de la política rusa en Siria se transformó en prevenir que Estados Unidos llevara a cabo una intervención parecida a lo que ocurrió en Libia para derrocar a Assad. Lavrov advirtió, «Algunos líderes de las fuerzas de la coalición, y luego el Secretario General de la OTAN, llamaron la operación en Libia un “modelo” para el futuro. En cuanto a Rusia, no permitiremos que ocurra nada similar de nuevo en el futuro»2. El temor de otra intervención militar estadounidense, esta vez mucho más cerca de la propia Rusia y contra su único cliente restante en el Medio Oriente, era aparentemente vindicado cuando el presidente Barack Obama exigió que Assad saliera3. Rusia estaba decidida a limitar el intervencionismo de EUA, al principio dotando armas y equipamiento al régimen sirio, y bloqueando esfuerzos que buscaban hacer presión en el régimen en el Consejo de Seguridad de la ONU.

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El temor [ruso] de otra intervención militar estadounidense, esta vez mucho más cerca de la propia Rusia, y contra su único cliente restante en el Medio Oriente, era aparentemente vindicado cuando el presidente Barack Obama exigió que Assad saliera.

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De igual importancia era la firme creencia entre las élites rusas que la caída de Assad resultaría en que el EI y grupos socios de Al-Qaeda asumirían el control del país, llevando al desastre en la región y creando una posible supercarretera para extremistas sunitas hacia el interior de Turquía y el Cáucaso. Esta preocupación era vindicada un tanto a medida que la guerra civil en curso se combinaba con el desplazamiento de civiles debido al auge del EI que resultó en un flujo masivo de refugiados a Turquía, países vecinos y Europa Central, causando la incertidumbre y amenazando la estabilidad regional (véase la figura 1). A diferencia de la Libia distante, una implosión completa de Siria no solo estaba peligrosamente cerca de Rusia, sino que miles de ciudadanos rusos y miles más de ruso parlantes de la región más amplia ya se habían unido a los grupos de militantes extremistas que luchan en Siria4. Moscú tenía miedo de que en caso de una victoria del EI, algunos de estos combatientes entrarían a Rusia y se unirían en las insurgencias en el norte del Cáucaso o formularían ataques en el corazón de Rusia. Por consiguiente, algunos rusos describieron su entrada en Siria como el lanzamiento de una guerra preventiva contra el terrorismo.

Sirios en los países vecinos y Europa

Los intereses y objetivos rusos en la intervención en Siria también surgen del colapso de nexos entre Rusia y Occidente después de la invasión rusa en el oriente de Ucrania y la anexión de Crimea en 2014. En este sentido, las sanciones y presiones diplomáticas de EUA y Europa catalizaron la decisión rusa para intervenir en Siria. En lugar de ceder ante la presión occidental y ofrecer concesiones sobre el tema de Ucrania, Moscú consideró a Siria como una oportunidad para ampliar el enfrentamiento en términos más favorables para sí mismo. A la larga, Rusia esperaba que su intervención en Siria pudiera obligar a Washington y sus aliados europeos en abandonar las sanciones y el aislamiento diplomático relacionado con Ucrania con el propósito de lograr un acuerdo negociado con Rusia sobre el tema de Siria.

Las consideraciones políticas internas también eran un factor, aunque su rol no debe ser exagerado. Las fuerzas armadas rusas asestaron un golpe a Ucrania en la batalla de Debaltseve en febrero de 2015, llevando al segundo acuerdo de cese al fuego de Minsk, que pareció ser una victoria política para Moscú. Sin embargo, el acuerdo rápidamente fracasó y las sanciones occidentales siguieron en pleno efecto, poniendo presión en la economía rusa en precios de energía persistentemente bajos. Esforzándose por estabilizar la situación económica interna y con la política cada vez más a la deriva, había poca esperanza para los líderes rusos de lograr más victorias, ya sea internamente o en los ex estados soviéticos. Si bien Moscú apenas consideró su entrada en una sangrienta guerra civil en el Medio Oriente un camino de progresos expeditos, la tolerancia de Rusia para los riesgos que acompañaban una intervención creció radicalmente frente a estas presiones internas e internacionales.

Guerra civil siria: Mapa de control territorial desde noviembre de 2015

Una intervención limitada en Siria, dirigida para reducir los riesgos políticos internos llegó a ser la propuesta menos peligrosa. A mediados de 2015, Moscú tenía pocas alternativas al uso de la fuerza si esperaba reforzar al régimen de Assad, su aliado en Damasco. En abril, la situación para las fuerzas de Assad era grave. Un grupo afiliado de Al-Qaeda en Siria, Jabhat al-Nusra, había integrado una coalición de combatientes en el «Ejército de Conquista», que expulsó a las fuerzas del régimen en el noroeste y amenazó grandes centros de población al sur. Al mismo tiempo, el EI avanzaba hacia el oeste y había capturado la ciudad histórica de Palmira. Las fuerzas de Assad estaban siendo presionadas y se estaban retirando en casi todos los frentes. En el verano de 2015, el jefe de la Fuerza Quds de Irán, Qasem Soleimani, junto con altos funcionarios sirios, viajó a Moscú en un esfuerzo para coordinar una intervención militar5. En agosto del mismo año, había claras señales de que Rusia se preparaba para intervenir. Cuando la aviación táctica de Rusia comenzó a llegar a la Base Aérea Hmeimim en septiembre de 2015, se lanzó el dado. La figura 2 representa la situación aproximada de Siria en términos de control territorial ejercido por los participantes en el conflicto alrededor del inicio de las operaciones en apoyo del régimen de Assad.

Estableciendo el marco de la intervención rusa

Aunque tenía interferencias por situaciones tácticas, la entrada de Moscú en la lucha en Siria también era estratégicamente ambiciosa. Una intervención exitosa podría ofrecer la victoria en tres frentes: prevenir un cambio de régimen respaldado por EUA en Siria, salir del aislamiento político y obligar a Washington a lidiar con Rusia como un igual y demostrar internamente que Rusia es un gran poder en el escenario principal de la política internacional. Moscú esperaba que Siria ofreciera un nuevo frente más favorable, donde Estados Unidos podría ser superado en términos de maniobra en un enfrentamiento más amplio, que hasta 2015 se centró casi completamente en las acciones rusas en Ucrania.

Soldados desertores sirios que se han unido al Ejército Libre Sirio controlan una calle en Saqba, al este de Damasco, Siria, 27 de enero de 2012. Estos grupos, con cierta conexión al Ejército Libre Sirio, fueron los primeros blancos principales de las operaciones rusas en Siria porque representaban la amenaza más directa e inmediata a la autoridad del presidente sirio Bashar al-Assad. (Foto cortesía de Freedom House, Flickr)

Una vez que comenzaron las operaciones, como frecuentemente ocurre en los casos con campañas militares, la intervención asumía nuevos objetivos, reflejando intereses secundarios y terciarios. La «expansión de ambición» es una enfermedad común que aflige a la mayoría de los grandes poderes cuando despliegan fuerzas militares. Es posible que Rusia no acudiera a Siria con esperanzas de recuperar el poder y estatus en el Medio Oriente el primer lugar, pero las aspiraciones regionales crecieron con cada éxito en el campo de batalla. Como consecuencia, Rusia se ha convertido en una posible influencia política y tal vez un balance contra la influencia estadounidense, aún si la campaña en Siria no se iniciara con estos objetivos en mente.

Sea cuales fueran las expectativas de éxito de Rusia —y hay indicaciones de que el liderazgo sirio engañó a Moscú al principio con respecto al estado verdadero de sus fuerzas (históricamente una práctica común para Damasco)— Moscú siguió una campaña con objetivos tanto políticos como militares estrechamente alineados. Estos esfuerzos se reforzaron mutuamente, pero el camino hacia la victoria tuvo que superar grandes desafíos.

En el terreno, las fuerzas rusas tenían que encontrar una manera rápida y radicalmente de alterar el balance a favor de Assad con la destrucción de la capacidad de la oposición de continuar la lucha, mientras trabajaban con limitados recursos. De igual manera, Rusia tenía que cambiar el cálculo y política de sus principales oponentes en este conflicto, incluyendo Turquía, Estados Unidos y Arabia Saudita, mientras entraba en acuerdos con otros posibles actores en la región. Si no, los avances militares se desvanecerían rápidamente en la arena y una victoria política sería esquiva. Rusia también necesitaba un proceso político al mismo tiempo que funcionara para garantizar los avances militares en el terreno, porque como dijo Mao Zedong, el poder político «crecería a punta de pistola».

Un desfile de combatientes militantes islamistas en las calles en el norte de la provincia de Raqqa, Siria, celebran la declaración de un «califato» islámico, después de capturar territorio en el país vecino de Irak, 30 de junio de 2014. Las fuerzas rusas, después de apoyar la derrota por Assad de las fuerzas del Ejército Libre Sirio que controlaban la ciudad norteña de Alepo, se centraron en derrotar al Estado Islámico. (Foto: Reuters)

Las relaciones con aliados como Irán, beligerantes asociados consistente milicias locales, o posibles oponentes tal como Israel, tenían que ser cuidadosamente gestionadas. El riesgo combinado de incentivos políticos y objetivos operacionales conflictivos entre las partes produjo una zona de combate compleja. Los riesgos de una intensificación al conflicto directo entre las potencias extranjeras eran considerables, como era destacado ante el uso de armas químicas por Siria en marzo de 2017, que resultó en un rápido ataque de represalia con cohetes cruceros llevado a cabo por EUA, o el derribo de un avión SU-24M2 ruso en noviembre de 2016. Rusia dirigió la coalición, pero nunca la controló; por lo tanto, tuvo que sentirse cómodo con la incertidumbre y riesgos asociados de tener actores como Siria, Irán y Hezbolá en su grupo.

Para Rusia, el éxito implicó garantizar un compromiso de las otras partes para buscar un acuerdo político basado en gran parte en sus condiciones. Esto significó convencer a Arabia Saudita y Turquía que sus intermediarios no tenían probabilidad alguna de victoria en la guerra y obligar a Estados Unidos a abandonar su política que favoreció un cambio de régimen. Con el tiempo, Moscú logró el éxito en frentes tanto militares como políticos, coaccionando a sus adversarios y negociando modificaciones a sus posiciones uno por uno, pero el camino hacia este resultado no fue fácil o directo. El éxito de Rusia no es absoluto, pero en el momento de la redacción del presente artículo, pareciera que si bien la campaña en Siria no es una victoria para Rusia, sin lugar a dudas, es una derrota para las partes que se opusieron a la coalición dirigida por Rusia.

La estrategia rusa en Siria

Para logra el éxito, Rusia tenía que adquirir alguna influencia en Siria, que a su vez yacía en ser capaz de destruir a la oposición siria y obligar a sus oponentes a cambiar sus políticas, forzando a ellos y a sus intermediarios en el conflicto a tomar un lugar en la mesa de negociaciones con condiciones favorables a la coalición de Rusia. Moscú también buscó la oportunidad para restablecer su marco como una fuerza positiva en la lucha contra el terrorismo y presionar a Estados Unidos a cooperar militarmente. Los líderes rusos esperaban que al final se rompiera la cohesión occidental en sus medidas punitivas impuestas como resultado de Ucrania y otorgar al presidente Vladimir Putin el reconocimiento como un actor prominente en los asuntos internacionales.

Estos fueron los fines deseados, pero la estrategia rusa no era deliberada. En realidad, Rusia siguió una estrategia «emergente», o «limitada». Esto consistía en un planteamiento caracterizado por el lema «fracase rápidamente, fracase a bajo costo» de una empresa incipiente, con frecuentes ajustes durante la operación. El elemento central de esta estrategia era la flexibilidad, con una preferencia para la adaptación sobre una estrategia más estructurada. En la estrategia emergente, el éxito genera el éxito, mientras que el fracaso nunca es decisivo o incapacitante. Se siguen varios vectores simultáneamente, aunque algunas veces pueden parecer contradictorios. Se agregan recursos a favor del planteamiento que muestra el mayor progreso, mientras se descartan otros sin tomar en cuenta los «gastos perdidos»6.

Para lograr el éxito en la implementación de una estrategia limitada, su liderazgo debe ser ágil, políticamente expedito y sin comprometerse ante cualquier planteamiento específico en la zona de combate (p. ej. Dispuesto a improvisar y ajustar su curso). En el caso de Rusia, en realidad fue beneficioso ser un sistema autoritario y tener relativamente pocos aliados u otras limitaciones geopolíticas en su toma de decisiones. Pero Rusia también tenía otras opciones. Dadas las limitaciones de recursos y un alto grado de incertidumbre, incluyendo información poco fiable sobre la realidad en el terreno de sus aliados, Rusia no estaba en una posición para seguir una estrategia más deliberada. A la larga, esta limitación favoreció a Rusia con respecto a los otros poderes, puesto que estos últimos gastaron considerablemente más sangre y tesoro a través de planteamientos estructurados y deliberados que tuvieron menos éxito en la región. La estrategia limitada de Rusia funcionó, ya que cuando se evidenciaban falsas presunciones en el conflicto, esta podía cambiar su rumbo y adaptarse.

Aun así, las limitaciones de las fuerzas armadas rusas impusieron restricciones severas en la operación general de Rusia. Las fuerzas armadas rusas no tenían escasa experiencia en operaciones expedicionarias después de retirarse de Afganistán en 1989, Siria tenía una capacidad limitada para ser anfitrión de una gran presencia militar, las capacidades rusas de abastecimiento y apoyo a gran distancia eran débiles y las fuerzas armadas rusas estaban en medio de grandes reformas y modernización. La coordinación con Irán y sus relacionadas milicias chiitas tal como Hezbolá era otra complejidad en un campo de batalla ya congestionado, mientras los comandantes rusos tenía una opinión relativamente peor del rendimiento de las fuerzas sirias en el combate. En fin, no había una claridad respecto a cómo las fuerzas que Rusia podía desplegar tendrían el impacto necesario para cambiar las condiciones en el conflicto. Al principio, los observadores externos dudaron el éxito de una intervención rusa, especialmente dadas las recientes experiencias occidentales en las operaciones expedicionarias en el Medio Oriente.

Un caza-bombardero ruso tipo <i>Su-34</i> lanza una KAB-500S, una bomba de 500kg guiada por satélite, sobre una posición enemiga en la región de Alepo o Raqqa, Siria, 9 de octubre de 2015. (Foto cortesía del Ministerio de Defensa de la Confederación Rusa)

La campaña prevista por Rusia estaba basada en una pequeña presencia para limitar su exposición, reduciendo las probabilidades de ser constantemente involucrada en un conflicto donde los actores locales tienen mayor influencia por un protector internacional más fuerte. En cambio, el liderazgo ruso buscó espacio para maniobrar, manteniendo la flexibilidad y la opción de una retirada rápida si la situación empeorara. Al comienzo de la intervención rusa, las limitaciones físicas restringieron su presencia. Tartús no era una base naval verdadera, la Base Aérea Hmeimim no tenía espacio para posicionar los aviones, otras bases sirias estaban expuestas, rodeadas o mal equipadas, y el apoyo logístico ruso tenía rendimiento limitado.

En pocas palabras, la realidad ayudó hacia un planteamiento más conservador, siendo finalmente más inteligente en la zona de combate. No era la destreza o experiencia de Moscú, sino la falta de abundancia y limitadas opciones que hicieron más sabias las fuerzas armadas rusas en la forma de abordar el conflicto. Dicho esto, aún después de la expansión de la base aérea siria y las grandes inversiones en la instalación naval, el Estado Mayor General de Rusia continuaba calibrando su presencia al mínimo necesario. En 2017, quedó en evidencia que a pesar del incremento de capacidades en el lugar para aposentar a las fuerzas rusas, y mejoras en la infraestructura, Moscú estaba renuente a usarla. Había una oportunidad de ampliar los medios desplegados en este conflicto, pero Rusia no la quería, juzgando que la guerra en Siria no sería ganada con un planteamiento basado en medios, bajo la corriente de pensamiento bastante conocido de «más es mejor».

La estrategia rusa tenía que ver con las milicias sirias, iraníes y chiitas luchando y las fuerzas rusas proporcionando el apoyo, y no al revés. Siria continuaba revelando la preferencia general rusa de utilizar las fuerzas locales primero, mercenarios e intermediarios rusos en segundo lugar, y sus propias fuerzas en último lugar, solo para lograr efectos decisivos en el campo de batalla. El poder militar ruso pulsaba, creciendo cuando era necesario en apoyo de las ofensivas y retirándose cuando se consideraba innecesario.

Las operaciones de combate rusas en Siria

Cuando los rusos llegaron a Siria en septiembre de 2015, inherentemente introdujeron una nueva dinámica, obligando llegaba lo que llegó a ser un diálogo respecto a los arreglos para «eliminar los conflictos» con Estados Unidos. Se mostraron varios cazas pesados tipo Su-30SM de múltiples misiones en la pista de aterrizaje en la Base Aérea Hmeimim mientras los bombarderos tipo Su-24M2 comenzaban a desplegarse. Aprovechándose de la próxima cumbre de la Asamblea General del Consejo de Seguridad de la ONU, Moscú exigió una reunión bilateral de alto nivel entre Putin y Obama—una desviación de lo que había sido más de un año de «aislamiento» diplomático de Moscú impuesto por EUA tras las secuelas de la anexión rusa de Crimea.

Si bien la administración de Obama estaba molesta con la apariencia de que había sido manipulada para restaurar el diálogo militar, los riesgos de un incidente militar entre dos grandes poderes nucleares en los cielos sobre Siria superaban otras consideraciones7. En una discusión de 90 minutos, las dos partes se comprometieron a continuar los esfuerzos para eliminar los conflictos en sus operaciones respectivas. En pocos días, Rusia logró su primer éxito político como resultado de la intervención sin ni siquiera haber llevado a cabo su primera misión militar.

Una pantalla de captura de un vídeo en Youtube muestra misiles cruceros lanzados de una flota rusa en el mar Caspio, 17 de noviembre de 2015. El ministro de defensa ruso Sergei Shoigu informó que se lanzaron 18 misiles cruceros durante el bombardeo, acertando siete blancos terroristas en Siria. (Pantalla de captura de un vídeo Youtube de RT)

Aun así, era evidente que no había un acuerdo en el camino político hacia el futuro de Siria, y la selección de blancos por Rusia en su campaña aérea que comenzó el 30 de septiembre de 2015, reveló que la escuadra aérea rusa se centraría en la oposición «moderada» en Siria bajo la rúbrica de la lucha contra el terrorismo. Las reglas de enfrentamiento de Moscú eran relativamente sencillas: había poca o ninguna distinción entre los grupos armados no gubernamentales en Siria, porque todos eran considerados «terroristas», salvo los kurdos y las milicias a favor del régimen. Putin declaró en la asamblea de la ONU, «Opinamos que es un gran error rehusarse a cooperar con el gobierno y las fuerzas armadas de Siria, que valientemente luchan cara a cara contra el terrorismo. Al final, debemos reconocer que nadie salvo las fuerzas armadas del presidente Assad y las milicias kurdas verdaderamente luchan contra el Estado Islámico y otras organizaciones terroristas en Siria»8.

Esto no era solo una cuestión de conveniencia para establecer una zona de tiro libre. De hecho, desde la perspectiva de Rusia, no hay tal cosa como una oposición «moderada» en Siria y el término en sí era una invención occidental concebida para legitimar a los extremistas que se oponían a Assad. La estrategia política rusa en el ámbito nacional y extranjero era establecer un marco binario para el conflicto—solo el régimen tenía legitimidad y todas las otras partes eran grupos terroristas de facto de varios tipos que eran aliados del EI o Jabhat al-Nusra9. Con el tiempo, Rusia también buscaba crear una oposición sistémica, juntando distintas fuerzas que se prestaran a compartir el poder con el régimen de Assad.

Aprovechando el ímpetu en 2015, Rusia estableció un centro de intercambio y coordinación de inteligencia en Bagdad, que incluyó a Siria, Irán, Irak e Israel. El propósito del centro era eliminar los conflictos en las operaciones aéreas de los países vecinos. Moscú también esperaba crear un sentido público que lideraba una coalición de países en un esfuerzo de contraterrorismo no menos legítimo que la coalición contra el EI dirigida por EUA. El liderazgo ruso quería convertir esta postura y el diálogo para eliminar los conflictos en las operaciones de EUA y Rusia en un reconocimiento más formal de la cooperación entre los dos países en Siria. De hecho, repetidas veces Moscú pidió el reconocimiento de Washington de la coalición dirigida por los rusos como socios legítimos en la guerra en Siria, que representaría el reconocimiento de Rusia como el «igual» de Washington, por lo menos en este contexto.

Un hombre sirio lleva a sus dos hijas a un lugar seguro en medio de los escombros causados por un ataque con bomba de barril en el vecindario controlado por los rebeldes de al-Kalasa en la ciudad norteña de Alepo, 7 de septiembre de 2015. Lo que en su día fuera el motor económico de Siria, Alepo fue destruido por el combate después de que los rebeldes tomaran control de la parte oriental de la ciudad en 2012, limitando a las fuerzas gubernamentales al oeste. Como resultado del gran número de muertes civiles debido a este tipo de bombardeo, Rusia y Siria recibieron la condena internacional por los ataques aéreos contra Alepo y otros blancos urbanos. (Foto: Karam al-Masri, Agence France-Presse)

Las primeras operaciones de combate de Rusia tenían el objetivo de cambiar el ímpetu en el campo de batalla, proporcionado así un fuerte estímulo para el estado de ánimo de las fuerzas sirias y milicias aliadas. Rusia también esperaba que Estados Unidos cediera la zona de combate, como mínimo por omisión, al concentrar sus propias operaciones de combate contra el EI en el norte de Irak y sus aliados kurdos en Siria. Esto significaría un abandono rápido a la oposición moderada y a otros intermediarios que buscaban el derrocamiento de Assad, dejándolos incapaces de lidiar con el poderío aéreo ruso y cada vez más aislados en el campo de batalla. En muchos sentidos, se logró esta meta se logró esta meta a medida que Rusia y Estado Unidos dividían las responsabilidades en Siria y en otras campañas complementarias.

El primer despliegue ruso en Siria consideraba 33 aviones y 17 helicópteros. También se incluyeron 12 bombarderos Su-24M2, 12 aviones de ataque Su-24SM/UB, 4 caza-bombarderos Su-34, 4 cazas de múltiples misiones Su-30SM y un avión de reconocimiento tipo Il-20M1. El contingente de helicópteros consistía en 12 helicópteros de ataque tipo Mi-24P, y 5 helicópteros de transporte Mi-8AMTSh10. Más tarde en 2015, este número creció con cuatro caza-bombarderos Su-34 más y cuatro cazas de superioridad aérea tipo Su-35S. Los helicópteros de ataque Mi-35M y transportes Mi-8 llegaron en los meses siguientes. Un escuadrón del Mediterráneo liderado por la Flota del Mar Negro apoyaba las operaciones desde el mar, aunque la armada rusa se preocupaba más en proporcionar abastecimientos logísticos a la intervención mediante buques que transportaban tanques para desembarque en lo que fue llamado el «Expreso sirio». Para complementar la capacidad de transporte limitada en el mar y el equipamiento llevado por aire en aviones de carga tipo Ruslan An-124, Rusia compró ocho buques de carga y puso cuatro de estos en servicio.

Ingenieros militares rusos desarrollan limpieza de minas en las rutas de aproximación a la antigua ciudad de Palmira, Siria, 2 de abril de 2016. Rusia desplegó pocas tropas terrestres en Siria para mantener una pequeña presencia militar. En cambio, dependió de las fuerzas del ejército de Siria, milicias chiitas y «voluntarios» iraníes para servir como las fuerzas terrestres principales en las operaciones combinadas planificadas generalmente por los rusos. (Foto: Valery Sharifulin, TASS)

Los primeros objetivos rusos consistieron en recuperar el acceso a caminos clave, conectar la infraestructura, romper el envolvimiento de las bases sirias aisladas y quebrantar la voluntad de las fuerzas opositoras a través de la destrucción de todo el equipo enemigo posible—el cual gran parte del mismo previamente había sido capturado del ejército de Siria. Aunque en los primeros meses, Rusia supuestamente había ayudado a Siria a recuperar el control de solo 2 por ciento de su territorio, en febrero de 2016, era evidente que la campaña aérea estaba surtiendo efecto en el campo de batalla y, a su vez, en la fortuna política de la oposición siria. Con el ímpetu de la oposición estancado, el estado de ánimo del régimen sirio comenzó a recuperarse.

El control territorial en Siria siempre fue esquivo debido a que los líderes locales cooperaban hacia la parte que estaba ganando en un determinado momento. Por lo tanto, el «control» cambiaba rápidamente hacia la parte que tenía el ímpetu claro y las fuerzas rusas administraban numerosos «ceses de fuego» entre las fuerzas sirias y líderes tribales. En realidad, las fuerzas de Assad tenían control de gran parte de la población de Siria, mientras grandes áreas de territorio controlado por la oposición o extremistas quedaban despobladas como resultado del combate. Por ende, solo fue necesario menos de dos años para que la coalición liderada por los rusos apoyara a lograr el control sobre solo 2 por ciento del territorio, aparentando ser el vencedor en el conflicto.

Los efectivos rusos realizaron misiones aéreas con mucha frecuencia, con hasta un promedio de 40 a 50 misiones por día, pero que podían alcanzar hasta 100 vuelos en los tiempos de operaciones de combate de mayor intensidad como ocurrió en enero de 2016. Se necesitaron de dos tripulaciones por cada aeronave para sostener la intensidad de las operaciones, junto con un grupo de contratistas de defensa para apoyar las nuevas plataformas que estaban siendo desplegadas en Siria. El poderío aéreo en Siria nunca excedió los 30 a 50 aeronaves de combate y 16 a 40 helicópteros de distintos tipos, siendo un despliegue mucho menor que el grupo de aviación de combate desplegado en Afganistán11. La tasa de fallas mecánicas o pérdida en combate también eran mucho menores respecto a las operaciones aéreas rusas o soviéticas previas.

En un desfile en la ciudad de Alepo, Siria, ciudadanos sirios muestran fotos de soldados rusos que murieron en combate en Siria, 22 de diciembre de 2017. Los sirios expresaban su aprecio por las contribuciones de la Federación Rusa durante la celebración del primer aniversario de la captura de Alepo. (Foto cortesía de la cuenta Twitter de la Embajada de Rusia, @EmbassyofRussia)

Durante el conflicto, las fuerzas aeroespaciales rusas fueron apoyadas por aproximadamente 3.000 tropas terrestres, probablemente 1.500 con base en Hmeimim. Estos incluían integrantes de la 810ª Brigada de Infantería Naval basada en Crimea, elementos de la 7ª División de Asalto Aerotransportado, compañías blindadas con tanques T-90A, artillería remolcada tipo MSTA-B y una variedad de unidades de defensa antiaérea, incluyendo unidades Buk-M2, Pantsir-S1 y S-400. Se desplegó también equipamiento avanzado de guerra electrónica, junto con el Comando de Operaciones Especiales de Rusia. Después de la captura de Palmira en la primavera y de Alepo en el otoño de 2016, Rusia también introdujo unidades de desminado y unidades de policía militar especializadas del norte del Cáucaso.

El comando de operaciones especiales de Rusia jugó un rol prominente en todo el conflicto, llevando a cabo operaciones de diversión, eliminación de blancos y reconocimiento. Unos 2.000 contratistas militares privados (PMC), siendo el Wagner Group el de mayor magnitud, apoyaban a las fuerzas sirias y sufrían la mayoría de las bajas en el campo de batalla. Con el apoyo del poder aéreo ruso, veteranos que integraban el PMC marcaron un impacto entre las milicias mal entrenadas, asumiendo riesgos por un pago de US$ 4.000 a 5.000 por mes.

En términos generales, Moscú quería mantener una presencia menor. Las primeras fuerzas no consideraron defensa antiaérea de largo alcance o cazas para alcanzar una superioridad aérea; más bien, su llegada era impulsada por un incidente inesperado con Turquía cuando un F-16 turco derribó un Su-24M2 en noviembre de 2015. El bombardero ruso había estado atacando a las milicias turcomanas en Siria y había entrado al espacio aéreo turco. De hecho, la fuerza aérea rusa violó en repetidas ocasiones el espacio aéreo turco para obligar a Turquía a cambiar su política en Siria y alcanzar un acuerdo con la coalición dirigida por Rusia. Se puede argumentar que la crisis entre Rusia y Turquía fue el momento de mayor peligro en toda su intervención y probablemente lo más cercano a un conflicto militar entre un miembro de la OTAN y Rusia en décadas.

La reacción rusa al incidente fue imponer sanciones económicas y severas políticas sobre Turquía, mientras se demostraba en el campo de batalla que las fuerzas respaldadas por Turquía tenían poca esperanza de lograr la victoria contra Assad. Ya para el verano de 2016, Ankara cedió, emitiendo lo que sería una disculpa para normalizar las relaciones con Moscú. Uno a uno, Rusia intentaba cambiar las posiciones de las grandes partes que respaldaban a las fuerzas anti-Assad en Siria. En primer lugar, Moscú obligó a Washington a conceder que una política de cambio de régimen no solo era poco realista, sino que su apoyo a la oposición siria no tendría ninguna probabilidad de éxito, todo esto mientras jugaban con la posibilidad de un cese de fuego y ayuda humanitaria para los civiles en el conflicto. Estados Unidos aceptó poco a poco la intervención rusa y la victoria de facto de Assad sobre los radicales y la oposición respaldada por EUA.

Las ambiciones rusas también se beneficiaron con los debates entre los aliados de EUA en la región, quienes en frecuentes declaraciones no seguían el planteamiento de Washington. Turquía era más hostil con los combatientes kurdos en Siria que con Assad o el Estado Islámico, pero los kurdos eran el aliado principal de Washington contra el EI en el terreno. Washington no tenía ningún interés en apoyar los grupos sunitas extremistas favorecidos por los sauditas y otros Estados árabes, y tampoco los consideraba una alternativa viable al régimen sirio sangriento. Con el tiempo, y después de aplastar a los intermediarios en Siria respaldados por Turquía, Rusia logró la cooperación que pretendía con Ankara. Arabia Saudita también se mostró más flexible y en octubre de 2017, el rey saudita visitó a Rusia por primera vez en reconocimiento de la creciente importancia de Moscú en el Medio Oriente.

Rusia también consideró a Siria como un área de pruebas para sus nuevas armas y plataformas, dando al mayor número posible de militares rusos la oportunidad de participar en el conflicto. Esto incluyó la rotación de innumerables tripulaciones en el teatro de operaciones, otorgando a los buques y bombarderos la oportunidad de lanzar misiles cruceros y desplegar una pequeña fuerza terrestre también. Después de un período de reformas militares desde 2008 hasta 2012 y un gran programa de modernización que comenzó en 2011, Moscú buscó para su fuerza aérea que adquiriera experiencia en el conflicto.

Siria ha tenido un impacto profundo en las fuerzas armadas rusas, porque un número incontable de oficiales han tenido rotaciones de tres meses en la campaña para adquirir experiencias en el combate. Según el Jefe de Estado Mayor General ruso Valeri Guerásimov, los comandantes de los distritos militares, ejércitos de armas combinadas, ejércitos del aire y de defensa antiaérea junto con muchos comandantes de división han adquirido experiencias en Siria12. Para los ascensos en grado en 2017, fueron promovidos militares rusos que habían servido en Siria. Estas experiencias influirán en el pensamiento militar y decisiones de personal rusos por muchos años.

Al lado de estos objetivos de entrenamiento, Rusia también aprovechó las operaciones de combate en Siria como una demostración de tecnología para fomentar la venta de armas en el exterior, exhibiendo la última generación de tecnología rusa junto a los sistemas de armas fiables de la era soviética que tomaron se emplearon en gran parte de los combates.

Comenzando con el primer ataque el 7 de octubre de 2015 durante el transcurso del conflicto, buques de guerra y submarinos rusos lanzaron numerosos misiles cruceros de ataque terrestre tipo Kalibr desde el mar Caspio y el este del mar Mediterráneo. Del mismo modo, la aviación de largo alcance entró en el conflicto en noviembre de 2015 y desde ese entonces, bombarderos estratégicos tipo Tu-95MS y Tu-160 han llevado a cabo un gran número de vuelos, utilizando misiles cruceros lanzados desde el aire tipo Kh-555 y Kh-101 más avanzados contra blancos en Siria13. La fuerza de bombarderos de tamaño mediano dotada con aviones Tu-22M3 complementaron los vuelos de combate desde la Base Aérea Hmeimim, aunque estas aeronaves exclusivamente lanzaron bombas tipo FAB no guiadas de altura mediana y alta. Más tarde, Moscú también utilizó los sistemas de misiles balísticos de mediano alcance tipo Iskander-M, misiles antibuques tipo Bastion-P y otras armas avanzadas en un esfuerzo para demostrar sus capacidades.

Si bien las armas de precisión usadas en el conflicto representaron una pequeña parte de la verdadera combinación de todas las armas usadas, probablemente incluso menos del 5 por ciento, Rusia demostró la capacidad de emplear armas guiadas de largo alcance desde una variedad de plataformas. En Siria, quedaron en evidencia tanto los avances hechos por su poderío aéreo ruso desde sus malos resultados en la guerra entre Rusia y Georgia en 2008, como también las limitaciones restantes de las fuerzas armadas de Rusia. Gran parte del bombardeo se llevaba a cabo por las más antiguas aeronaves Su-24M2 y Su-25SM, y en casi todas las operaciones se emplearon municiones no guiadas de efecto por área. Con la excepción de los sistemas en los aviones Su-34, que eran usados para lanzar la bomba guiada por satélite tipo KAB-500, entre otras armas de precisión, las aeronaves de ala fija en general carecían de las herramientas de designación de blancos para eficazmente emplear las municiones guiadas de precisión14.

La aviación naval de Rusia no era impresionante. Los vuelos del grupo de ataque desde portaaviones llevados a cabo por el antiguo crucero de aviación pesado Kuznetsov en 2016 fue comunicacionalmente un desastre, perdiendo un avión Su-33 y un MiG-29K debido a fallas de equipo. Aparte de ello, los rusos sorprendentemente solo perdieron unas pocas aeronaves, con una mayoría de bajas sufridas en tripulaciones de helicópteros. Los técnicos rusos mantenían las aeronaves de generaciones antiguas y más nuevas en el cielo, con solo un avión Su-24M2 perdido debido a fallas técnicas.

Sin lugar a dudas, los ataques aéreos rusos eran efectivos pero increíblemente costosos en términos de bajas civiles y daños colaterales infligidos, algunos de los cuales parecieron aparentemente intencionales. Gran parte de las municiones fueron empleadas para lograr efectos por área y eran demasiado grandes en carga útil para los blancos en Siria. Las Fuerzas Aeroespaciales rusas en general aún se limitan a una forma de combate propio de principios de la década de 1990 (aunque es un gran salto generacional de donde estaban en 2008), pero con una gran dependencia de armas no guiadas, e incluso y de mayor importancia, carecen de los medios de inteligencia, vigilancia y reconocimiento necesarios para llevar a cabo las operaciones de combate impulsadas por la información. Las Fuerzas Aeroespaciales rusas también carecen de medios para lidiar con pequeños blancos móviles con precisión guiada y dependen de armas y municiones no guiadas que verdaderamente son excesivamente destructivas15. Tal como fue el caso con la Unión Soviética, las fuerzas armadas rusas son excesivamente brutales en una lucha cercana, pero continúan teniendo dificultades en identificar y observar su blanco.

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A quienes les interesa investigar la motivación de los líderes de Rusia en cuanto a la decisión de llevar a cabo las operaciones de combate en Siria, invitamos la atención a los comentarios que el presidente Vladimir Putin hizo ante la Asamblea General de la ONU el 28 de septiembre de 2015, como fueron publicados por la oficina del Presidente Ruso.

Para ver la versión oficial, publicada como artículo en el número de marzo-abril de 2016 de Military Review.

Otros artículos que discuten las opiniones en desarrollo de los líderes rusos con respecto a la guerra moderna y participación en Siria son presentados en la página web Hot Spots de Military Review (en inglés) en http://www.armyupress.army.mil/Special-Topics/World-Hot-Spots/Russia/ o http://www.armyupress.army.mil/Special-Topics/World-Hot-Spots/Russia-Syria/.

Rusia dependió mucho de los drones para complementar su campaña aérea tripulada, empleándolos para evaluar los daños causados en el combate y en el reconocimiento. Hay rumores de que los drones rusos llevaron a cabo más vuelos que la aviación tripulada sobre Siria. Los mejores drones rusos eran variantes de producción autorizados de modelos israelíes—un producto de la cooperación de defensa entre Rusia e Israel. A pesar de gastar mucho dinero en el desarrollo, Rusia aún no tiene sistemas de aeronaves no tripuladas armadas y, por lo tanto, carece de una opción de reconocimiento y ataque en tiempo real para sus plataformas de drones. Para las fuerzas armadas rusas, las operaciones en Siria evidenciaron la necesidad de invertir aún más en el desarrollo de sistemas de ataque no tripulados y elaborar un repertorio más grande de armas guiadas para las Fuerzas Aeroespaciales, en particular para su uso táctico.

Poniendo estas limitaciones a un lado, Moscú utilizó efectivamente la campaña en Siria como parte de una interacción diplomática y política más amplia con Estados Unidos, demostrando la capacidad y determinación de emplear las armas guiadas de largo alcance que, muchas de ellas tienen variantes con ojivas nucleares. Las operaciones en Siria respaldaron ampliamente la credibilidad coercitiva de Rusia, presentando una clara imagen de las capacidades resurgentes de sus fuerzas armadas que implican costos en la OTAN en un conflicto convencional, y su capacidad de extender su alcance a gran distancia para poner en riesgo a gran parte de Europa en caso de ser necesario. Los ataques de largo alcance llevados a cabo por bombarderos, buques de guerra y submarinos no deben ser considerados solo como pruebas de combate para adquirir experiencias; también eran concebidos como un mensaje estratégico para fomentar la credibilidad rusa de forma más evidente.

No vamos a llegar a casa para las Navidades

Al tomar parte en el conflicto, las fuerzas armadas rusas rápidamente descubrieron que su intervención tomaría mucho más tiempo del que fue anticipado o esperado inicialmente. El ejército de Siria se había fragmentado en milicias armadas que eran formalmente unificadas bajo la bandera de Assad, pero que ya no representaban una fuerza de combate coherente. El liderazgo ruso quedó estupefacto por la gran cantidad de equipamiento sirio e iraquí capturado por la oposición y varios grupos militantes mientras el régimen controlaba apenas el 10 por ciento del territorio nacional. Algunas unidades sirias si bien eran capaces de tomar acciones militares, los oficiales rusos tuvieron que integrarse en todas estas unidades para llevar a cabo operaciones militares y comenzar el proceso de reconstrucción del potencial de combate del ejército sirio.

A pesar de la afluencia de tropas iraníes y de Hezbolá en octubre de 2015, era evidente que las partes beligerantes estaban sacando provecho del uso de intermediarios en el campo de batalla con una baja participación de fuerzas. Su eficacia combativa era insuficiente, y las fuerzas sirias constantemente pedían ataques aéreos rusos, avanzaban poco y se retiraban con la primera indicación de una contraofensiva realizada por las tropas bien motivadas del grupo Jabhat al-Nusra u otros grupos combatientes.

Con el paso del tiempo, Rusia entrenó a oficiales sirios de menor jerarquía y estableció el 5º Cuerpo Voluntario de Asalto liderado por comandantes rusos y equipado con armamento ruso más avanzado. El 5º Cuerpo ha sido la fuerza de asalto principal de Siria durante el último año. La combinación de combatientes sirios, contratistas militares y el liderazgo ruso para componer capacidades ofensivas han permitido alcanzar victorias en el campo de batalla a un bajo costo.

Los objetivos operacionales de Rusia fueron los adecuados para su estrategia: Lograr victorias decisivas donde fuese posible, fragmentar a la oposición siria e intentar explotar las victorias en Siria para alcanzar objetivos políticos más amplios que Estados Unidos. Para tal fin, el Estado Mayor General ruso intentó evitar las batallas agotadoras por el control de centros de población, especialmente dado el hecho de que las fuerzas sirias carecían del personal para mantener control de los objetivos que capturaban. Con el tiempo, este resultó en la necesidad de retomar el mismo terreno repetidas veces como ocurrió con Palmira. Rusia genuinamente también quería cambiar la dirección de la lucha hacia el este y al Estado Islámico en un esfuerzo para consolidar sus operaciones con la cooperación con Estados Unidos. No estaban interesados en Siria e Irán, por lo contrario, buscaban la victoria casi total sobre la oposición y la recaptura de todos los principales centros de población en el oeste del país.

Mientras Rusia mantenía una imagen de un actor principal y líder de la coalición, en realidad, esta estrategia no había ganado la aceptación por sus aliados y Moscú no podía forzarlos a aceptar. Al respecto, Rusia sufría del mismo déficit que Estados Unidos. Los dos eran poderes extranjeros que intervenían en Siria sin la influencia necesaria sobre los aliados en el país y la región para llegar a grandes acuerdos. Estas diferencias quedaron en evidencia en marzo de 2016, cuando Rusia declaró su retirada de Siria mientras centraba la atención de sus fuerzas hacia Palmira. De hecho, Moscú no tenía la intención de retirarse sino que quería reducir sus obligaciones y prepararse para un combate de largo plazo mientras Assad se centraba en retomar el control de Alepo.

Con su declaración en marzo, Rusia intentó replantear su intervención en Siria como una presencia de seguridad sostenible a largo plazo en apoyo de un acuerdo político en lugar del combate en sí. El concepto era normalizar las operaciones rusas ante la audiencia interna y declarar la victoria de alguna forma. Los rusos otorgaron condecoraciones y un pequeño contingente se replegó, pero mientras tanto, Rusia se alistaba para convertir la campaña en «campañas» más pequeñas con el propósito de evitar una percepción respecto a una larga intervención, incluso por años. El primer segmento finalizó con la captura de Palmira por fuerzas rusas en marzo de 2016. Luego, las fuerzas sirias e iraníes dirigieron su esfuerzo hacia Alepo, lucha que al final suprimió el esfuerzo ruso para negociar un grupo de integración conjunto con Estados Unidos. Se logró el segundo hito en enero de 2017, después de la captura de Alepo y una tercera victoria se avecinaba a finales de 2017 cuando a medida que las fuerzas sirias capturaran Deir ez-Zor y el Estado Islámico parecía estar al borde de la derrota.

Esta última declaración de victoria antes de la elección presidencial en marzo de 2018, está llena de riesgos puesto que las fuerzas rusas no solo se mantendrán sino que incrementarán su infraestructura en Tartús y Hmeimim. Como Guerásimov dijo en una reciente entrevista, «estamos aquí para quedarnos». Poco después, en un ataque con morteros contra la base el 31 de diciembre de 2017, varios aviones fueron dañados y soldados rusos murieron. El 6 de enero, siguió otro ataque con drones que afectó estas dos bases, esta vez llevado a cabo por grupos militantes. Los dos incidentes son recordatorios sombríos de que el triunfalismo es bastante prematuro y las fuerzas rusas en el teatro de operaciones están expuestas al peligro. La figura 3 representa la situación aproximada de Siria en noviembre de 2017 en términos de control territorial ejercido por los participantes en el conflicto cerca del cese oficial de operaciones rusas comenzadas en apoyo del régimen de Assad (véase la figura 1 para una comparación a la situación al principio de la campaña).

Guerra civil siria: Mapa de control territorial desde noviembre de 2017

Un acuerdo postconflicto y temas complementarios

Ya que actualmente la mayoría del territorio y centros de población sirios han sido tomados de las manos de los grupos de oposición antigubernamental, Rusia puede enfocar su atención hacia el acuerdo postconflicto. Si bien Assad se ha dedicado a retomar «cada pulgada» del territorio sirio e incluso si Rusia no apoya esta ambición, tendrá poca opción aparte de respaldar los constantes esfuerzos del régimen para garantizar los recursos de energía y agua en el norte y sur del país. Sin embargo, el enfoque principal de las acciones militares y políticas de Rusia se centrará en el acuerdo diplomático y condiciones de apoyo en el terreno.

De mayor importancia, Rusia aparentemente ha adquirido la aceptación de Washington de su rol como mediador en el futuro de Siria. En una reunión cumbre en noviembre en Vietnam, los presidentes Trump y Putin confirmaron no solo un diálogo permanente sobre la eliminación de conflictos y el apoyo de las «zonas de reducción de tensiones», en gran parte una iniciativa rusa, sino que también destacaron la centralidad del proceso político para negociar un futuro postconflicto en Siria. Este proceso se forma de acuerdo con los intereses estratégicos principales de Rusia.

En primer lugar, Rusia ha trasgredido el monopolio del proceso de Ginebra y del liderazgo diplomático de EUA. Rusia ha integrado con éxito las negociaciones que se iniciaron en Astana en 2016 al proceso internacional establecido por la ONU, y regularmente ha convocado reuniones con varios grupos de la coalición en un esfuerzo para fomentar el surgimiento de una agrupación común de la oposición que sea sensible a un compromiso con el régimen de Assad. Los progresos de Moscú en el frente político son esporádicos, pero por ahora parece ser la única opción plausible para el futuro.

En segundo lugar, Rusia ha podido mantener nexos fructíferos con todas las otras partes clave en la región, desde Arabia Saudita, en un extremo del espectro, e Irán, por el otro. De hecho, a pesar del desacuerdo constante con Arabia Saudita con respecto a la composición de la oposición «legítima» en Siria que será representada en Ginebra, y con Turquía sobre el rol de las fuerzas de autodefensa kurdas, la diplomacia rusa (respaldada por la fuerza militar) ha ganado el reconocimiento de los dos países, un hecho que es bastante bien recibido en Moscú en el período previo a la elección presidencial de Rusia en marzo de 2018. Irán ha demostrado ser un aliado complejo de Rusia; sin embargo, las relaciones entre los dos países siguen siendo estables en su mayor parte, dado que los iraníes anticipan ser capaces de mantener su dominio de facto en gran parte del territorio sirio, consolidando su corredor de poder de Irak a Líbano.

En último lugar, Rusia retendrá su aliado en Damasco, porque en el futuro previsible, el régimen de Assad parece haber retomado el control. De hecho, las fortunas de Assad han crecido tanto desde el comienzo de la intervención rusa hace dos años que él es capaz de establecer las condiciones por lo general, de su participación en el proceso de Ginebra. La oposición puede quejarse a gritos, pero el régimen simplemente se ha negado a participar en negociaciones si la cuestión de su propia salida está en la agenda.

Esta también es una victoria para Rusia, puesto que Moscú ha aprovechado sus victorias para garantizar contratos de arrendamiento a largo plazo en sus instalaciones militares en Hmeimim y Tartús, así como posicionar empresas rusas para jugar roles posiblemente prominentes y lucrativos en la reconstrucción de Siria, especialmente en los sectores de energía y transporte de energía. Además de necesitar las bases para apoyar a las fuerzas sirias, Rusia ve el conflicto actual como parte de un plan más amplio para convertirse en un mediador principal en el Medio Oriente y una opción de equilibrio para aquéllos que buscan contrarrestar la influencia de EUA.

El área principal en la que la campaña rusa en Siria claramente no logró sus objetivos iniciales fue el esfuerzo de ampliar la plataforma para interacción diplomática con Europa y Estados Unidos posterior a las secuelas de la crisis ucrania y las posteriores sanciones occidentales relacionadas. Si bien Moscú abrió brechas en la política de aislamiento frustrada de la administración de Obama forzando a Washington a participar en discusiones para eliminar los conflictos en las operaciones militares, estas discusiones no se han extendido a la cooperación completa entre Rusia y Estados Unidos previsto por el Kremlin. Por otra parte, no había ninguna voluntad por parte de los gobiernos occidentales de considerar a Siria y Ucrania en términos quid pro quo. Por más que los occidentales lamenten el número de víctimas o el flujo de refugiados de la guerra civil en Siria, el conflicto en Ucrania simplemente está mucho más cerca de casa y los gobiernos europeos se han mantenido firmes en su apoyo a las sanciones atadas al cumplimiento de los acuerdos de Minsk, mientras que Estados Unidos, en realidad, ha aumentado radicalmente las sanciones después de los intentos aparentes de Rusia de entrometerse en las elecciones de EUA en 2016.

En suma, Rusia parece haber ganado como mínimo una victoria parcial en Siria y lo hizo con eficiencia, flexibilidad y coordinación impresionantes entre las acciones militares y políticas. Por una parte, la aceptación del régimen de Assad y sus aliados iraníes por Rusia, su indiferencia relativa a las bajas civiles, y su hostilidad total contra los grupos de oposición al régimen son completamente opuestos a las opiniones ampliamente aceptadas en EUA sobre Siria. Por otra parte, la estrategia «limitada», tácticas adaptables y la coordinación de las iniciativas militares y diplomáticas de Rusia ofrecen importantes lecciones para la conducción para cualquier intervención militar en un ambiente tan complejo y volátil como el Medio Oriente. Con más de 15 años en Irak y Afganistán, con luchas en curso en Libia y Yemen e incontables lugares volátiles que podrían poner en marcha un conflicto regional más amplio que amenazan los intereses de EUA, Washington debería prestar más atención a la intervención rusa y cómo Moscú logró sus objetivos en Siria.


Notas

  1. Sergei Lavrov y Russian Media, «On Syria and Libya», Monthly Review (página web), 17 de mayo de 2011, accedido 15 de diciembre de 2017, https://mronline.org/2011/05/17/on-syria-and-libya/. El texto es un extracto del «Transcript of Russian Foreign Minister Sergey Lavrov’s Interview to Russian Media Following Attendance at Arctic Council Meeting, Nuuk, May 12, 2011», publicado en la página web del Ministerio Exterior de Rusia el 13 de mayo de 2011.
  2. «Sergey Lavrov’s Remarks and Answers to Media Questions at Joint Press Conference with UAE Foreign Minister Abdullah Al Nahyan», el Ministerio de Asuntos Exteriores de la Federación Rusa (página web), 1 de noviembre de 2011, accedido 10 de enero de 2018, http://www.mid.ru/en/vistupleniya_ministra/-/asset_publisher/MCZ7HQuMdqBY/content/id/186758.
  3. Macon Phillips, «President Obama: The Future of Syria Must Be Determined by Its People, but President Bashar al-Assad Is Standing in Their Way», White House Press Office (página web), accedido 19 de diciembre de 2017, https://obamawhitehouse.archives.gov/blog/2011/08/18/president-obama-future-syria-must-be-determined-its-people-president-bashar-al-assad.
  4. Vladimir Frolov, «Signing In is Easier than Quitting», Vedomosti (página web), 29 de septiembre de 2016, accedido 19 de diciembre de 2017, https://www.vedomosti.ru/amp/a00ffd6a64/opinion/articles/2016/09/29/658952-voiti-legche-viiti.
  5. «Iran Quds Chief Visited Russia despite U.N. Travel Ban: Iran Official», Reuters, 7 de agosto de 2015, accedido 19 de diciembre de 2017, http://www.reuters.com/article/us-russia-iran-soleimani-idUSKCN0QC1KM20150807; Michael Kofman, «A Tale of Two Campaigns: U.S. and Russian Military Operations in Syria», Pathways to Peace and Security 1, nro. 52 (2017): págs. 163–70.
  6. Michael Kofman, «The Moscow School of Hard Knocks: Key Pillars of Russian Strategy», War on the Rocks (página web), 17 de enero de 2017, accedido 19 de diciembre de 2017, https://warontherocks.com/2017/01/the-moscow-school-of-hard-knocks-key-pillars-of-russian-strategy/.
  7. Teresa Welsh, «Obama, Putin Meet in New York», U.S. News & World Report (página web), 28 de septiembre de 2015, accedido 19 de diciembre de 2017, http://www.usnews.com/news/articles/2015/09/28/obama-putin-meet-in-new-york.
  8. Washington Post Staff, «Read Putin’s U.N. General Assembly speech», Washington Post (página web), 28 de septiembre de 2015, accedido 19 de diciembre de 2017, https://www.washingtonpost.com/news/worldviews/wp/2015/09/28/read-putins-u-n-general-assembly-speech/?utm_term=.48d2be2b7823.
  9. Nikolas K. Gvosdev, «Moscow’s War in the Air: Russia Sends a Message in Syria», The National Interest (página web), 1 de octubre de 2015, accedido 19 de diciembre de 2017, http://nationalinterest.org/feature/moscows-war-the-air-russia-sends-message-syria-13983.
  10. Ruslan Pukhov, «Russian Military, Diplomatic and Humanitarian Assistance», en Syrian Frontier, editor M.U. Shepovalenko, 2ª edición (Moscú: Center for Analysis of Strategies and Technologies, 2016), págs. 105–7, accedido 9 de enero de 2018, http://cast.ru/upload/iblock/686/6864bf9d4485b9cd83cc3614575e646a.pdf.
  11. Ruslan Pukhov, «The War that Russia Won», Izvestia (página web), 13 de octubre de 2017, accedido 10 de enero de 2018, https://iz.ru/652856/ruslan-pukhov/voina-kotoruiu-rossiia-vyigrala.
  12. Valeri Guerásimov, «We Broke the Back of Terrorists», entrevista con Victor Baranets, Komsomolskaya Pravda (página web), 26 de diciembre de 2017, accedido 10 de enero de 2018, https://www.kp.ru/daily/26775/3808693/.
  13. El primer uso de la aviación de largo alcance era en respuesta al bombardeo terrorista de un vuelo de la aerolínea rusa MetroJet que salió de Egipto.
  14. Pukhov, «The War that Russia Won».
  15. Ruslan Pukhov, «Polygon Budushego», Russia in Global Affairs (página web), 8 de marzo de 2016, accedido 10 de enero de 2018, http://www.globalaffairs.ru/number/Poligon-buduschego-18032.

Michael Kofman es un científico de investigación de mayor antigüedad en la CNA Corporation, donde sirve en calidad del director del Programa de Estudios Rusos. Es un becario global en el Instituto Kennan en Washington, D.C. y un becario no residente en el Instituto de Guerra Moderna en West Point, Nueva York. Previamente, sirvió como el administrador de programa en la Universidad Nacional de Defensa. Su investigación se centra en asuntos de seguridad en Rusia y la antigua Unión Soviética, especializándose en el análisis militar y de defensa. Cuenta a su haber con una Licenciatura de la Universidad Northeastern y una Maestría de la Escuela de Servicio Exterior de la Universidad de Georgetown.

Matthew Rojansky es el director del Instituto Kennan en el Centro Woodrow Wilson en Washington, D.C. y profesor asociado en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de Johns Hopkins. Cuenta a su haber con una Licenciatura de la Escuela Harvard y un Doctorado de la Escuela de Derecho de la Universidad de Stanford. Previamente, fue subdirector del Programa de Rusia y Eurasia en el Carnegie Endowment for International Peace. También sirvió en calidad de especialista de política en la Embajada de EUA en Kiev, Ucrania y erudito invitado en la Sección de Investigación de la Escuela de Defensa de la OTAN.

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Tercer Trimestre 2018