Military Review Edición Hispanoamericana Revista Profesional del Ejército de Estados Unidos

 

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Análisis del libro

The Democratic Coup d’État

Dr. Robert F. Baumann

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Soldados de guardia mientras manifestantes se reúnen en el camino a la Casa Estatal en Harare, Zimbabue, 18 de noviembre de 2017. Los manifestantes, con el apoyo de las fuerzas armadas, marcharon a través de la capital de Zimbabue para exigir la salida del presidente Robert Mugabe, uno de los últimos líderes de liberación en África, después de casi cuatro décadas en el poder. (Foto: Associated Press, Ben Curtis)

Ozan Varol va directamente al grano con su obra más reciente, The Democratic Coup d’État [El golpe de estado democrático]. Desde el principio declara, «A veces se impone la democracia a través de un golpe de estado»1. Un autoproclamado inconformista, Varol desafía directamente el pensamiento popular no solo en cuanto al proceso por el cual pueden establecerse las democracias, sino también en el papel crucial de las fuerzas armadas en transiciones políticas extralegales en todo el mundo2.

Libre de las restricciones presentadas por teorías políticas o pruebas cuantitativas, Varol emplea su vasta comprensión de la historia y asuntos internacionales, junto con un compromiso filosófico al razonamiento empírico para argumentar de forma persuasiva que la manera en que la política, los golpes de estado y las revoluciones claramente no se conforman al pensamiento legal y político prevaleciente en Occidente. De hecho, Varol sugiere firmemente que los eruditos y los funcionarios gubernamentales occidentales tienden a estar cegados por la mitología romántica que asevera que las transiciones democráticas son dirigidas por un pueblo que se vuelca a la calle con grandes grupos de civiles movilizados con anhelos de la libertad, mercados libres y estado de derecho. Aunque reconoce que los levantamientos populares y pacíficos jueguen un rol no menor en muchos casos, Varol no acepta la propuesta que este es el patrón normal para el establecimiento de un control democrático. Como explicó, los líderes persuasivos de principios como Nelson Mandela, Václav Havel o Mahatma Gandhi no son comunes. Sin lugar a dudas, Varol no es un doctrinario y sostiene que todos los casos deben ser comprendidos en sus propios términos. Sin embargo, hay algunos patrones perceptibles que no se presentan en la clase de ciencias políticas común y corriente.

The Democratic Coup d´État, Ozan Varol, Cambridge University Press, 2017, 248 páginas.

En este ensayo se aborda la obra de Varol en tres partes. En primer lugar, se considera la línea de argumento principal de Varol y algunos ejemplos de evidencia que se emplean para demostrarla. En segundo lugar, se pone el razonamiento de Varol en una perspectiva comparativa mediante la introducción de ejemplos de casos adicionales, incluyendo Rusia, China y Estados Unidos. En tercer lugar, se analizan concisamente algunas implicaciones de la argumentación de Varol sobre la relación entre los sistemas de reclutamiento militar y las actitudes de los ejércitos con respecto a los movimientos democráticos sociales.

Probablemente y debido a sus antecedentes atípicos, Varol se siente cómodo cuestionando lo que él considera como sabiduría popular el tema de golpes de estado y transiciones democráticas. Nacido en Turquía pero educado en Estados Unidos, comenzó su destacada carrera como ingeniero de cohetes en la Administración Nacional Aeronáutica y Espacial (NASA) previo a centrarse en el derecho y las teorías de gobernanza. Además, en forma entusiasta cruza los límites disciplinarios para elaborar un análisis en que aprovecha considerablemente el conocimiento popular por sobre la política y estudios de caso después de la Guerra Fría. Además, lleva a cabo este proyecto ambicioso con un estilo argumentativo animado que merece la pena ser leído, aprovechando frecuentes referencias a la cultura popular.

Varol centra mucho de su discusión sobre la reciente experiencia en la Primavera Árabe pero también analiza acontecimientos en lugares tan diversos como Turquía, Malí, Serbia, Portugal y Chile. A su favor, no omite los casos que no correspondan cómodamente con su tesis. De hecho, en ningún momento argumenta que los golpes de estado militares normalmente lleven a la democracia. Al contrario, sostiene que los golpes de estado militares que producen un resultado democrático siguen siendo la excepción y no la norma. Una intervención militar tiene la misma probabilidad de poner fin a un proceso democrático como también de crearlo. No obstante, de vez en cuando los golpes de estado militares instauran la democracia y Varol se propone analizar por qué debería ser así.

Robert Mugabe, el entonces presidente de Zimbabue y presidente de la Unión Africana, 10 de mayo de 2015. (Foto cortesía de Wikimedia Commons)

Una razón principal es que los ejércitos son instituciones políticamente influyentes que frecuentemente sirven como un instrumento de cambio, un hecho demasiado a menudo ignorado en la literatura académica debido a una marcada predisposición a ignorar los asuntos militares. Varol sostiene que las fuerzas armadas frecuentemente están a favor de los manifestantes y facilitan las transiciones democráticas como lo que ocurrió en Egipto y Túnez durante la Primavera Árabe. En opinión de Varol, la expulsión de Hosni Mubarak en Egipto en 2013, en realidad poco tenía que ver con las protestas enormemente populares —la narrativa favorita de eruditos compasivos— que con un golpe de estado respaldado por el ejército. Esta interpretación era contraria a la lógica de muchos observadores porque se dirigió el golpe de estado militar contra un General retirado. Varol observa con cierta ironía, cómo el Departamento de Estado de EUA hizo todo lo posible, y en forma embarazosa, para evitar el empleo de la palabra «golpe de estado», ya que este tipo de declaración hubiera requerido por parte de Estados Unidos a suspender la ayuda militar a Egipto. En cualquier caso, durante su larga presidencia, Mubarak no encabezó un régimen militar; al contrario, basó su propia seguridad de estado en fuerzas especiales policiales para mantener el orden. Lamentablemente, ya no era percibido como un ejemplo de los intereses de las fuerzas armadas en Egipto.

El caso egipcio ofrece una lección práctica especialmente útil para comprender el rol de las fuerzas armadas en los períodos de agitación política. Varol sostiene que los dictadores tal vez comprenden mejor que nadie que las instituciones militares pueden ser una fuerza para el cambio. En una dictadura común, las fuerzas armadas frecuentemente son la única institución con la influencia necesaria para desafiar al gobernante. Alex de Waal, de la World Peace Foundation, describe cómo diversos regímenes autoritarios han protegido su poder ante posibles golpes de estado con una «distribución de capacidades armadas entre diferentes elementos del ejército y las fuerzas de seguridad»3. Debido a que los golpes de estado son casi por su definición una conspiración, la complejidad de tomar el poder aumenta directamente proporcional al número de instituciones armadas.

Emocionadas personas esperan la ceremonia de inauguración para que el exvicepresidente Emmerson Mnangagwa tome posesión de la presidencia de Zimbabue en Harare, 24 de noviembre de 2017. (Foto: Reuters, Mike Hutchings)

En ese contexto, para cualquier organización militar los motivos que promueven el cambio, incluyendo el cambio democrático, no necesitan ser basados en principios o ideología. Al contrario, las fuerzas armadas están propensas a actuar en apoyo de sus intereses institucionales para mantener sus recursos e influencia. En tiempos prósperos, las fuerzas armadas tienden a ser pilares confiables del estatus quo. Por consiguiente, las fuerzas armadas prefieren la estabilidad política. Cuando el gobierno no funciona, es corrupto o disfuncional, se transforma en una amenaza que podría desencadenarse en agitación y caos en la sociedad, las fuerzas armadas podrían optar por apoyar parte de los elementos en la sociedad que exigen el cambio. Esto fue el caso cuando las fuerzas armadas serbias ayudaron a derrocar a Slobodan Milosevic en 2000.

En un golpe de estado democrático, los dirigentes del golpe podrían considerar una gama de opciones, que es lo que Varol llama «el paracaídas de oro» y que podría ser un factor en la toma de decisiones. Los líderes militares y civiles que se inclinan por la democracia tienen la oportunidad de negociar las condiciones de transferencia de poder de manera satisfactoria para ambas partes. Varol destaca los casos en que las fuerzas armadas, por un período fijo juegan un rol garante de la gobernabilidad durante el cual cederán poderes específicos poco a poco, mientras que los defensores civiles de la democracia alcanzan un período de estabilidad con el apoyo militar. Ambas partes pueden beneficiarse de la legitimidad internacional que este planteamiento puede llevar, tal como el acceso a la ayuda exterior. Varol observa que las transiciones que satisfacen esta descripción incluyen Portugal en la década de los 1970 y Egipto en los años 1980 y, de nuevo, en 2014. Esto no sugiere que los golpes de estado son una opción atrayente para gestionar el cambio. De hecho, Varol observa que una «cultura de golpes de estado» en un país puede ser sumamente problemático y puede perpetuar la inestabilidad.

Un ejemplo más reciente es Zimbabue, que se desarrolla incluso cuando el presente artículo está en pleno proceso de publicación. En el gobierno de 37 años de Robert Mugabe llegó a su punto final en diciembre de 2017 con la intervención activa de las fuerzas armadas, obligando la destitución del dictador. Los observadores lo llamaron una «transición apoyada por los militares» para evitar las complicaciones políticas subsidiarias en denominarlo un golpe de estado. Sin embargo, en la terminología de Varol, esto podría ser un golpe de estado democrático en formación, porque ya se implementó un acuerdo para compartir el poder. En lo que podría ser interpretado como un reconocimiento tácito de que el fenómeno de un golpe de estado es posible, el bien respetado Crisis Group [Grupo de Crisis] propuso una variedad de medidas tales como un retorno a la autoridad judicial civil y la inscripción de votantes transparente para facilitar un resultado democrático4.

Soldados portugueses muestran claveles después de un golpe de estado militar exitoso conocido como la «Revolución de los Claveles» en Lisboa, Portugal, 25 de abril de 1974. El pueblo portugués, celebrando el golpe casi sin derramamiento de sangre, colocó claveles en los uniformes de los soldados o flores en el cañón de los fusiles. (Foto cortesía del Centro de Documentação–Universidade de Coimbra)

Como observa Varol, las fuerzas armadas sin lugar a dudas, también pueden ser un instrumento de represión del cambio democrático. La supresión violenta de las protestas en la Plaza de Tiananmén de 1989 destaca este punto. Aún así, no se sabe si había elementos en el ejército chino que pudieran haber tenido simpatía por los activistas. La jefatura del Partido Comunista de China prestó atención en el despliegue de unidades que se consideraban estar menos inclinadas en identificarse con las vidas y preocupaciones de los manifestantes, muchos de los cuales eran estudiantes de universidad. La selección de unidades llenas de reclutas sin educación provenientes de áreas rurales era todo menos que una coincidencia.

Para examinar más a fondo la tesis de Varol sobre el comportamiento militar en los momentos de levantamiento político, es ilustrativo analizar otros materiales de caso. Aproximadamente dos años después de la supresión aplastante de la manifestación democrática en Beijing, en el golpe de estado atentado de agosto de 1991, los acontecimientos en Rusia revelarían un escenario alterno. En ese lugar, las unidades del Ejército ruso e incluso elementos del KGB, se rehusaron a abrir fuego contra sus conciudadanos en las calles de Moscú. A pesar de una orden del Ministerio de Defensa, un gran número de oficiales soviéticos superiores mantenían su distancia de los acontecimientos, a veces incluso rehusándose a contestar al teléfono5. En medio del tumulto, Boris Yeltsin asumió un papel principal con el respaldo de los manifestantes y dirigiéndose directamente a los soldados cerca del edificio de parlamento, implorándoles estar a favor y no en contra del pueblo. Este hecho llevó a la destrucción para los autores soviéticos del golpe de estado y propulsó a Yeltsin a la primera presidencia del gobierno independiente de Rusia6. Aunque no era uno de los ejemplos preferidos por Varol, esta instancia revela mucho acerca de las opciones disponibles a los líderes militares en acontecimientos fundamentales.

En una línea de investigación especialmente interesante, Varol considera los factores institucionales tales como los sistemas de reclutamiento que puede influir en las decisiones de altos mandos militares en escenarios bastante complicados. Por ejemplo, sostiene que los ejércitos formados generalmente mediante la conscripción reflejan mejor la demografía social y es más probable que ellos sientan alguna conexión con la población. Por lo tanto, podrían estar más dispuestos a simpatizar con los manifestantes en las calles. Sin duda alguna, como revela el caso de la Plaza de Tiananmén, la conscripción por sí sola no nos dice mucho sobre la manera en la que se constituyen las unidades militares específicas.

Esta proposición crítica merece un análisis más profundo que el ofrecido por Varol. Tal vez, un motivo por el cual las tropas rusas en Moscú apoyaron con facilidad a los manifestantes en las calles surgió de su adoctrinamiento político y una estrecha relación en la mente popular entre el pueblo y el ejército. Por mucho tiempo, el ejército soviético había sido presentado como una institución popular. En parte, debido al principio del servicio militar universal, pero también a la historia del ejército de defender la patria durante la Gran Guerra Patriótica7. Como parte de lo que era llamado la educación militar patriótica, se les enseñó a los soldados soviéticos a tomar su papel formalmente como defensores del pueblo. Desde el auge de Vladimir Putin en Rusia, ha habido un retorno enérgico a una cultura de alabanzas extravagantes para el ejército y la historia militar rusa8. Para Putin, esto sirve tanto para incrementar el patriotismo y dar confianza a las fuerzas armadas de que se respetarán sus intereses.

Niños egipcios con banderas nacionales posan para fotos con soldados en transportes de tropas blindados después de que el Ejército de Egipto desplegara docenas de vehículos blindados cerca de una reunión de partidarios del presidente islamista Mohamed Morsi en El Cairo, 3 de julio de 2013. (Foto: Agence France Presse, Khaled Desouki)

A diferencia de los ejércitos compuestos por conscriptos, los ejércitos profesionales que normalmente dependen de voluntarios que sirven por un mayor tiempo, frecuentemente desarrollan una distancia psicológica específica de la población general. En Estados Unidos, por ejemplo, no es extraño oír la queja de que el público no comparte ni aprecia completamente los sacrificios de aquellos que sirven en las fuerzas armadas. Además, como observa Varol, los integrantes de las fuerzas armadas pueden hacer una comparación entre ellas y la sociedad civil, frecuentemente percibida por los militares como menos ética, disciplinada y competente.

En este importante aspecto, las Fuerzas Armadas de EUA profesionales compuestas totalmente de voluntarios, ofrecen un ejemplo ilustrativo en especial debido a que a la mayoría de los ciudadanos norteamericanos no se le ocurriría que sus fuerzas armadas aún deben ser incluidas en esta discusión. Esto no es sugerir que en una crisis hipotética las Fuerzas Armadas de EUA estarían más dispuestas a reaccionar de manera antidemocrática que sus contrapartes conscriptos en otro lugar. De hecho, casi todos los norteamericanos estarían de acuerdo en que sus instituciones militares no estarían dispuestas a actuar de esta manera. Aún así, a fines de la Guerra de Vietnam, el sociólogo Morris Janowitz de la Universidad de Chicago argumentó que la llegada de una fuerza completamente voluntaria haría a las fuerzas armadas menos representativas de la sociedad. Con el fin de mitigar este riesgo, sugirió que se debe ampliar la Escuela de Aspirantes a Oficial y el Cuerpo de Adiestramiento para Oficiales de la Reserva, y recomendó que todos los cadetes de la Academia Militar de EUA deben asistir a una universidad civil por un año antes de graduarse9.

En el caso de EUA, algunos factores de tradición y cultura son muy influyentes. Los militares de EUA juran lealtad a la Constitución, que probablemente impone restricciones en los comportamientos antidemocráticos. Sin embargo, la Constitución es un documento que frecuentemente está sujeto a la interpretación y no es más allá de la imaginación que altos mandos ambiciosos que podrían interpretarla mal en algún escenario hipotético para corresponder con una ventaja personal o partidaria. Sin lugar a dudas, también es un artículo de fe en las Fuerzas Armadas norteamericanas que estas tienen que quedarse fuera de la política, otra salvaguardia en contra de una conducta irresponsable. Lamentablemente, este es un terreno específico en el cual algunos integrantes de las fuerzas armadas se consideran atados a un código ético más alto que sus representantes elegidos y por lo tanto, de alguna manera superiores en términos morales.

Aunque el autor no investiga a fondo el problema de la composición de las distintas fuerzas armadas, Varol observa que la decisión de quién servirá inevitablemente importa en los momentos de crisis en la sociedad. Varol destaca que en algunos países, el reclutamiento del ejército puede inclinarse a favor de los intereses de un grupo étnico o religioso importante. En estas circunstancias, pueden ser estrechamente alineados con la estructura de poder que probablemente no favorezca la democracia. Varol observa el rol de los Alauitas en apoyo del régimen de Assad en Siria para reforzar su argumentación.

Para destacar el concepto un poco más, dentro de todas las fuerzas armadas la selección de oficiales tiene mucho que ver con la estructura de poder nacional. En algunos países, el cuerpo de oficiales puede ser extraído en gran mayoría de un elemento social específico. En el Ejército Imperial Ruso, como era el caso con la mayoría de ejércitos de los siglos XVIII y XIX, los oficiales con pocas excepciones provinieron de la aristocracia. En la época Imperial, los oficiales compraban sus nombramientos, un requerimiento que garantizaba un potente fundamento de la clase alta. En los Estados multiétnicos del siglo XXI, la demografía de oficiales frecuentemente reflejaba una representación excesiva del grupo dominante. Esta tendencia normalmente era más prominente en los grados superiores. El cuerpo de oficiales en el ejército soviético era mucho más eslavo que la población en general. En la antigua Yugoslavia, los serbios jugaron un rol predominante.

De nuevo, Varol no dedica mucha atención a los rusos ni los norteamericanos, pero un vistazo histórico a sus experiencias es ilustrativo para subrayar su tema general sobre la importancia de las instituciones militares. Los oficiales influyentes en el Ejército Imperial Ruso frecuentemente intervinieron en la política, ayudando a destituir a los zares Pedro III y Pablo I por lo que ellos consideraron el bienestar del país. La última intervención de este tipo antes de la revolución de 1917, la denominada revuelta decembrista de 1825, tenía en realidad como objetivos el establecimiento de una monarquía constitucional y la abolición de la servidumbre. Aún así, es relevante recordar que las unidades del ejército aplastaron la revuelta. De este modo y según la situación, el ejército podría tomar un rol de guardián del estatus quo o un instigador al cambio.

Otro hito importante en el desarrollo militar de Rusia era el establecimiento de un sistema de servicio militar universal en 187410. El autor de esta reforma era el ministro de guerra, Dimtry Milyutin, que brillantemente comprendía que un ejército de conscriptos era una institución tanto social como militar. Con un impacto en las vidas de millones de jóvenes hombres, el ejército podría lograr múltiples metas para el beneficio del Estado. En un gran imperio multiétnico con un nivel de alfabetización atrozmente bajo de aproximadamente 10%, Milyutin estableció un vínculo entre la duración de servicio militar obligatorio y el nivel de educación. La esperanza de un plazo más corto de servicio obligatorio motivó a muchos padres que hasta entonces eran indiferentes al valor presumido del aprendizaje formal, a educar a sus hijos. Mientras tanto, las escuelas de regimiento se esforzaron por promover la alfabetización en la fuerza. La ley también tenía la meta de limitar el impacto de la conscripción en las familias individuales, segmentos críticamente importantes de la economía y profesiones estratégicamente importantes como la educación. En otras palabras, Milyutin consideró el ejército como un agente de cambio más amplio. Una analogía norteamericana podría ser el empleo de las fuerzas armadas para promover la desegregación racial comenzando con la administración del presidente Truman.

American Militia Firing at the British Infantry from Behind a Split Rail Fence during the Battle of Guilford Courthouse, March 15, 1781</i> (1976), ilustración, por Don Troiani. (Gráfica cortesía del Servicio Nacional de Parques)

Mientras tanto, Milyutin también consideró el ejército como un mecanismo para el adoctrinamiento de los ciudadanos patriotas. (Luego, los bolcheviques apodaron al ejército como la escuela de la revolución por sus aportes a la educación ideológica.) Con la excepción de las poblaciones indígenas en las recientemente subyugadas regiones remotas del imperio, tal como Turkestán, la conscripción aceptó hombres sanos de toda nacionalidad y garantizó que las unidades fueran étnicamente mezcladas. El sistema funcionó tan bien, a tal punto que el nuevo régimen soviético lo conservó en su mayor parte después de 1917. Durante la revolución, el Ejército Rojo hizo hincapié en su rol como una organización del pueblo. Entretanto, Vladimir Lenin delegó el papel de seguridad interna a la Cheka, quien fuera el predecesor del famoso KGB. De esta manera, la imagen del ejército no sería manchada por las detenciones y purgas políticas. Cabe recordar que en sus primeras etapas, la revolución era ampliamente identificada con las aspiraciones democráticas de la clase obrera y aún así se prometió la autodeterminación a las nacionalidades no rusas. El hecho fue que al final, la engañosa democracia soviética no fue culpa del ejército.

La experiencia norteamericana, aunque bastante divergente, refuerza el argumento acerca de los ejércitos y sus modalidades. Como la mayoría de los norteamericanos aprendieron en la escuela, el concepto de un ejército permanente profesional no era acogido entre la mayoría de los colonos, los que basado en sus experiencias con los «Casacas Rojas», consideraron tal fuerza como un posible instrumento de represión. Solo la dura experiencia de la Guerra Revolucionaria, seguida por un segundo aprendizaje a manos de los británicos quienes provocaron el incendio en Washington durante la Guerra de 1812, llevó al Congreso a proporcionar, a regañadientes, fondos para establecer una fuerza permanente modesta. Aún así, el concepto de que las milicias locales podían administrar la mayoría de los requisitos en defensa nacional, este no se desvaneció con prontitud. A la larga, las dos guerras mundiales reforzaron el concepto de que a veces, la conscripción nacional podría ser necesaria, por lo menos hasta que la increíblemente experiencia en la Guerra de Vietnam hizo la conscripción políticamente insostenible. Con la llegada de la fuerza completamente voluntaria bajo el presidente Nixon, las Fuerzas Armadas de EUA trazaron un nuevo rumbo al comprender que los profesionales que habían servido por un amplio período eran de gran valor, mientras que el flujo de nuevas tecnologías requerían métodos de adiestramiento y educación más elaborados en la fuerza. Actualmente, Estados Unidos opera con un sistema militar que es increíblemente capaz y adaptable, pero en gran medida constituye una sociedad en sí misma. Un tanto sorprendente a luz de los pensamientos de Varol respecto a los ejércitos profesionales, el apoyo popular interno para las Fuerzas Armadas de EUA, e incluso la identificación con las mismas es alto. De hecho, las encuestas sugieren que las fuerzas armadas tal vez son las instituciones más ampliamente respetadas en el país11. Sin embargo, si la sociedad norteamericana jamás descendiera hacia el caos y la disfunción, ¿esto no incrementaría la probabilidad de que las fuerzas armadas tengan que ser parte de la solución?

Por lo tanto, vale la pena considerar algunos asuntos implícitos que surgen de la discusión sobre los ejércitos de Varol. En 1990, el profesor Peter Maslowski, habiendo cumplido un período de un año como profesor invitado de historia militar en la Escuela de Comando y Estado Mayor (CGSC), escribió un artículo para Military Review en el cual analiza el dilema presentado por la tensión entre ciertos valores militares implícitos, tales como la subordinación y la aceptación, como también los valores de la ciudadanía, tal como el derecho de objeción en Estados Unidos. Maslowski expresó una preocupación profunda que muchos oficiales en su experiencia consideraban a civiles y miembros del Congreso con desdén, mostrando una triste ignorancia de la historia norteamericana y militar12. Si Maslowski pudiera regresar al 2018 su impresión sería más optimista porque la actual fuerza es tanto más educada como más diversa que antes. En términos generales, ahora que han pasado 40 años desde el fin de la Guerra de Vietnam, hay motivos para creer (incluyendo datos de las encuestas antes mencionadas) que las relaciones cívico-militares son mejores hoy en día. Por ejemplo, actualmente hay gran énfasis en la enseñanza de principios de las relaciones cívico-militares en la CGSC. Esta orientación se encuentra en documentos oficiales firmados por generales de mayor antigüedad13.

Sin embargo, fuerzas armadas profesionales que habiendo vivido en una «burbuja» por varias generaciones, casi inevitablemente desarrollan una cultura organizacional distinta. No obstante, es importante recordar que por motivos del presente artículo, aunque los norteamericanos justificablemente asuman por entendido que sus fuerzas armadas permanecerán fuera del ámbito político, las cosas no funcionan así en la mayor parte del mundo.

En Diplomacy, Henry Kissinger escribe: «la democracia de estilo occidental presupone un consenso en valores que establecen límites para el partidismo», mientras que en la mayoría de otros lugares, «el proceso político se trata de la dominación, no la alteración en el cargo, que tiene lugar si quizás mediante golpes de estado en lugar de procedimientos constitucionales»14. Con eso, él insinúa otra razón fundamental de por qué el concepto de un golpe de estado democrático no necesita ser una contradicción en todas las circunstancias. Como advierte Varol, en algunos momentos y circunstancias, un golpe de estado podría ser el único medio disponible para efectuar una transición a una forma de gobernanza democrática. En este tipo de escenario, las fuerzas armadas pueden proporcionar una influencia estabilizadora hasta que se organicen las fuerzas civiles y democráticas y tomen control del gobierno.

Hugo Chávez pronunciando un discurso, 18 de abril de 2010. (Foto cortesía de Wikimedia Commons)

En cuanto a la creación de transiciones a la democracia, todavía no se ha encontrado un planteamiento perfecto. En su autobiografía, la exsecretaria de Estado Madeleine Albright describe los esfuerzos ambiciosos de la administración del presidente Clinton para promover la democracia. Durante los apasionantes años 90, cuando pareció que la democracia liberal estaba en un ascenso implacable especialmente en Europa oriental, surgió la posibilidad de un cambio agitado. Una conferencia internacional sobre la democracia atrajo a 107 Estados participantes y produjo un manifiesto llamado la Declaración de Varsovia. El secretario general de las Naciones Unidas Kofi Annan proclamó un futuro ambicioso de una comunidad global de democracias15. Desde ese entonces, la democracia ha tenido sus altibajos más importantes en los mismos estados de Europa oriental que una vez fueran tan prometedores. Por otra parte, la triste verdad es que celebrar elecciones ha sido expuesto como un primer paso tentativo, y frecuentemente reversible, en el camino hacia una democracia eficaz. A veces, las elecciones internacionalmente aprobadas han instalado en el poder los mismos elementos que las elecciones eran concebidas para derrotar. Las elecciones tempranas celebradas en Bosnia en 1996 que otorgaron mayorías a los mismos partidos extremistas que crearon las condiciones que llevaron a la guerra civil, ofrecen un ejemplo para aprender. En fin, la democracia en sí puede ser problemática si no se basa en una cultura que acepta el compromiso y tolerancia de valores.

Esto no significa que los puntos de vista de Varol no sean controversiales. Podría argumentarse que la mayoría de los «golpes de estado democráticos» que cita no llevaron a democracias estables y duraderas, especialmente si se le compara y evalúa por los estándares de las democracias occidentales. Además, la aceptación de la posibilidad de un golpe de estado democrático tal vez podría dar la imagen de legitimidad a los golpes de estado no democráticos. Varol probablemente contestaría que la realidad es desordenada y nunca se garantizan buenos resultados.

En suma, a pesar de la tendencia esporádica de divagar, la virtud del análisis de Varol es que ofrece un sinnúmero de escenarios alternos basados en acontecimientos reales en diversas regiones del mundo. Argumenta que los hechos revelan que la teoría ha desplazado la realidad en el pensamiento académico sobre las transiciones a la democracia16. De manera distintiva de Carl von Clausewitz que abiertamente desestima los principios rígidos de comportamiento político o militar, Varol ofrece nuevos puntos de vista en lo que la historia sugiere es posible y fuertemente desalienta el pensamiento con plantillas. En cuanto a las democracias, los ejércitos no son intrínsecamente ni buenos ni malos. Su comportamiento depende de una red compleja de consideraciones que son diferentes en cada situación y es poco probable que sean repetidas, salvo de manera más general. Varol ofrece una evaluación deliberada basándose en pruebas, en vez de una predisposición política o teórica. Sin embargo, no hay nada provisional en su conclusión. Asevera que el razonamiento científico basado en evidencia empírica, demuestra sin duda alguna que sí ocurren golpes de estado democráticos y que los ejércitos frecuentemente son actores en estas transiciones.

El autor quisiera expresar su agradecimiento a Bill Bassett, Prisco Hernández y Jackie Kem por ofrecer comentarios bien pensados durante la redacción del presente artículo. Las opiniones expresadas en el presente artículo, junto con cualquier análisis erróneo, son propias del autor.


Notas

  1. Ozan Varol, The Democratic Coup d’État (Nueva York: Oxford University Press, 2017), pág. 1.
  2. «About», sitio web de Ozan Varol, consultado 18 de enero de 2018, https://ozanvarol.com/about/.
  3. Alex de Waal, The Real Politics of the Horn of Africa: Money, War and the Business of Power (Cambridge, RU: Polity Press, 2015), pág. 45.
  4. Hasta cierto punto, este informe tal vez contradice la aseveración de Varol que nadie está de acuerdo con él. «Zimbabwe’s ‘Military-Assisted Transition’ and Prospects for Recovery», International Crisis Group, Briefing No. 134/Africa, 20 de diciembre de 2017, consultado 23 de enero de 2018, https://www.crisisgroup.org/africa/southern-africa/zimbabwe/b134-zimbabwes-military-assisted-transition-and-prospects-recovery.
  5. El autor habló con un oficial de este tipo hace dos décadas. La persona en cuestión pensó que la decisión de derrocar al régimen de Gorbachov por los militares tradicionales soviéticos probablemente acabaría mal, pero no quería arriesgarse con una violación abierta de una orden. Un pragmático, esperó hasta que el curso de acontecimientos se revelara.
  6. Véase Martin Malia, The Soviet Tragedy: A History of Socialism in Russia, 1917-1991 (Nueva York: Simon and Schuster, 1991), págs. 485–87 y Timothy Colton, Yeltsin: A Life (Nueva York: Basic Books, 2008), págs. 196–204, para un resumen de los acontecimientos y su significado.
  7. Un ejemplo excelente para los lectores del idioma ruso es G. S. Es’kov y O. A. Bel’kov’s Ediny s narodom [Unido con el pueblo] (Moscú, 1989). En esencia una obra de propaganda, es un ejemplo muy típico de la literatura sobre el tema en la época soviética.
  8. Charles Clover, Black Wind, White Snow: The Rise of Russia’s New Nationalism (New Haven, Connecticut: Yale University Press, 2016), págs. 184-85.
  9. Morris Janowitz, «Las fuerzas armadas de voluntarios y el propósito militar», Military Review 52, nro. 7 (julio de 1972): págs 16-24.
  10. Robert Baumann, «Universal Service and Russia’s Imperial Dilemma», War and Society 4, nro. 2 (septiembre de 1986): págs. 31-49
  11. Véase Brian Kennedy, «Most Americans Trust the Military and Scientists to Act in Public’s Interest», Pew Research Center, 18 de octubre de 2016, consultado 10 de enero de 2018, http://www.pewresearch.org/fact-tank/2016/10/18/most-americans-trust-the-military-and-scientists-to-act-in-the-publics-interest/. Interesantemente, la misma encuesta muestra que las fuerzas armadas son mucho más respetadas que los representantes elegidos.
  12. Peter Maslowski, «Army Values and American Values», Military Review 70, nro. 4 (abril de 1990): págs. 17-22
  13. En un memorándum del 3 de marzo de 2015 al Jefe del Estado Mayor Conjunto, general Martin Dempsey, el profesor Dick Kohn instó un énfasis mayor en la subordinación de las fuerzas armadas bajo la autoridad civil en las escuelas militares de nivel intermedio tal como la Escuela de Comando y Estado Mayor (CGSC), así como en las escuelas de guerra superiores de EUA. En una respuesta de 15 de marzo de 2015, el Dr. W. Chris King, el decano de la CGSC ofreció una respuesta extendida demostrando con detalle que esta necesidad ya estaba extensamente abordada en el plan de estudios actual.
  14. Henry Kissinger, Diplomacy (Nueva York: Simon & Schuster, 1994), pág. 811.
  15. Madeleine Albright, Madam Secretary: A Memoir (Nueva York: Harper Perennial, 2003), págs. 564–66.
  16. De hecho, este autor piensa que la proliferación de teorías, no solo en las ciencias sociales sino también aún en las humanidades, ha sido la característica célebre de conocimientos en las últimas décadas. Frecuentemente, la teoría políticamente agradable ha pasado frente a las pruebas y se ha endurecido en el dogma ortodoxo.

El Dr. Robert F. Baumann es el director del programa de títulos posgrados y profesor de historia en la Escuela de Comando y Estado Mayor del Ejército de EUA en el Fuerte Leavenworth, estado de Kansas. Cuenta a su haber con una licenciatura en el idioma ruso de Dartmouth College, una maestría en Estudios Rusos y de Europa del Este de la Universidad de Yale y un doctorado en Historia de la Universidad de Yale. Es autor de numerosos libros, capítulos de libro y artículos académicos y es el autor y productor de un documental sobre la misión de mantenimiento de la paz multinacional y de EUA en Bosnia.

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